Prerrogativas de María

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Prerrogativas de María /María Madre de DiosLa Inmaculada Concepción / Virginidad Perpetua de MaríaMaría Madre de la fe y de los creyentesMaría Madre de la Esperanza /

Títulos en preparación:

María Madre de la Caridad - Virtudes cardinales en la Virgen - María discípula de Cristo y primera cristiana - 

Conocer a María

     Quizás el título sea excesivo porque si toda persona es un misterio, cuán grande no ha de ser el misterio de Aquella que como creatura participa en modo único y eminente del mismo misterio de Dios. Entiéndase por conocer cierta información necesaria, aunque no exhaustiva (De Maria nunquam satis) sobre la Santísima Virgen que sirva para echar luz hacia su persona en momentos en que arrecian la confusión y los ataques dirigidos a Ella y al mismo Señor.  

La significación del dogma mariano

    
Una vez que hemos sido impregnados de la idea que María llevó en su vientre, amamantó, tuvo en sus manos al Eterno, bajo la forma de un pequeño niño, ¿qué limites podemos ponerle al oleaje, al torrente de pensamientos que arrastra con ella una doctrina parecida?
     Anunciando que Dios se había encarnado, los Apóstoles hacían surgir una idea nueva, una simpatía nueva, una nueva fe, un culto nuevo, a partir de entonces, el hombre pudo concebir un amor más profundo y una devoción más tierna por Ese, cuya grandeza parecía desesperante ante esta revelación. Pero cuando, además, la humanidad hubo bien comprendido que ese Dios encarnado tenía una madre, vio surgir de ahí una segunda fuente de pensamientos, hasta entonces desconocida y sin parecido.
     La idea de la Madre de Dios es profundamente distinta de la del Dios encarnado. Jesucristo es Dios que desciende a la condición de hombre, Maria es una mujer elevada por encima de todas… Cardenal John-Henry Newman (1801-1890).

 

Prerrogativas de María:

 

     Son los privilegios concedidos a la Santísima Virgen por haber sido creada para ser la Madre de Dios y asociada a Cristo, su Hijo, para la obra de redención de la humanidad. Y la primera prerrogativa, a la vez su mayor título, es el de Madre de Dios. De ésta derivan las demás excelencias que son dogmas marianos de fe de la Iglesia (1) y las consecuentes virtudes.

1. María Madre de Dios

     María engendra en la carne a Jesús cuya persona es única: la del Verbo de Dios y por eso es llamada Madre de Dios. Habiendo en Jesús dos naturalezas -la humana y la divina- hay en cambio un solo sujeto: la persona divina del Verbo engendrado por el Padre antes de todos los siglos. María es Madre de la persona de Jesús, estrictamente Madre de Dios. La Maternidad de Nuestra Señora es la plenitud de la gracia que el ángel le anuncia (Lc 1: 28).

     De la misma Sagrada Escritura surge que María es madre de Jesús (cf Mt 1:16; Lc 2:6-7; Mc 3:31; Jn 2:1-2; Lc 1:43) y que Jesús es Dios (cf Jn 1:14; Gal 4:4), por tanto es Madre de Dios. Explícitamente, en Lc 1:42-43 Isabel llena del Espíritu Santo confiesa a María como Madre de su Señor.

     Nestorio, Patriarca de Constantinopla, negaba a la Virgen el título de Theotókos (Madre de Dios) siendo para él solamente Christotókos (Madre de Cristo) porque concebía que en Cristo había un desdoblamiento de sujetos de acuerdo a sus dos naturalezas.

     El Concilio de Éfeso (431), presidido por san Cirilo de Alejandría, que condena el nestorianismo como herejía a la vez que declara solemnemente a María Madre de Dios (Theotókos) como verdad de fe.

 

(1) El Magisterio de la Iglesia define dogmas de fe por la autoridad que le viene de Cristo siendo estos dogmas verdades contenidas en la Revelación Divina que proviene de las Sagradas Escrituras y de la Tradición de los Santos Padres de la Iglesia, o verdades que tienen con ellas un vínculo de necesidad. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia los dogmas son luces en el camino de nuestra fe y en la medida que nuestra vida sea recta tendremos la apertura de mente y de corazón como para acoger su luz (CIC 88 y 89).

 

En la formulación del Concilio de Éfeso:

 

D113 (contra Nestorio)... Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel y que por eso la Santa Virgen es Madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema.

D111 ... no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen y luego descendió sobre El, el Verbo, sino que unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne. De esta manera los Santos Padres no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen.
D214 Can2... Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente, otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos y se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María y nació de Ella, ese tal sea anatema.

D218 Can6... Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María, Madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo..sea anatema.

 

     Quienes niegan la maternidad divina de María son los que no creen en la divinidad de Jesucristo o bien los que creyendo en su divinidad hacen la diferencia de sujetos, como Nestorio, y dicen que es solamente madre de Jesús hombre, como si la persona de Jesús no fuese única: la del Verbo que se encarna en el seno de la Virgen.

 

     Estas herejías nos permiten ver cómo la verdad de fe de Cristo está unida a la verdad de fe que concierne a su Madre y cómo la mariología no puede ser separada de la cristología. Por otra parte, como lo expresara el Santo Padre Juan Pablo II en su Encíclica Redemptoris Mater: “Sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente su misterio… María es la Madre de Dios (Theotókos), ya que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno virginal y dio al mundo a Jesucristo, el Hijo de Dios consubstancial al Padre. «El Hijo de Dios... nacido de la Virgen María... se hizo verdaderamente uno de los nuestros...», se hizo hombre. Así pues, mediante el misterio de Cristo, en el horizonte de la fe de la Iglesia resplandece plenamente el misterio de su Madre. A su vez, el dogma de la maternidad divina de María fue para el Concilio de Éfeso y es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla”.

 

     Además del Concilio de Éfeso, proclamaron a María como Madre de Dios los Concilios de Calcedonia, Constantinopla II y III, Letrán y todos los Padres y Doctores de la Iglesia y Sumos Pontífices confesaron esta verdad de fe.

 

Concilio de Letrán (649) bajo el Pontificado de Martín I declara:

     "Si alguno, según los Santos Padres, no confiesa que propia y verdaderamente es Madre de Dios la santa y siempre virgen e inmaculada María, ya que concibió en los últimos tiempos sin semen, del Espíritu Santo, al mismo Verbo de Dios propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació del Padre, y que dio a luz sin corrupción, permaneciendo indisoluble su virginidad aun después del parto, sea anatema (condenado)...".

