Comentario de los mensajes

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2 de febrero de 2013

Queridos hijos, el amor me conduce a ustedes -el amor que también deseo enseñarles- el verdadero amor. El amor que mi Hijo les mostró cuando murió en la cruz por amor hacia ustedes. El amor que está siempre listo a perdonar y a pedir perdón. ¿Cuán grande es el amor de ustedes? Mi Corazón materno se entristece cuando busca el amor en sus corazones. No están dispuestos a someter por amor vuestra voluntad a la voluntad de Dios. No pueden ayudarme a hacer que aquellos que no han conocido el amor de Dios lo conozcan, porque no tienen el amor verdadero. Conságrenme sus corazones y yo los guiaré. Les enseñaré a perdonar, a amar al enemigo y a vivir según mi Hijo. No teman por ustedes. Mi Hijo no olvida en la aflicción a los que aman. Estaré junto a ustedes. Rezaré al Padre Celestial para que la luz de la eterna verdad y del amor los ilumine. Recen por sus pastores para que, a través de vuestro ayuno y vuestra oración, puedan guiarles en el amor. Gracias.


          Al contemplar la cruz de Cristo, meditando su Pasión se aprende el verdadero significado del amor. Amor, no es sentirse atraído por las pasiones del momento, tratando de satisfacer los instintos, disfrutando del otro como si fuese un objeto desechable. ¡Eso no es amor! El amor es darse y procurar siempre el bien, ese bien que viene de Dios, que es seguir su perfecta voluntad. No es un apropiarse sino un respetar y darse. El verdadero amor requiere perdón. El perdón dado y perdón pedido, y primero de todo a Dios. Perdonar es purificar el corazón. Sin un corazón puro, no se puede subir a la montaña espiritual del amor.
          Todos necesitamos ser perdonados por Dios, somos necesitados de su misericordia, y también tenemos que perdonar para que nada oscurezca nuestras almas, para que ningún sentimiento negativo nos aleja del Señor.
          Hay muchos que ni siquiera saben que han pecado, porque se ha perdido la noción de pecado y entonces la conciencia es ofuscada o sofocada por la contumacia en el pecado. Sin embargo, esto no quita que el pecado igualmente tenga un efecto devastador sobre la persona. Lo mismo ocurre con el perdón que no es dado: el rencor como todo sentimiento negativo corroe el alma, el odio la destruye. Al no querer perdonar, la persona se autoexcluye del perdón de Dios, porque el perdón de Dios está condicionado a nuestro perdón. Lo decimos en cada Padrenuestro: perdona nuestras pecados -"nuestras ofensas"-, es decir nuestras ofensas a Dios que son los pecados que cometemos, “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden", es decir aquellos que nos hieren de tantos modos como ridiculizándonos, ignorándonos, calumniando, cometiendo violencia.
          Por ello, debemos pedir perdón a Dios por nuestra falta de amor y de verdad. Reconozcamos el mal que anida en nuestro corazón, el mal que hemos cometido y cometemos y pidámosle perdón. Que Él nos perdone por nuestra arrogancia y orgullo que se ponen de manifiesto cuando la menor cosa nos hiere. Que nos dé su perdón por las veces que no somos instrumentos de paz sino de discordia, y por las veces que hemos endurecido el corazón y no vimos el dolor de los demás o que no hemos sido capaces de dar una palabra de consuelo, de conforto, de cercanía a quien de ello tenía necesidad. El Señor tenga misericordia de nosotros cuando permanecimos en el odio, el rencor. Que nos perdone por no haber perdonado, por las veces que no hemos sido misericordiosos. Misericordia y perdón van juntos. Ser misericordioso es la condición que el Señor requiere de nosotros para recibir su misericordia. "Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará: una medida buena, apretada y rebosante, será derramada en vuestro regazo, porque con la medida con la que medís se os medirá a vosotros" (Lc 6:36-38), y también "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia "(Mt 5:7).

          Tenemos que llegarnos ante el Santísimo Sacramento o ante un Crucifijo y arrodillados dirigir nuestra mirada y nuestros corazones a Él, diciendo: "En tu nombre, Señor, renuncio al odio y perdono a todos los que, a lo largo de mi vida, me han herido con insultos, calumnias, violencias, burlas, desprecios, indiferencia. Yo los perdono, perdónales Tú, oh Señor. Bendícelos y bendíceme".