     Notemos, de paso, que en el texto aparece taxativamente que María es “siempre virgen” e “inmaculada”, verdades que serán luego proclamadas solemnemente como dogmas de fe. 
     Santo Tomás de Aquino en S Th III q35 a4, en el corpus dice: 

Como antes se ha expuesto (q.16 a.l), todo nombre que signifique una naturaleza en concreto puede aplicarse a cualquier hipóstasis de esa naturaleza. Por haberse realizado la unión de la encarnación en la hipóstasis, como antes hemos dicho (q.2 a.3), es manifiesto que el nombre Dios puede aplicarse a la hipóstasis que tiene naturaleza humana y divina. Y, por este motivo, todo lo que conviene a la naturaleza divina y a la humana puede atribuirse a la persona, bien se aluda con ella a la naturaleza divina, bien se signifique con la misma la naturaleza humana. Ahora bien, el ser concebido y el nacer se atribuyen a la hipóstasis de acuerdo con aquella naturaleza en que es concebida y nace. Por consiguiente, habiendo sido asumida la naturaleza humana por la persona divina en el mismo principio de la concepción, como antes se ha dicho (q.33 a.3), síguese que puede decirse que Dios verdaderamente fue concebido y nació de la Virgen. Se llama madre de una persona a la mujer que la ha concebido y dado a luz. De donde se deduce que la Santísima Virgen es llamada con toda verdad madre de Dios. Solamente se podría negar que la Santísima Virgen es madre de Dios si la humanidad hubiera estado sujeta a la concepción y al nacimiento antes de que aquel hombre fuese Hijo de Dios, como enseñó Fotino, o si la humanidad no hubiera sido asumida en la unidad de la persona o de la hipóstasis del Verbo de Dios, como afirmó Nestorio. Pero ambas hipótesis son falsas. Luego es herético negar que la Santísima Virgen es madre de Dios.

     Madre de alguien se llama verdadera y propiamente aquella mujer que lo engendra y da a luz. Y sabemos que María concibió y dio a luz a Cristo, que es Dios; luego María es verdadera y propiamente Madre de Dios. La razón es concluyente, puesto que Jesucristo en ningún momento deja de ser Dios.

 

Excelencias que provienen de la maternidad divina

     La excelencia de cualquier persona está dada por el grado de su santidad, es decir, de su cercanía a Dios. Por ello, la Santísima Virgen en tanto Madre de Dios, en razón de la misión, de la dignidad, de la intimidad, del conocimiento de Dios y de su propio mérito, participa de un grado de excelencia no sólo altísimo sino inaccesible para nosotros.

     Así lo expresaba S.S. Pío IX en la bula “Ineffabilis Deus” del 8 de Diciembre de 1854 sobre la Inmaculada Concepción:

“...Dios… eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios. …..tan venerable Madre, a quien Dios Padre dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen...”.   

 

     En la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus” del 1-11-1950 por la que define el dogma de la Asunción, Pío XII dice: “En efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gal 4:4) ejecutó los planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido”.

     En la Encíclica "Fulgens Corona" del 8 de septiembre de 1953, de S.S. Pío XII:

 ….al saludar a la misma Virgen Santísima «llena de gracia» (Lc 1, 18), o sea «kecharistomene» y «bendita entre todas las mujeres» (ibíd. 42) con esas palabras, tal como la tradición católica siempre las ha entendido, se indica que «con este singular y solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la maldición».

     ...Los Santos Padres en la Iglesia primitiva, sin que nadie lo contradijera, enseñaron con claridad suficiente esta doctrina, afirmando que la Santísima Virgen fue lirio entre espinas, tierra absolutamente virgen, inmaculada, siempre bendita, libre de todo contagio del pecado, árbol inmarcesible, fuente siempre pura, la única que es hija no de la muerte, sino de la vida; germen no de ira, sino de gracia; pura siempre y sin mancilla, santa y extraña a toda mancha de pecado, más hermosa que la hermosura, más santa que la santidad, la sola santa, que, si exceptuamos a solo Dios, fue superior a todos los demás, por naturaleza más bella, más hermosa y más santa que los mismos querubines y serafines, más que todos los ejércitos de los ángeles.

     …Después de meditar diligentemente como conviene estas alabanzas que se tributan a la bienaventurada Virgen María, ¿quién se atreverá a dudar de que aquella que es más pura que los ángeles, y que fue siempre pura (cf. ibídem), estuvo en todo momento, sin excluir el más mínimo espacio de tiempo, libre de cualquier clase de pecado? Con razón San Efrén dirige estas palabras a su divino Hijo: «En verdad que sólo tú y tu Madre sois hermosos bajo todos los aspectos. Pues no hay en ti, Señor, ni en tu Madre mancha alguna». En cuyas palabras clarísimamente se ve que, entre todos los santos y santas de esta sola mujer es posible decir que no cabe ni plantearse la cuestión cuando se trata del pecado, de cualquier clase que éste sea, y que, además, este singular privilegio, a nadie concedido, lo obtuvo de Dios precisamente por haber sido elevada a la dignidad de Madre suya. Pues esta excelsa prerrogativa, declarada y sancionada solemnemente en el Concilio de Éfeso contra la herejía de Nestorio, y mayor que la cual ninguna parece que pueda existir, exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes después de la de Cristo. Además de este sublime oficio de la Virgen, como de arcana y purísima fuente, parecen derivar todos los privilegios y gracias que tan excelentemente adornaron su alma y su vida. Bien dice Santo Tomás de Aquino: «Puesto que la Santísima Virgen es Madre de Dios, del bien infinito, que es Dios, recibe cierta dignidad infinita». Y un ilustre escritor desarrolla y explica el mismo pensamiento con las siguientes palabras: «La Santísima Virgen... es Madre de Dios; por esto es tan pura y tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios».

 

     Santo Tomás de Aquino la coloca por encima de los ángeles. Y la razón de esta dignidad, que él califica como "Quodamodo infinita" (en cierto modo infinita) se funda en que no solamente engendró a uno igual a Ella, sino a uno infinitamente mejor que Ella.

 

     Pablo VI en la Carta Encíclica Christi Matri y más tarde en las Exhortaciones Apostólicas Signum magnum y Marialis cultus  recuerda los fundamentos y criterios de aquella singular veneración que la Madre de Cristo recibe en la Iglesia, y Juan Pablo II le dedica la Encíclica Redemptoris Mater.

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
www.mensajerosdelareinadelapaz.org 


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2. Inmaculada Concepción de María

Introducción  

          Recordando lo ya dicho: de la maternidad divina derivan las otras prerrogativas, la Inmaculada Concepción de María es, podríamos decir, consecuencia de haber sido María creada para ser la Madre del Hijo del Altísimo.

La santidad de Quien la habita exige la santidad, la absoluta pureza y la mayor perfección de quien lo recibe. María se vuelve así el templo de Dios, Santo de los Santos, Arca de la Alianza, todas figuras y preparaciones veterotestamentarias a su predestinación para ser la Morada de Dios entre los hombres.

María es feliz, de una felicidad sobrenatural, por haber creído (Cf Lc 1:45) y es Madre por escuchar la Palabra de Dios, atesorarla en su corazón y en todo cumplirla (Cf Lc 2:19; 2:51; 8:21).  


         La Inmaculada Concepción de María significa que la Santísima Virgen fue concebida, por especial privilegio divino, sin la mínima mancha del pecado original. Ella es la nueva creatura colmada de perfecciones desde el mismo momento de su concepción, sin asomo de pecado y de una libertad no condicionada por el mal, absolutamente ajeno a su naturaleza, coronada por la máxima gracia –después de la Encarnación y por motivo de ella- dada a la humanidad.

En efecto, María es la llamada “llena de gracia”, Aquella donde habita la plenitud de la gracia, Aquella que al recibir al Arcángel san Gabriel, ya era plena de la gracia desde el primer instante de su vida y que lo seguiría siendo hasta su tránsito a la gloria.

La palabra griega que utiliza el ángel en la Anunciación es "kecharistomene” y, recordaba el Papa Pío XII en Fulgens Corona que, "con esas palabras, tal como la tradición católica siempre las ha entendido, se indica que con este singular y solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la maldición”.

 

Es de notar que ya en los primeros siglos del cristianismo se la nombra como “inmaculada”. Uno de los Padres Capadocios, san Gregorio de Nisa, en el siglo IV también usa el mismo término adjetivando el de “virgen”, siendo tal expresión –virgen inmaculada- consecuencia de la plenitud de la gracia que recibió para concebir a Jesucristo en su seno. A través de todos los siglos se la reconoció como virgen inmaculada, de la purísima y limpia concepción, jamás violada por la concupiscencia. La fiesta de la Inmaculada Concepción, por ejemplo, fue extendida por toda la Iglesia por el papa Sixto IV en 1483.

Al respecto dijo el Concilio Vaticano II: “… no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia" (cf. Lc 1:28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente…” (Constitución Dogmática Lumen Gentium núm. 56).

 

La veneración hacia el Arca de la Alianza, de la que nos habla el Antiguo Testamento, en la admirable pedagogía divina nos instruye e introduce en el respeto, veneración y reverencia hacia quien habría de ser el Arca de la Nueva Alianza. Así como el Arca de la Antigua Alianza custodiaba la Palabra de Dios y conservaba el maná, María Santísima será quien lleve en su seno a la Palabra Encarnada, a Aquel que es el Pan bajado del Cielo.

En las palabras del ángel, en la Anunciación, hay una alusión a la Tienda del Encuentro o Testimonio que alojaba el Arca. El ángel le dice a la Virgen de Nazaret: “El Espíritu vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1:35). Es la entrada de Dios en Ella, que se ha de manifestar en la concepción virginal del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Esa expresión usada por el ángel debería evocar en María el episodio que se relata en la Toráh (Pentateuco) en términos parecidos: “La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria de Yahvé llenó la Morada" (Ex 40:34-35) y “El día en que se erigió la Morada, la Nube cubrió la Morada, sobre la Tienda del Testimonio” (Nm 9:15).

También en el libro del Apocalipsis, al final del Capítulo 11 se nos presenta, sugestivamente, una visión tremenda: se abre el Santuario de Dios en el cielo y aparece el arca de su alianza en el santuario y se describe una manifestación del poder de Dios que hace temblar la tierra, con truenos y rayos. Inmediatamente después comienza el Capítulo 12 diciendo que un gran signo aparece en el cielo: la Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Esta Mujer desde siempre ha tenido la doble interpretación de representar a la Iglesia y a la Madre de Dios. Vemos que la interpretación mariana está vinculada a la imagen del arca, que es la prefiguración de la Virgen.

 

Documentos del Magisterio de la Iglesia

  • Bula Ineffabilis Deus, del 8 de Diciembre de 1854, de S.S. Pío IX, que define el dogma de fe de la Inmaculada Concepción:

     En el documento pontificio el Papa cita a su predecesor, Alejandro VII, quien dos siglos antes había declarado claramente: Antigua por cierto es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor del género humano, y que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su Concepción”. (Const. "Sollicitudo omnium Ecclesiarum", 8 de diciembre de 1661). También recuerda el Papa Alejandro VII a otros predecesores suyos cuando dice: “...renovamos las Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original...” (ibidem).

     Pío IX cita además al Concilio de Trento:”...el concilio Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los testimonios de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos concilios, que los hombres nacen manchados por la culpa original, sin embargo, solemnemente declaró que no era su intención incluir a la santa e Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo y en una definición tan amplia. Pues con esta declaración suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima Virgen había sido librada de la mancha original”.

     Agrega el documento: “...la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen…. existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados (1) y distinguida con el sello de doctrina revelada”.  

(1) Desde tiempo inmemorial se la tenía por cierta y en cuanto a los Padres baste citar a san Efrén, san Ambrosio y san Agustín. Hay evidencias documentadas que ya en el siglo VIII se celebraba en Oriente la fiesta de la Concepción de la Beata Virgen María.

     Y define: “...después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.

  • Encíclica "Fulgens Corona" del 8 de septiembre de 1953, de S.S. Pío XII:

8. Y en primer lugar, ya en las Sagradas Escrituras aparece el fundamento de esta doctrina, cuando Dios, creador de todas las cosas, después de la lamentable caída de Adán, habla a la tentadora y seductora serpiente con estas palabras, que no pocos Santos Padres y doctores, lo mismo que muchísimos y autorizados intérpretes, aplican a la Santísima Virgen: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya...» (Gn 3:15). Pero si la Santísima Virgen María, por estar manchada en el instante de su concepción con el pecado original, hubiera quedado privada de la divina gracia en algún momento, en este mismo, aunque brevísimo espacio de tiempo, no hubiera reinado entre ella y la serpiente aquella sempiterna enemistad de que se habla desde la tradición primitiva hasta la definición solemne de la Inmaculada Concepción, sino que más bien hubiera habido alguna servidumbre.

11. Por lo demás, si profundizamos la materia, y sobre todo, si consideramos el encendido y suavísimo amor con que Dios ciertamente amó y ama a la Madre de su unigénito Hijo, ¿cómo podremos ni aun sospechar que ella haya estado, ni siquiera un brevísimo instante, sujeta al pecado y privada de la divina gracia? Dios podía ciertamente, en previsión de los méritos del Redentor, adornarla de este singularísimo privilegio; no cabe, pues, ni pensar que no lo haya hecho. Convenía, en efecto, que la Madre del Redentor fuese lo más digna posible de Él; mas no hubiera sido tal si, contaminándose con la mancha de la culpa original, aunque sólo fuera en el primer instante de su concepción, hubiera estado sujeta al triste dominio de Satanás. 