          Tenemos miedo de Dios, de Su Voluntad. ¿Qué me ha de pedir Dios? Esto se debe a que somos mezquinos. Tenemos que dejar de ser mezquinos en la ofrenda a Dios y en el dar a los demás. Tenemos la mano abierta para pedir y el puño cerrado para dar. Requerimos atención para nosotros y no somos capaces de dar nuestro tiempo a Dios y a los demás. Donde hay mezquindad no hay amor. Para el mezquino todo es pequeño, muy pequeño, su corazón es pequeño y cerrado. Está cerrado al amor, que es cerrado a la gracia. Quién no da no puede recibir.
          Y como la voluntad sin la gracia nada puede, para recibir la gracia la Santísima Virgen nos pide que consagremos nuestros corazones a su Corazón Inmaculado, para que podamos -como el niño que se alimenta de la madre- recibir de Ella sus mismos sentimientos. Nuestra Madre celestial busca ensanchar nuestro corazón, enseñándonos a amar como Ella ha amado y ama, como el Señor quiere que se ame. Ella que como su Hijo ha amado y perdonado hasta el extremo, nos enseñará qué significa perdonar y nos mostrará que el perdón es la condición y la consecuencia del verdadero amor.
          Ella busca nuestro propio bien y al mismo tiempo sabe que el amor que recibimos, no acaba en nosotros. Cuando se ama se va siempre hacia el otro. Así sí podremos ser sus instrumentos para la salvación de otros hijos que no conocen el amor de Dios.
          Nuestra Señora nos llevará a la Fuente del Amor: Dios mismo. El camino es Cristo. Jesucristo es el Camino al Padre, y al otro que -de alejado e ignorado que lo teníamos- se convierte en prójimo. Ella está siempre con nosotros, junto a nosotros e intercediendo por nosotros. Intercede ante nuestro Padre Celestial para que envíe el Espíritu Santo sobre nosotros, para que el Espíritu, que viene por Jesús, nos ilumine con la verdad y el amor verdadero.
          Como ya es un hábito, dictado por la necesidad y la urgencia de los tiempos, la Reina de la Paz pide oración y ayuno por los pastores. A esto hay que añadir ahora la noticia de la renuncia del Santo Padre. Oremos a Dios por nuestro querido Papa, Benedicto XVI, y también oremos por todos los cardenales que elegirán al nuevo Papa y por él. Recemos por todos los sacerdotes:

          Señor Jesús, que has querido edificar tu Iglesia sobre la roca de Pedro, te damos gracias por la luminosa guía de Benedicto XVI en estos tiempos oscuros, por su sabiduría unida a la humildad y por todas las gracias con que Tú lo has revestido. Que ahora reencuentre las fuerzas del alma y también del cuerpo y pueda aún darnos esas valiosas reflexiones recibidas en los encuentros íntimos Contigo. Te rogamos también por el Cónclave de los cardenales y por el nuevo Papa que deberá guiar tu Barca en estos tiempos tan difíciles.
          Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento del altar, que has querido perpetuar tu presencia entre nosotros a través de tus sacerdotes, dispón siempre para que sus palabras sean las tuyas, sus gestos sean tus gestos, su vida sea fiel reflejo de tu vida, su amor por ti en la Eucaristía se refleje en sus celebraciones y predicaciones; que sean hombres que hablan a Dios de los hombres y a los hombres de Dios; que no tengan miedo de tener que servir, servir a la Iglesia en el modo que ella tiene de ser servida; que sean testigos del Señor en nuestro tiempo caminando por las calles de la historia con tus propios pasos y haciendo el bien a todos; que sean fieles a sus compromisos, celosos de su vocación y de su donación, espejo luminoso de su propia identidad, viviendo en la alegría por el don recibido.
          Te lo pedimos por tu Madre María Santísima: Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amén.

P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org

25 de febrero de 2013

¡Queridos hijos! También hoy los invito a la oración. El pecado los atrae hacia las cosas terrenales, yo, por el contrario, he venido a guiarlos hacia la santidad y hacia las cosas de Dios; sin embargo, ustedes se resisten y desperdician sus energías en la lucha entre el bien y el mal que están dentro de ustedes. Por eso hijitos, oren, oren, oren hasta que la oración se convierta para ustedes en alegría, así su vida se convertirá en un simple camino hacia Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado.