12. Y no se puede decir que por esto se aminore la redención de Cristo, como si ya no se extendiera a toda la descendencia de Adán, y que, por lo mismo, se quite algo al oficio y dignidad del divino Redentor. Pues si examinamos a fondo y con cuidado la cosa, es fácil ver cómo Nuestro Señor Jesucristo ha redimido verdaderamente a su divina Madre de una manera más perfecta al preservarla Dios de toda mancha hereditaria de pecado en previsión de los méritos de Él. Por esto, la dignidad infinita de Cristo y la universalidad de su redención no se atenúan ni disminuyen con esta doctrina, sino que se acrecientan de una manera admirable.  

13. Es, por lo tanto, injusta la crítica y la reprensión que también por este motivo no pocos no católicos y protestantes dirigen contra nuestra devoción a la Santísima Virgen, como si nosotros quitáramos algo al culto debido sólo a Dios y a Jesucristo, cuando, por el contrario, el honor y veneración que tributamos a nuestra Madre celeste, redundan enteramente y sin duda alguna en honra de su divino Hijo, no sólo porque de Él nacen, como de su primera fuente, todas las gracias y dones, aun los más excelsos, sino también porque «los padres son la gloria de los hijos» (Prov 17:6).


14. Por esto mismo, desde los tiempos más remotos de la Iglesia esta doctrina fue esclareciéndose cada día más y reafirmándose mayormente ya en las enseñanzas de los sagrados pastores, ya en el alma de los fieles. Lo atestiguan, como hemos dicho, los escritos de los Santos Padres, los concilios y las actas de los Romanos Pontífices; dan testimonio de ello las antiquísimas liturgias, en cuyos libros, hasta en los más antiguos, se considera esta fiesta como una herencia transmitida por los antepasados. Además, aún entre las comunidades todas de los cristianos orientales, que, mucho tiempo hace, se separaron de la unidad de la Iglesia católica, no faltaron ni faltan quienes, a pesar de estar imbuidos de prejuicios y opiniones contrarias, han acogido esta doctrina y cada año celebran la fiesta de la Virgen Inmaculada. No sucedería así, ciertamente, si no hubieran admitido semejante verdad ya desde los tiempos antiguos, es decir, desde antes de separarse del único redil.

Consecuencias de la Inmaculada Concepción de María


     Al ser inmune del pecado original era también inmune de los efectos que el primer pecado ha tenido sobre toda la humanidad, a saber: la pérdida de la gracia, la enfermedad, la decrepitud, la muerte, la corrupción, la triple concupiscencia (cf 1Jn 2;6-17). Al respecto de esta última decía el Santo Padre Juan Pablo II en audiencia general del 30 de abril de 1980: “La concupiscencia de la carne y, junto con ella, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida está "en el mundo" y, a la vez, "viene del mundo", no como fruto del misterio de la creación, sino como fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gén 2:17) en el corazón del hombre…”.

     El mismo Juan Pablo II en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, en el capítulo IV, dice: …el ser humano —hombre y mujer— es herido por el mal del pecado del cual es autor. El texto del Libro del Génesis (c. 3) lo muestra con las palabras con las que claramente describe la nueva situación del hombre en el mundo creado. En dicho texto se muestra la perspectiva de la «fatiga» con la que el hombre habrá de procurarse los medios para vivir (cf. Gén 3:17-19), así como los grandes «dolores» con que la mujer dará a luz a sus hijos (cf. Gén 3:16). Todo esto, además, está marcado por la necesidad de la muerte, que constituye el final de la vida humana sobre la tierra. De este modo el hombre, como polvo, «volverá a la tierra, porque de ella ha sido extraído»: «eres polvo y en polvo te convertirás» (cf. Gén 3:19)”.

De todas esas consecuencias se ve librada María, por haber sido creada sin el pecado original.

     Sigue diciendo el Papa: “La confrontación Eva - María reaparece constantemente en el curso de la reflexión sobre el depósito de la fe recibida por la Revelación divina y es uno de los temas comentados frecuentemente por los Padres, por los escritores eclesiásticos y por los teólogos (refiere a obras de los santos Justino, Ireneo, Juan Crisóstomo, Cirilo de Jerusalén, Juan Damasceno, Agustín, Jerónimo y de Tertuliano, Esiquio y otros). De ordinario, de esta comparación emerge a primera vista una diferencia, una contraposición. Eva, como «madre de todos los vivientes» (Gén 3:20), es testigo del «comienzo» bíblico en el que están contenidas la verdad sobre la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, y la verdad sobre el pecado original. María es testigo del nuevo «principio» y de la «nueva criatura» (cf. 2 Cor 5:17). Es más, ella misma, como la primera redimida en la historia de la salvación, es «una nueva criatura»; es la «llena de gracia». …La confrontación Eva - María puede entenderse también en el sentido de que María asume y abraza en sí misma este misterio de la «mujer», cuyo comienzo es Eva, «la madre de todos los vivientes» (Gén 3:20). …A través de todas las generaciones, en la tradición de la fe y de la reflexión cristiana, la correlación Adán - Cristo frecuentemente acompaña a la de Eva - María. Dado que a María se la llama también «nueva Eva», ¿cuál puede ser el significado de esta analogía? Ciertamente es múltiple”.

     En María se dio la mayor armonía, que en su naturaleza incorrupta, no decaída u ofuscada por el pecado, podamos jamás imaginar. En Ella hubo lucidez en el entendimiento, no hubo desorden en sus pasiones y la recta razón gobernó siempre su voluntad, más aún, la iluminación del Espíritu Santo la llevó a buscar y realizar en toda su vida la perfecta voluntad de Dios. Veremos también cómo a partir de este privilegio único fue librada de la corrupción de la muerte (dogma de la Asunción).

     María es la llena de gracia, por eso es santa, por eso ama como Dios ama, por eso es bella. Toda bella es María (Tota pulchra est, Maria).

     “Una sobrenatural, sublime belleza que nos vuelve ávidos de alcanzar una meta tan excelsa. ¿Se ha expresado jamás la naturaleza humana en una forma completamente perfecta? Desde Adán en adelante la humanidad no ha tenido esa fortuna, excepto en Nuestro Señor Jesucristo y en su Madre Santísima. Es esta hermana nuestra, esta Hija elegida de la estirpe de David, la que nos revela el diseño original de Dios en el género humano, cuando nos creó a su imagen y semejanza. Por tanto, el retrato de Dios lo podemos admirar en María, finalmente reconstituido, finalmente reproducido en la genuina y nativa belleza y perfección: ésta es una realidad que nos encanta y rapta, aplacando, diríamos, la encendida y nunca apagada nostalgia de belleza que llevan los hombres en el corazón...
María es perfecta en su ser; inmaculada en su naturaleza íntima, desde el primer instante de su vida. Nos quedaríamos admirando sin parar tal prodigioso reflejo de la belleza divina, hasta sentirnos, obviamente aunque tan diferentes, arcanamente consolados. Diferentes, porque María es única, la privilegiada, y nadie podrá jamás igualarla, ni siquiera aproximarse a Ella. No menos consolados, porque María es nuestra Madre, porque Ella nos representa aquello que todos tenemos en el fondo del corazón: la imagen auténtica de la humanidad inocente, santa. Nos devela los principios, porque María está en relación absoluta con Dios mediante la Gracia, porque su ser es todo armonía, candor, simplicidad,; es todo transparencia, gentileza, perfección; es todo belleza… Tota pulchra est, Maria...!” (Homilía de SS Pablo VI, del 8 de Diciembre de 1963).

Lourdes y la Inmaculada Concepción

         En Lourdes la Santísima Virgen se le aparece a Bernardette Soubirous en 18 ocasiones. El 25 de marzo de 1858, día de la decimosexta aparición, por pedido expreso del párroco de Lourdes, el P. Peyramale, Bernardette le pide a la Señora que le diga cuál es su nombre. Recién a la cuarta vez que se lo pregunta, la Señora le responde en dialecto: "Que soy era Immaculada Counceptiou", es decir, "Yo soy la Inmaculada Concepción". Bernardette, sin entender lo que le decía, qué significado podrían tener aquellas palabras, fue corriendo hasta el P. Peyramale para referirle la respuesta. Para el párroco ese fue signo inequívoco de autenticidad. Al mismo tiempo, a menos de cuatro años de la proclamación del dogma, la Santísima Virgen lo confirmaba en Lourdes como para que no cupiesen dudas acerca de la verdad de fe definida por Roma.

  
        
De estas apariciones, donde tantos milagros ha dispensado el Señor en honor a su Madre, podemos también sacar alguna otra conclusión. En la época de las apariciones, la gruta de Massabielle, donde la Virgen encontraba a Bernardette, era un lugar oscuro y sucio, húmedo y frío. María Inmaculada, toda blanca, pura y bella, desciende hasta ese lugar indicando que Ella, la enviada de Dios, viene a nuestras miserias para manifestarnos su amor, el amor de Dios. Dios nos ama. Dios ama a María y nos ama también a través de Ella y con Ella. 

        
Además, queda claro que la prerrogativa de ser la única Inmaculada Concepción, al punto de ser su propia identificación -pues no ha habido nunca, no hay ni habrá otra criatura humana concebida sin manchas- no es un privilegio que la Santísima Virgen se haya tenido para sí misma sino que, siendo Madre de todos los hombres, es capaz de descender hasta la más abyecta de las humanas miserias para venir a restaurar en nombre de su Hijo no sólo la salud corporal sino principalmente la del alma.

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
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3. Virginidad Perpetua de María
   
De la propia maternidad divina se desprenden estas otras prerrogativas, puesto que María ha sido virgen antes, durante y después del parto. La singularidad y excelencia de la maternidad divina que trae al mundo al Verbo Eterno en la carne conlleva el modo prodigioso en que es concebido, engendrado y dado a luz. Y esto, que supera a toda experiencia, puede ser intuido y comprendido cuando nos abrimos a la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones.  

         Decía el Papa Juan Pablo II, en la audiencia general del 10 de julio de 1996:

La expresión que se usa en la definición de la Asunción, "la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen", sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su santidad perfecta”.       

         Como nos enseña el Catecismo, desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo (CIC 496). En el llamado Credo de los Apóstoles, que consta de 12 artículos de fe, se profesa que santa María es “siempre virgen”.

         La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG 52) (CIC 499).

         Y la Iglesia ve en la virginidad de María, madre de Jesús, el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo" (Is 7:14 según la traducción griega de Mt 1:23).

 

         En el ámbito de la liturgia es de destacar que la celebración de la memoria de la santa Madre y siempre virgen María (mneme tes hagias Oeotokou kai aeikarthenou Marias) se celebraba en Antioquia ya hacia el año 370

 

Virgen antes del parto:

         Antes de concebir a Jesús, María era virgen y ello queda de manifiesto en la Sagrada Escritura “¿Cómo puede ser esto puesto que no conozco varón?” (no tengo relación con hombre alguno) Lc 1:34. También lo es en la misma concepción porque es por obra del Espíritu Santo “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1:35); “...lo engendrado por ella es del Espíritu Santo” (Mt 1:20).

         La concepción virginal de María siempre ha tenido objetores. Al respecto dice el Catecismo en su número 498: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquia da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios" (Eph 19:1;cf. 1 Co 2:8).

 

Virgen en el parto:

         No lo dice la Escritura pero sí toda la Tradición de la Iglesia y lo confirman revelaciones privadas. María dio a luz a Jesús sin perder su virginidad como “el rayo de luz atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo”.

 

Virgen después del parto:

         María permaneció Virgen después del parto de Jesús.

         “La designación de María como "santa, siempre Virgen e Inmaculada", suscita la atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios”. En esta clave, que mencionaba el Santo Padre Juan Pablo II (Audiencia general del 10 de julio de 1996), debe entenderse la réplica de la Santísima Virgen al ángel en la anunciación: “¿Cómo puede ser esto, puesto que no conozco varón?”. Una pregunta totalmente impropia si hubiera tenido intenciones de tener relaciones matrimoniales con su esposo José.

 

Los Padres de la Iglesia

         El Catecismo de la Iglesia nos recuerda que los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

        
. Así, S. Ignacio de Antioquia (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1:3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1:13), nacido verdaderamente de una virgen. ...Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ... padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2) (Cf CIC 496).

         Es también de este Padre de la Iglesia la célebre frase: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios". 

        
. San Agustín:"Por lo cual solamente esta mujer es madre y virgen, no sólo en el espíritu, sino también en el cuerpo".

         María "fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre" (S. Agustín, serm. 186, 1). 

        
. San Cirilo de Alejandría: "Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma de siervo. Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y divinamente has dado a luz. 
        
. San León Magno: …Ha nacido según un nuevo nacimiento, concebido por una virgen, dado a luz por una virgen, sin que atentase a la integridad de la madre. Tal origen convenía, en efecto, al que sería salvador de los hombres (...) Origen dispar, pero naturaleza común. Que una virgen conciba, que una virgen dé a luz y permanezca virgen, es humanamente inhabitual y desacostumbrado, pero revela el poder divino Por eso determinó nacer según un modo nuevo, pues llevaba a nuestros cuerpos humanos la gracia nueva de una pureza sin mancilla. Determinó, en efecto, que la integridad del Hijo salvaguardase la virginidad sin par de su Madre, y que el poder del divino Espíritu derramado en Ella (cfr. Lc 1:35) mantuviese intacto ese claustro de la castidad y esta morada de la santidad en la cual Él se complacía, pues había determinado levantar lo que estaba caído, restaurar lo que se hallaba deteriorado y dotar del poder de una fuerza multiplicada para dominar las seducciones de la carne, para que la virginidad -incompatible en los otros con la transmisión de la vida- viniese a ser en los otros también imitable gracias a un nuevo nacimiento(...) Alabad, pues, amadísimos, a Dios en todas sus obras (cfr. Sab 39:19) y en todos sus juicios. Ninguna duda oscurezca vuestra fe en la integridad de la Virgen y en su parto virginal. 