          Permítaseme comenzar con una reflexión personal con la esperanza que sirva a otros hermanos también. La reflexión en cuestión es la siguiente: Al recibir un mensaje de la Santísima Virgen la primera confrontación que debería hacer es conmigo mismo. Sé muy bien que no va dirigido a “otros” sino a “nosotros”, es decir también y sobre todo a mí. Por esto, debo dejarme interpelar por el mensaje sin oponer resistencia ni excusa alguna. En este presente caso estoy obligado a ver en qué y cuánto sigo aferrado a las cosas terrenales y cuánto pecado oculto hay todavía en mí.

          En cada uno de nosotros se libra constantemente un combate espiritual ya que por nuestra naturaleza caída tenemos una tendencia hacia el pecado, la llamada concupiscencia, que es esa propensión -que nos viene del pecado original- de obrar el mal. A ello constantemente se suma la acción del Tentador, que conoce nuestras debilidades y nos presenta como bueno y apetecible lo que es esencialmente malo. Y aún no deseando hacer o hacernos el mal, si la atracción es grande, si el pecado está arraigado nos podemos volver, sin desearlo, cómplices del Demonio y víctimas de nosotros mismos. ¿Cuántas veces no se pone dilaciones al emprender un verdadero camino de conversión o bien se oculta la persona en el mal y no se busca prontamente la reconciliación con Dios, la misma salvación –que de eso se trata-, porque hay un deleite o una atracción hacia aquel mal que no se quiere abandonar? El cerrarse en sí mismo permaneciendo en el pecado u ocultándolo al confesor, da poder al Enemigo para que haga su obra de destrucción. Quien no confiesa su pecado permanece bajo el dominio del Espíritu del Mal que actúa en la oscuridad y en la soledad para la perdición del alma, mientras que recurriendo al sacramento en busca del perdón de Dios hace que ese poder de las tinieblas sea aniquilado ante la luz de Cristo. De ese modo reconoce en el sacramento el poder de su Misericordia y a Él como único Señor y Salvador.

          La Santísima Virgen nos exhorta a despertar a nuestra realidad ante Dios, a ser vigilantes para poder detectar la cizaña que se arraiga en los pensamientos, en las actitudes, y por supuesto en las acciones.
          La oración no puede llevar a la alegría si el corazón se enturbia con el pecado. El pecado es portador de tristeza. Para alcanzar esa oración que se vuelve alegría hay que purificar el corazón en cada confesión precedida de un verdadero examen de conciencia y unida a la contrición necesaria para alcanzar el perdón de Dios. En el momento de la confesión sacramental el mal queda al descubierto, la persona se reconcilia con Dios recuperando su amistad y junto al perdón se recibe la gracia –del fortalecimiento de la voluntad- necesaria para la lucha contra las tentaciones y la recaída en aquel mal. Por eso mismo, ante el pecado cometido no debe haber dilaciones en acudir a la confesión porque cuanto más tiempo pase mayor es el dominio del mal sobre la persona. Al sacramento de la confesión(1) se debe acudir con corazón contrito y con sinceros propósitos de enmienda. Tal contrición no es otra cosa que el alma dolorida por el pecado cometido al que se detesta. Es decir que quien va con esa disposición se acusa a sí mismo; no va al confesor –como suele lamentablemente ocurrir- a auto justificarse ni a acusar a otros. El penitente es alguien que asume su propia responsabilidad por el mal cometido y que confiesa todos los pecados graves (mortales) que no haya antes confesado.

          Frente a la realidad del mal y por encima de ella está la gracia y el llamado de Dios al bien y a la santidad. Ese llamado persiste aún cuando el corazón esté endurecido y sucio y la conciencia sofocada por la contumacia en el pecado. Para Dios, como también para nuestra Madre del Cielo, ninguna vida está definitivamente perdida, todo fracaso es susceptible de enmienda y la tristeza y el lamento puede transformarse en perenne alegría y agradecimiento a Dios.

          Entre nosotros y la santidad se levanta el muro del yo, que es del egoísmo, el orgullo, la envidia y hasta el victimismo que hace que la persona, por la razón que fuera, se vea siempre como víctima de otras. Es por eso que el camino para vivir los mensajes, más aún para vivir el Mensaje Evangélico, es el de la humildad y de la verdad sobre sí mismo. Quien se encierra en sí mismo, aunque rece su oración poco podrá elevarse y cuando recite el “líbranos del mal” del Padrenuestro pensará en el mal que pueda caerle o venir de otros y no verá que tal petición va dirigida primero al mal que está en su corazón y al que comete a otros e hiere a Dios.
          Impedir que la cizaña del corazón se arraigue y que, en cambio, crezca el buen grano depende de nuestros esfuerzos y acogida a la gracia y de la resistencia al mal. Esa es la lucha espiritual que cada uno debe librar sabiendo que es asistido y sostenido por la gracia.