        
. San Juan Damasceno: Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen, la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto.  

        
. También los santos Ireneo y Justino, Tertuliano y otros hablan de la maternidad virginal de Jesús, en el sentido corporal más estricto.  
         San Ireneo, en su obra Contra los Herejes, formula la recapitulación de todas las cosas en Cristo a quien concibe como nuevo Adán. María es lo opuesto a Eva. Eva es tentada primero y luego lo asocia a Adán en el pecado para ruina de toda la humanidad. La reparación viene por María, nueva Eva, asociada a Cristo que es el nuevo Adán. Es en ese sentido que san Ireneo confronta a Eva con María diciendo que "la primera fue desviada por el discurso de un ángel (mensajero) para separarse de Dios después de violar Su Palabra, de tal modo que la última por medio de un discurso de un ángel recibió el Evangelio (Buen Mensaje) en su persona para que pudiera concebir a Dios, obedeciendo Su Palabra. Y aunque la primera desobedeció a Dios, la otra fue persuadida para obedecerlo… Y como la humanidad fue atada a la muerte por intermedio de una virgen, es salvada por medio de otra; por la obediencia de una virgen, la desobediencia de una virgen es corregida" (Adv Her. V,19).

 

         . En el siglo XIII el Aquinate y san Buenaventura también tratan el mismo argumento diciendo:          
         Santo Tomás de Aquino: "Se dice en el mismo símbolo que nació de la Virgen María, y es llamada Virgen en el sentido absoluto de la palabra, porque permaneció Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Hemos demostrado suficientemente que su virginidad no sufrió menoscabo antes ni después del parto. En el acto del parto tampoco sufrió menoscabo su virginidad".  
        
San Buenaventura:"...porque todas las otras mujeres concebían con concupiscencia, pero la bienaventurada Virgen concibió a Cristo sin varón y sin concupiscencia; y así empezó la novedad, y con ello fue restituida la perfecta inocencia".

         "Nace, en efecto, Dios, de la Virgen pero nace fecundándola y hermoseándola, sin aportillar ni corromper su integridad virginal, según aquello de Ezequiel 44; "esta puerta ha de estar cerrada por siempre...".

 

Dolor en el parto:

         Escribió el santo Tomás de Aquino (S.Th. III q.35,a.6): “no existió dolor alguno en aquel parto, como tampoco hubo corrupción de ninguna clase; se dio, en cambio, la máxima alegría porque había nacido en el mundo el Hombre-Dios, según palabras de Is 35:1-2...”

Documentos del Magisterio de la Iglesia

         A continuación se citan solamente algunos de los muchos documentos magisteriales acerca de esta prerrogativa.

 

         . La virginidad perpetua de María fue declarada Dogma por el Concilio de Letrán, de 649, convocado por el Papa Martín I, ante la herejía de los monotelitas.

         "Si alguno, de acuerdo con los Santos Padres, no confiesa propiamente y según verdad por Madre de Dios a la Santa y siempre Virgen María, que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró, permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado" (D 256 Can. 3).

 

        . La prerrogativa de la perpetua virginidad tuvo en san Ildefonso (606-667), obispo de Toledo, un acérrimo defensor. En el 675 el Concilio reunido en Toledo, tratando la Trinidad en el Símbolo de la fe y específicamente sobre la Encarnación, declara:

         “Creemos que, de estas tres personas, sólo la persona del Hijo, para liberar al género humano, asumió al hombre verdadero, sin pecado, de la santa e inmaculada María Virgen, de la que fue engendrado por nuevo orden y por nuevo nacimiento. Por nuevo orden, porque invisible en la divinidad, se muestra visible en la carne; y por nuevo nacimiento fue engendrado porque la intacta virginidad, por una parte, no supo de la unión viril y, por otra, fecundada por el Espíritu Santo, suministró la materia de la carne. Este parto de la Virgen, ni por razón se colige, ni por ejemplo se muestra, porque si por razón se colige, no es admirable; si por ejemplo se muestra, no es singular” (D-282).  

         . Concilio de Trento. Sobre la Trinidad y Encarnación (De la Constitución de Paulo IV Cum quorumdam, del 7 de agosto de 1555).

         “Como quiera que la perversidad e iniquidad de ciertos hombres ha llegado a punto tal en nuestros tiempos que de entre aquellos que se desvían y desertan de la fe católica, muchísimos se atreven no sólo a profesar diversas herejías, sino también a negar los fundamentos de la misma fe y con su ejemplo arrastran a muchos a la perdición de sus almas. Nos -deseando, conforme a nuestro pastoral deber y caridad, apartar a tales hombres, en cuanto con la ayuda de Dios podemos, de tan grave y pestilencial error, y advertir a los demás con paternal severidad que no resbalen hacia tal impiedad-, a todos y cada uno de los que hasta ahora han afirmado, dogmatizado o creído que Dios omnipotente no es trino en personas y de no compuesta ni dividida absolutamente unidad de sustancia, y uno, por una sola sencilla esencia de su divinidad; o que nuestro Señor no es Dios verdadero de la misma sustancia en todo que el Padre y el Espíritu Santo; o que el mismo no fue concebido según la carne en el vientre de la beatísima y siempre Virgen María por obra del Espíritu Santo, sino, como los demás hombres, del semen de José; o que el mismo Señor y Dios nuestro Jesucristo no sufrió la muerte acerbísima de la cruz, para redimirnos de los pecados y de la muerte eterna, y reconciliarnos con el Padre para la vida eterna; o que la misma beatísima Virgen María no es verdadera madre de Dios, ni permaneció siempre en la integridad de la virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto (...nec perstitisse semper in virginitatis integritate, ante partum scilicet, in partu et perpetuo post partum...); de parte de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con autoridad apostólica requerimos y avisamos... sea anatema” (D 993).