          Sin embargo, esa lucha trasciende la persona ya que otro combate mayor por nuestras almas es el que libra la Santísima Virgen, Nuestra Madre, la Mujer vestida de sol y coronada de doce estrellas, con el Dragón. Éste es el drama que en nuestro tiempo se presenta con mayor fuerza (y gran evidencia, para quien quiera verlo) que nunca antes en la historia. Por eso, porque Satanás está más activo y agresivo que nunca, porque se ha infiltrado en el mismo santuario y ataca furiosamente desde dentro y fuera de la Iglesia, es que la Madre de Dios y Madre nuestra se manifiesta con su presencia reaseguradora –a lo largo de tanto tiempo y con tanta insistencia- con la cercanía que nos transmite en sus mensajes. No dice cosas nuevas y repite mucho lo que dice porque aunque todo haya sido dicho, todo también es de recordar y todo aún por hacer.
          El mensaje que más hemos escuchado ha sido el de la oración. Cada uno de nosotros debe responderse a sí mismo cuánto hemos avanzado en la oración. Porque no se trata sólo de cantidad sino de calidad de la oración. Ella nos pide la oración que se vuelve vida. La oración por la que respira el alma y sin la cual no se puede vivir. La oración de quien tiene constantemente puesta la mirada hacia lo Alto y el corazón anhelante de Dios. “Oren, oren, oren hasta que la oración se convierta para ustedes en alegría”, repite ahora.
          Podría quizás llamarnos la atención que en momentos tan difíciles para la Iglesia y el mundo, en momentos en que los cristianos son perseguidos y especialmente los católicos lo han de ser aún más, Ella nos hable de alegría. El posible asombro se disipa cuando se ve que no existe contradicción alguna entre el mensaje y las circunstancias en las que vivimos y las que hemos de vivir sino, por el contrario, que el mensaje significa la afirmación de la gracia. Tengamos siempre presente –bastante necesidad habremos de ello- que la Reina de la Paz nos ha dicho: “quien ora no teme al futuro y quien ayuna no teme el mal”.
         
Es la gracia de Dios, a la que insistentemente nos llama la Santísima Virgen, la que hace que la oración se torne en alegría por ser encuentro celestial y certeza de bienes futuros.

          El Santo Padre, en su última audiencia general de hoy, 27 de febrero, hablando a los fieles de lengua castellana dijo: Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia”.
         
Queridos hermanos, recemos todos, con el corazón abierto y el Rosario en el puño, por nuestro querido Benedicto XVI, por los Cardenales electores, invocando en todo la protección de nuestra Madre y Madre de la Iglesia.

P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
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1. También llamado penitencial o de reconciliación con Dios.


 

2 de marzo de 2013
Dado a Mirjana

Queridos hijos, maternalmente los llamo de nuevo: no sean duros de corazón. No cierren los ojos a las advertencias que por amor el Padre Celestial les manda. ¿Lo aman ustedes por encima de todo? ¿Se arrepienten de que a menudo olvidan que el Padre Celestial por su gran amor envió a su Hijo para redimirnos por la cruz? ¿Se arrepienten por no haber aceptado el mensaje? Hijos míos, no se resistan al amor de mi Hijo: No se resistan a la esperanza y a la paz. Junto con sus oraciones y ayunos, por su cruz mi Hijo expulsará la oscuridad que quiere rodearlos y dominarlos. Él les dará la fortaleza para una vida nueva. Viviendo según mi Hijo serán ustedes una bendición y una esperanza para todos aquellos pecadores que vagan en la oscuridad del pecado.
Hijos míos, ¡vigilen!. Yo, como Madre, estoy velando con ustedes. Estoy orando y velando especialmente por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado para que sean para ustedes portadores de luz y portadores de esperanza: por vuestros pastores. Gracias.

          Es necesario –y se verá porqué- comenzar la reflexión de este mensaje tan importante con una retrospectiva de estos más de 31 años de presencia manifiesta de la Santísima Virgen entre nosotros caracterizados por, diríamos, un estilo definido. Ese estilo ha sido el de nunca acusar a nadie, nunca asustar tampoco, nunca hablar de calamidades ni inminentes ni futuras. No se encontrará entre todos los muchísimos mensajes ni siquiera uno de esos. Su tono ha sido siempre de confianza y de exhortación e invitación, se ha lamentado sí de nuestra falta de respuesta, y siempre con paciencia ha repetido lo esencial para nuestra salvación, comenzando por la oración, que es nuestra relación con Dios y que si falta nada es posible. Por cierto que quien rastree todos los mensajes tampoco encontrará nada que mínimamente pueda significar una desviación a la fe o a la moral cristiana. Ha dicho lo que la Iglesia conoce, pero que –justo es reconocerlo- en la gran mayoría de los casos ha dejado de decirlo. En varias ocasiones, Ella ha hablado también de la acción y del poder del Enemigo. Constantemente nos llama a las realidades trascendentes y a vivir y obrar para la eternidad. Nos trae la esperanza, nos llama a la fe y nos muestra el camino del amor. Ese mismo camino que le hace recorrer la distancia infinita desde su realidad de eternidad a la nuestra. Viene de este modo extraordinario en todo sentido (1) porque nos ama muchísimo más de lo que podamos nosotros imaginar. “Si supieran cómo los amo llorarían de alegría”, ha dicho. Su señal es el viento. Viene traída por el Espíritu. Viene a enseñarnos, a advertirnos, a llamarnos a obrar en la salvación junto a Ella. Viene la Santísima Madre a llevarnos a su Hijo, a rescatarnos y salvarnos. No hay dudas: su presencia nos ha abierto a los tiempos de la gran batalla entre Ella, la Mujer, y el Enemigo de Dios y de nosotros, Satanás, su enemigo.

          No es posible objetar nada de los mensajes que ha dado y sigue dando en Medjugorje. A la vista están los ingentes frutos de conversión y las gracias que se derraman. Están a la vista de quien quiera verlo. Cuando se intenta dar explicaciones a la gracia se frustran en el absurdo y no se explica nada. Como por ejemplo, decir que donde se reza pasan esas cosas. Pero, ¿Por qué no se responde que allí se reza como en ningún otro lado? ¿Y que eso es fruto de la gracia no de la simple voluntad? Fue la corriente de gracia la que generó el fenómeno Medjugorje y no al revés. En y por Medjugorje cada día hay nuevos milagros de conversión. Conversión de la vida a Dios es un milagro de orden moral. ¿Por qué no se responde que allí se confiesa como en ninguna otra parte, incluyendo otros santuarios marianos? Y no sólo confesiones en cuanto a cantidad sino también a calidad. Personas que después de toda una vida, 30, 40 años y hasta más, acuden penitentes con el alma dolorida a la reconciliación con Dios. Si eso es tan explicable, entonces que quienes los explican no pierdan tiempo e imiten a Medjugorje. Que se pongan a rezar y a esperar que haya verdaderas conversiones. Y esto dicho sin ironía. Porque por cierto que si se reza, si los sacerdotes dan el ejemplo de oración, si tienen sus iglesias abiertas, si pasan horas delante del Santísimo y del confesonario, grandes cosas ocurrirán. Eso es así y hay demostraciones de esta evidencia.

          El Cardenal Schönborn declaró que decidió finalmente ir a Medjugorje porque “desde hace veinte años que gozo de sus frutos y ahora he decidido conocer el árbol”. El gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar decía que para conocer la autenticidad de Medjugorje había que ir allí a confesar y eso es lo que le recomendaba a los sacerdotes.

          ¿Por qué recordar todo esto? Ciertamente porque muchas veces lo olvidamos o se desconoce. Como, por ejemplo, olvidamos que cuando comenzaron las apariciones la aldea estaba en un país comunista, hostil a la religión (y eso lo experimentábamos los que íbamos allí en aquellos tiempos) y que unos chicos trataran de engañar a la gente cuando tenían al régimen en contra y hasta a la iglesia (porque al inicio el párroco no les creía, pensaba que los comunistas habían montado todo para desprestigiar a la Iglesia), no sólo no hubieran podido sacar ningún beneficio de fama, dinero o lo que fuere, sino que corrían el riesgo ellos de ser encerrados en una cárcel o manicomio y sus padres de ser severamente castigados. Sí, todo esto hay que recordarlo, pero el propósito va más allá. Es la guerra que se va a desatar cada vez más contra Medjugorje porque hay que acallar a la Virgen. Acallarla pese a que, como vemos, nada hay que lo justifique. Ni mensajes hostiles para nadie, ni desviaciones de ningún tipo o zonas grises, ni ánimo de fama o de lucro de parte de los actores principales (2), sino –por lo contrario- conversiones, personas que rezan y ayunan y aprenden a amar a la Iglesia y a comprometerse con ella, retorno a la sacralidad, adoraciones, grupos de oración, familias que rezan el Rosario, vuelta a los sacramentos. Por tanto, nada hay que justifique silenciar a la Virgen, ni siquiera que dé razón a cambiar la praxis de seguir con las peregrinaciones -no oficiales (3) pero acompañadas de guía pastoral- cuando demostrado está que grandes son los frutos.