 

         . Una de las objeciones más frecuentes para negar la virginidad de María después del parto es por la mención que hace la Escritura acerca de hermanos y hermanas de Jesús. Esos vínculos de sangre no son los que hoy entendemos en el sentido estricto sino que en esas culturas del próximo y medio Oriente se extiende a los primos el nombre de hermanos. A propósito de tal equívoca interpretación, en el III Concilio de Cartago (397) se declaró:

         “A la verdad, no podemos negar haber sido con justicia reprendido el que habla de los hijos de María, y con razón ha sentido horror vuestra santidad de que del mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús nacer de una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser tan incontinente que, con semen de unión humana, había de manchar el seno donde se formó el cuerpo del Señor, aquel seno, palacio del Rey eterno…”. De la Carta 9 Accepi litteras vestras a Anisio, obispo de Tesalónica, de 392 (D-91).

         Dice el Catecismo al respecto: La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13:55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27:56) que se designa de manera significativa como "la otra María" (Mt 28:1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13:8; 14:16; 29:15; etc.) (CIC 500).

        
. El Concilio de Calcedonia (451), declara solemnemente que Cristo "en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad" (DS 301).  

        
. El Concilio de Constantinopla III (681) afirma que Jesucristo "nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad" (DS 555).

        
. Los concilios ecuménicos Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II declaran a María "siempre virgen", haciendo expresa mención de su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852).

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
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4. María Madre de la fe y de los creyentes

La Santísima Virgen es la llena de gracia desde el mismo instante de su inmaculada concepción y por lo mismo es la mujer plena de virtudes naturales y sobrenaturales, ordenadas todas a su misión de Madre del Hijo de Dios y a su fiel y directa cooperación en la salvación cumplida por su Hijo.

María es mujer de fe, de esperanza y de caridad como ninguna otra creatura había sido antes ni jamás lo ha de ser. 

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Cuando Ella visita a Isabel recibe estas palabras de su pariente: "Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor " (Lc l:45). Es el mismo Espíritu Santo quien habla por boca de Isabel quien declara a María dichosa por haber creído, por haber tenido fe y no haber padecido ni la mínima sombra de duda en Dios, cuando le fue anunciado el misterio de la Encarnación. 

María no dudaba ante lo que para otros podría haber sido absurdo o alucinante por lo increíble. Ella, si no entendía, mantenía su fe en el estupor y "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, l9). 

         El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, en el punto 56, a propósito de su fe y obediencia en el plan divino de salvación, dice:

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         “El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la Encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuirá a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la vida misma que renueva todas las cosas y que fue adornada por Dios con dones dignos de tan gran oficio. Por eso, no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia" (cf. Lc 1:28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero". Por eso, no pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman: "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe"; y, comparándola con Eva, llaman a María Madre de los vivientes, y afirman con mayor frecuencia: "La muerte vino por Eva; por María, la vida".

         También el Catecismo de la Iglesia recuerda en el número 511: "La Virgen María "colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres" (LG 56). Ella pronunció su "fiat" "loco totius humanae naturae" ("ocupando el lugar de toda la naturaleza humana") (Santo Tomás, s.th. 3, 30,1 ): Por su obediencia, Ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes”.

         S.S. Juan Pablo II en la catequesis del 13 de agosto de 1997 dijo:

         La constitución Lumen gentium, al profundizar en la maternidad de María, recuerda que se realizó también con disposiciones eminentes del alma: «Por su fe y su obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe no adulterada por ninguna duda al mensaje de Dios, y no a la antigua serpiente» (n. 63).

           Estas palabras ponen claramente de relieve que la fe y la obediencia de María en la Anunciación constituyen para la Iglesia virtudes que se han de imitar y, en cierto sentido, dan inicio a su itinerario maternal en el servicio a los hombres llamados a la salvación.
         La maternidad divina no puede aislarse de la dimensión universal, atribuda a María por el plan salvífico de Dios que el Concilio no duda en reconocer. «Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (cf. Rm 8:29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre» (Lumen gentium, 63). 

 

         Ciertamente que cuando decimos que la Santísima Virgen María era una mujer de fe como nunca la hubo, no queremos decir que se tratase de una fe luminosa la suya, en el sentido de que todo le era evidente, sino de una fe firme, inamovible, que se trasunta en su absoluta obediencia.

 

         “El Concilio Vaticano II dice que María avanzó en la peregrinación de la fe (LG 58).

 

         El Evangelio nos muestra que la fe de María es una fe oscura, una fe en camino, como la de Abraham, que no conoce el futuro ni comprende de primeras todo lo que está sucediendo. Ya en el mismo relato de la Anunciación, María se pregunta qué significado puede tener el saludo del ángel (Lc 1:29), y dice admirada: Cómo será esto posible (Lc 1:34). Una vez nacido Jesús, se asombra de lo que dice Simeón sobre el niño (Lc 2:33-35) y, cuando Jesús crece, no entiende lo que el hijo le dice (Lc 2:50). Probablemente tampoco figuraban en el guión de la propuesta del Señor las concreciones de los sinsabores vividos con y por el hijo, las habladurías e interpretaciones, no siempre amables, que la gente podría hacer de su virginidad, ni tantos imprevistos que, en su función materna y como creyente, tuvo que afrontar. Como dice Aristide Serra comentando la fe de María:

                   "Creer no es un privilegio que nos dispense de la fatiga común de vivir. El rostro del verbo encarnado se busca en la banalidad de lo cotidiano, entretejida de alegrías y penas, luz y tinieblas, de amor y desamor, de muerte como premisa de la resurrección" [1].

 

         Ninguna vocación, por muy nítida que sea, puede prever cada una de las vicisitudes por las que va a tener que pasar. Que María sea instrumento voluntario y consciente en la obra de salvación no significa que ha visto de antemano todos los pormenores de la existencia que le espera. Su a la maternidad es lúcido y, al mismo tiempo, sin condiciones ni cálculos porque es un al plan de Dios. Su fe se va enriqueciendo cada día por la meditación y el discernimiento: María guardaba todas estas cosas en lo íntimo del corazón (Lc 2:19; Lc 2:59).

         En la encíclica Redemptoris Mater, Juan Pablo II dice que María, en la Anunciación, ha respondido a Dios con todo su "yo" humano y femenino [2]. Ve en ese de María la aplicación concreta de lo que dice el Concilio Vaticano II sobre nuestra actitud de fe. Dice la constitución sobre la divina revelación, a la que se refiere Juan Pablo II:

                   "Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse en la fe (Rom 16:26; Rom 1:5; 2 Cor 10:5-6). Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece 'el homenaje total de su entendimiento y voluntad', asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede 'a todos gusto en aceptar y creer la verdad'. Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones” (Extraído de “María mujer de fe, madre de nuestra fe” de Ignacio Ocaña).

 

         María es Madre de los creyentes porque es Madre de la fe. Su fe es más grande incluso que la de Abraham a quien llamamos padre de la fe. La Santísima Virgen María nos enseña a ser verdaderos creyentes, humildes y obedientes. A abandonarnos confiadamente en Dios aceptando sus misterios y meditándolos en el corazón. 