          La Iglesia hasta ahora –hay que subrayar el “hasta ahora”- no ha reconocido el origen sobrenatural de los acontecimientos. Queda en pie la última declaración oficial, la de Zara de abril del 91 (pocos meses antes que se desatara la inesperada guerra balcánica, de la cual la Virgen sí ya venía advirtiendo desde hacía 10 años). No ha oficialmente reconocido la sobrenaturalidad porque no puede hacerlo mientras las apariciones están en acto. Pero, tampoco niega la sobrenaturalidad. Deja la cuestión abierta. Quedan sólo los hechos.

          Sin embargo, Satanás tiene prisa, mucha prisa. Le queda poco tiempo. La Iglesia ahora está con la sede vacante. Acabar con Medjugorje es la prioritaria intención diabólica. Estas apariciones y la propagación de los mensajes y de los frutos por todo el mundo, los varios millones de fieles que han pasado por allí y los quizás aún más que siguen lo que dice la Santísima Virgen aunque sin haber ido, ponen de manifiesto que en estos tiempos sólo Ella se alza en esta guerra contra el Enemigo y que Ella es portadora de gracias sobreabundantes. Acallarla es entenebrecer el mundo, acrecentando la confusión para desviar del recto camino. Acallarla implica que se hacen fuertes las voces de falsos profetas, de falsas apariciones.

          La oscuridad, las tinieblas, nos dice en este mensaje, quieren rodearnos y dominarnos. Pero también, nos recuerda que la victoria es de Cristo. La cruz vence y vence en nosotros cuando nosotros oramos y ayunamos. Vence cuando unimos nuestros pequeños sacrificios y nuestras súplicas al Sacrificio redentor del Señor. Podrá ser el futuro, incluso el próximo futuro, caótico y no seremos nosotros quienes disiparemos las tinieblas sino que Cristo vencerá en nosotros y con nosotros.

          La Santísima Virgen nos pide también fe y nos llama a confesarla, pero no simplemente recitando los artículos de fe, sino interpelándonos para que sepamos si nuestra fe es sólo declamada o es una fe vivida. Por eso nos pregunta si amamos y ponemos a Dios por encima de todo. De ese modo también nos está exhortando a que nada exterior, ningún acontecimiento, ninguna preocupación acerca del futuro, ninguna distracción, ninguna oscuridad nos desvíe de lo más importante: amar a Dios por sobre todas las cosas. Amar, adorarlo, darle continuamente gracias. Nuestro principal “hacer” es hacer que Él haga en nosotros: dejarnos transformar, dejarnos convertir el corazón. Para ello nuestra comunicación y acercamiento deben intensificarse.

          Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y responder en nuestro corazón cuánto amamos a Dios y cuánto nos amamos a nosotros mismos o sentimos más atracción por las criaturas y ponemos a Dios en segundo lugar.

          Nos sigue interpelando para que seamos conscientes de la grandeza del amor de Dios que en el Padre da el Hijo y el Hijo su vida de hombre para nuestra salvación. ¿Le agradecemos? Lo olvidamos a menudo. Pues, ¿nos arrepentimos de ello? ¿En qué consiste nuestro agradecimiento? ¿Pasamos, por ejemplo, tiempo con el Señor en adoración al Santísimo Sacramento? ¿Respondemos a su amor amándolo y amando a todos y sobre todo cuidando a los más débiles? ¿Qué hacemos en concreto como respuesta a su amor?

          “No se resistan” repite. Palabras que suenan a súplica, porque Ella sabe muy bien que esas resistencias se volverán tragedia. “No se resistan al amor de mi Hijo: No se resistan a la esperanza y a la paz” . Ello significa que resistir al amor de Jesucristo, a reconocerlo como único Salvador y hacerlo Señor de nuestras vidas, implicará caer en la desesperación y no encontrar ni la luz ni la paz por ninguna parte.

          No aceptar el mensaje es no aceptar el Evangelio, no aceptarlo al Señor, no aceptar ahora esta llamada extraordinaria de la Virgen para el momento actual. No aceptar el mensaje es permanecer en la dureza del corazón, en la ceguera que impide ver los signos de los tiempos que el Padre, desde su amor, nos envía. Signos grandes como esta larga y constante presencia de la Santísima Virgen con sus mensajes de amor.

          Por eso, seamos –como nos pide nuestra Madre- vigilantes, velemos (4) con las lámparas siempre encendidas de la oración, de la permanente adoración. Estemos alertas.

          Aún cuando en este mensaje no pide rezar por los sacerdotes, dice que vela y ora por ellos, especialmente para que sean -¡seamos!- portadores de luz donde hay oscuridad, portadores de la luz de la verdad y de la fe, y portadores de esperanza cuando la situación en que debamos vivir haga que ésta se debilite.

          Abramos aún más nuestro corazón al amor de Dios y amémoslo con con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y así podremos también servir, junto y guiados por nuestra Madre, a la salvación de tantos otros hermanos que están sumidos en las tinieblas. Esas tinieblas que amenazan envolvernos y dominarnos. Por eso, velemos con nuestra Madre. Estemos alerta en continua oración y ofreciendo sacrificios agradables a Dios.

P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
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(1) Extraordinario por la duración y la frecuencia, porque si bien en Laus la Virgen le apareció a Benoîte Rencurel durante 54 años, no lo hizo diariamente como en Medjugorje. Extraordinario porque no se limita al lugar sino que acompaña a los videntes y ellos así pueden “llevar a la Virgen” (es decir tener sus apariciones) en distintas partes del mundo. Extraordinario también por el alcance mundial.

(2) Eso no quita que luego muchos hayan cambiado su situación económica y que algunos puedan aprovechar la gran afluencia de peregrinos y por ende de dinero para mejorar su situación económica. De ese peligro advertía el P. Slavko Barbaric. Pero, queda en pie, que por años, desde el 81 y durante toda la guerra, hasta el 95 es de excluir intención de lucro cuando lo que acarreaba al sostener las apariciones y más el ser actor principal, era la persecución.

(3) Peregrinaciones oficiales de parroquias o diócesis implicarían reconocimiento oficial de las apariciones lo que no corresponde.

(4) Fijémonos, de paso, que no nos dice que está velando “por” nosotros sino “con” nosotros. Velar por nosotros podría suponernos un dejarse estar: “total la Virgen vela por mí”.


 

Reflexiones sobre los mensajes de los días 18 y 25 de marzo 2013

Mensaje del 18 de marzo de 2013 (a través de Mirjana)

¡Queridos hijos! Los invito a que con plena confianza y alegría bendigan el nombre del Señor, y que día a día le agradezcan, desde el corazón, por Su gran amor. Mi Hijo, mediante ese amor que con la cruz mostró, les ha dado la posibilidad que todo les sea perdonado, que no se deban avergonzar y ocultar, y que por temor, no le abran la puerta de vuestro  corazón a mi Hijo. Por el contrario, hijos míos, reconcíliense con el Padre Celestial para que se puedan amar a sí mismos, como mi Hijo los ama. Cuando se amen a sí mismos, podrán amar a los demás, podrán ver en los demás a mi Hijo y reconocer la grandeza de Su amor. ¡Vivan en la fe! Mi Hijo, a través de mí, los prepara para las obras que El quiere realizar a través de ustedes, a través de quienes desea glorificarse. Agradézcanle. En especial, agradézcanle por los pastores, por vuestros mediadores en la reconciliación con el Padre Celestial. Yo les agradezco a ustedes, mis hijos. Gracias.

Mensaje del 25 de marzo de 2013

¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia, los invito a tomar en sus manos la cruz de mi amado Hijo Jesús y a meditar acerca de Su Pasión y Muerte. Que vuestros sufrimientos estén unidos a Su sufrimiento y así vencerá el amor, porque El, que es el amor, por amor se dio a sí mismo para salvar a cada uno de ustedes. Oren, oren, oren hasta que el amor y la paz reinen en sus corazones. Gracias por haber respondido a mi llamado.

          Estos dos mensajes son en gran parte complementarios y ello permite ofrecer una reflexión única y común.