     [1] Serra, Aristide: Maria, una fede in cammino en Credete al vangelo de AA.VV., EDB (Parola, Spirito e Vita nº 17) 1988, pág. 100.

     [2] Juan Pablo II: Redemptoris Mater, 13.


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5. María Madre de la Esperanza

          
         
Antes de la Anunciación de su maternidad divina, Ella participa y resume toda la esperanza de Israel en la venida del Mesías. Seguramente Dios no le habría ocultado la inminencia de esa venida, como tampoco la ignoraban Simeón y todos los demás justos contemporáneos de la Virgen. Lo que sí ignoraba la Santísima Virgen era que en Ella recaería la plenitud de la gracia: ser la Madre de su Señor.

          Si ya por ello ocupa la Virgen un lugar único en la historia de la salvación, porque se nos presenta como la Mujer de la esperanza y de la fe, en grado eminentísimo se manifiestan esas virtudes suyas durante toda la Pasión de su Hijo. Contrariamente a lo ocurrido con los discípulos que desesperaron y no creyeron las palabras del Señor -las que tantas veces había repetido diciendo que era necesario que el Mesías padeciese y fuese muerto y que al tercer día resucitaría de entre los muertos- la Santísima Virgen es la que espera cuando todo se oscurece, en el momento del aparente triunfo de las tinieblas; cuando su dolor es infinito, en la mayor soledad, desde la muerte de Cristo hasta el de su Resurrección. 

La Madre del Señor sufrió el dolor más desgarrador que podamos imaginar al pie de la cruz y la mayor de las soledades, pero nunca desesperando sino en la esperanza cierta de la victoria de su Hijo sobre la muerte. Ella es quien sufre en el alma la Pasión de su Hijo, el dolor por el mal de toda la humanidad presente en el Gólgota, el abandono de Dios cuando la noche cae sobre el mundo y el Padre parece ausente. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ese grito de Jesús en la cruz quedaría clavado en el corazón de la Madre. Dolor pero no desesperación. Dolor misteriosamente dulce por la esperanza que lo sostiene iluminada por la fe en su Dios y Señor. 

Pleno de esperanza y de oración, con los Apóstoles, es también el tiempo que va desde la partida del Señor a los cielos hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. 

 

María es la Mujer que se anuncia en el Génesis, en el llamado Protoevangelio (Gen 3:15) o primer buen mensaje o anuncio, donde ya despunta la esperanza salvífica.

Dirigiéndose a la Serpiente dice Dios: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”.  En este pasaje, según la exégesis judía basada sobre la versión griega y retomada por los Padres de la Iglesia, no es el linaje en sí sino que aparece alguien determinado de esa descendencia que será quien tendrá la victoria final. Sobre ese indicio se erigía la esperanza mesiánica de la humanidad en un Salvador vencedor de Satanás. Junto al Mesías está su Madre por quien él viene al mundo. Es la Mujer profetizada en el Génesis, no Eva sino que se develará en María la Nueva Eva, a quien Cristo legándola como Madre de la humanidad, dará el poder para luchar contra Satanás y vencerlo. Esta victoria está reflejada en la versión latina -que traduce: “ella te pisará la cabeza”-  y que constituye la tradición mariológica de dicho pasaje. Con ello no se antepone la Madre al Hijo, único Redentor de la humanidad sino que se realza la figura maternal al unirla muy particularmente a la guerra que Cristo mantiene con el Enemigo y a su victoria final. En este sentido resulta muy significativa la imagen franciscana de la Virgen con el Niño quien con un tridente, desde los brazos de su Madre, atraviesa a la serpiente. Dios no sólo asocia a la Santísima Virgen en la victoria sobre el demonio y sus secuaces sino que la hace verdadera protagonista de esta lucha (ver Apocalipsis cap. 12). Por lo mismo, cuando somos atacados por los espíritus de las tinieblas depositamos nuestra confianza en su protección y en el ritual del exorcismo se reserva una parte a la invocación a la Virgen y al rezo del Santo Rosario.

 

Significativamente, con el nombre de Mujer, Jesucristo se dirige a su Madre y al discípulo predilecto diciendo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”... Ahí, tienes a tu madre” (Jn 19:26-27). Es el legado que nos deja en la cruz: María Madre de todos los hombres. A partir de entonces no habremos de experimentar orfandad alguna porque sabemos que siempre estará nuestra Madre socorriéndonos y consolándonos en momentos de dificultad y dolor. 

 

“Reina y Madre de misericordia, Abogada nuestra, Socorro de los afligidos, Auxilio de los Cristianos, Refugio de los pecadores” son más que letanías que los hijos agradecidos le hemos dado, son títulos convalidados a lo largo de la historia de la cristiandad.  

 

Al final de los tiempos también aparece la Santísima Virgen como signo grandioso y pleno de esperanza en los cielos: “la Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12:1). Son los tiempos de la gran apostasía y también de las grandes apariciones marianas. Cuando Ella viene a dirigir la batalla final contra el Dragón, la Serpiente antigua llamado también diablo y Satanás. Y aparece la Virgen sufriendo “los dolores del parto y el tormento de dar a luz” (Ap 12:2) a los nuevos hijos, a esos que guardarán “los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12:17).

 

María por cierto merece el título de Madre de la esperanza. Cuando parece que el mundo cae en el abismo, que todo está perdido, que todo colapsa y el mal tiene la victoria, cuando Satanás se enseñorea sobre la humanidad, aparece la Virgen Madre de Dios. Aparece la luz esperanzadora de su presencia y de su voz. Aparece toda la majestad augusta y el amor inconmensurable de su maternidad. 

 

En estos tiempos de general apostasía y de consecuente destrucción del hombre, la Madre de Dios nos asegura con su presencia el favor del cielo, la victoria de nuestro Señor sobre el pecado, la muerte y sobre Satanás. Ella viene a traernos la luz de Cristo. Ella viene a llevarnos a Cristo, Ella viene a defender a la Iglesia y a su Pastor. Su presencia continua reaviva y fortalece nuestra esperanza e ilumina nuestra fe.

 

¡Madre de todos los hombres, Madre de todos los pueblos, Madre de la Iglesia, Madre de la Esperanza! Atribulados clamamos tu protección y Tú, hoy como ayer, nos devuelves la esperanza perdida y nos cobijas en su Manto protector.

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
www.mensajerosdelareinadelapaz.org 


Títulos anteriormente enviados:

Prerrogativas de María /María Madre de DiosLa Inmaculada Concepción / Virginidad Perpetua de María
María Madre de la fe y de los creyentesMaría Madre de la Esperanza /

Títulos en preparación:

María Madre de la Caridad - Virtudes cardinales en la Virgen - María discípula de Cristo y primera cristiana - 


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