          La Santísima Virgen está hablando en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo singular de gracia, dentro del arco de tiempo existencial en el vivimos. Porque somos conscientes que vivimos un tiempo de gracia especial en el que el Cielo –cuando la confusión y el mal quieren todo dominarlo- viene en nuestra ayuda.
          En la Cuaresma, la liturgia nos conduce a una mayor meditación de la Pasión y la Muerte del Señor. Meditar significa entrar en la profundidad del misterio de ese insondable amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Ese amor es absolutamente gratuito y nuestra respuesta a tal magnificente gratuidad debe ser la gratitud.
          Al contemplar desde la fe el cuerpo exangüe de Cristo en la cruz, suspendido entre cielo y tierra, se nos hace evidente que aquel amor ha vencido al dolor y a la muerte (1).

          Pero, la cruz nos dice algo más y es lo que expresa nuestra Madre cuando nos invita a unir nuestros sufrimientos al de su Hijo para que también los nuestros sean causa de redención. Nos está diciendo que el sufrimiento tiene sentido cuando, unido a la cruz, es entregado a Dios, porque el poder del amor de Dios lo acoge y transforma para volverlo fecundo, originador de nueva vida.
          La cruz es el icono del amor y la fuente de nuestra justificación en el perdón del Padre por el sacrificio del Hijo. La Santísima Virgen nos dice: “Mi Hijo, mediante ese amor que con la cruz mostró, les ha dado la posibilidad que todo les sea perdonado”. Y esto es siempre un motivo de gran felicidad.

          Ante la confusión reinante por la que muchos piensan que Dios siempre perdona y por eso no debo preocuparme por la salvación o dicho de otro modo, finalmente todos se salvan, la Santísima Virgen recuerda una verdad que debería ser elemental pero que lamentablemente no lo es. Ella no dice que todo nos será perdonado sino que tenemos la posibilidad que todo nos sea perdonado. ¿De qué depende, entonces, el perdón? No de quien lo da sino de quien lo debería recibir. Depende del arrepentimiento y de la aceptación de Jesucristo como único Salvador. Depende de pedirlo y de acoger la Misericordia Divina (2). Por otra parte, nos recuerda la Reina de la Paz que hay muros que impiden que la persona acuda al confesor en busca del perdón. Los impedimentos que deben de inmediato desecharse son el avergonzarse y ocultarse, como hicieron nuestros padres Adán y Eva cuando pecaron; y el temor que cierra la puerta del corazón a Quien está llamando.
          La reconciliación pasa por la Iglesia y en concreto por el sacerdote confesor. Hay quienes todavía se niegan ir a un confesor porque aducen que es un hombre, también él pecador y, entonces, dicen que se confiesan sólo con Dios. Pero, esto es una trampa del demonio para que la persona quede con sus pecados y esos pecados no le sean perdonados. San Juan Crisóstomo decía que el Padre ha puesto todo juicio en manos del Hijo y el Hijo, a su vez, ha concedido este poder a los sacerdotes. El Señor dio a su Iglesia el poder de atar y desatar. La Sagrada Escritura es clarísima al respecto. En el capítulo 20 del Evangelio de san Juan leemos que Jesucristo se les aparece resucitado a los discípulos y luego de darles la paz y decirles que así como el Padre lo envió a Él, Él los envía a ellos “sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan ' ” (Jn 20:22-23).
          Así como Cristo fue enviado por el Padre, Él envió a los Apóstoles y a sus sucesores, no sólo a predicar el Evangelio sino para que realizaran la obra de salvación mediante el sacrificio de la Eucaristía y los otros sacramentos (Cf. Sacrosantum Concilium, 6) (3).

          Reconciliación con Dios implica reconciliarse con los demás y consigo mismo. “Reconcíliense con el Padre Celestial para que puedan amarse”, nos dice. No se trata de narcisismo sino de amarse cuidando no sólo el cuerpo sino sobre todo el alma. Quien se ama se sabe precioso a los ojos de Dios y desea responder a ese amor con amor. Esa respuesta es el mayor cuidado del alma porque es la respuesta de santidad. Reconciliarse con Dios es reconciliarse consigo mismo. Quien no puede amar a Dios, detesta y se detesta. Quien busca la misericordia de Dios reconoce su miseria pero esa miseria no queda ahí acusándolo, no lo sigue ensuciando, sino que cancelada por la misericordia de Dios que se manifiesta en el perdón sacramental de la confesión, renueva la vida de la persona y le permite ver la belleza, ya no sólo del creado sino de sí misma como creatura que la descubre en su filiación divina. Así es como se ama a sí misma porque ama lo que Dios ha hecho y hace en ella. Así, recupera la serenidad, la paz y la alegría y la libertad de hijo de Dios.

          Sin sacerdotes no habría posibilidad de reconciliación. Por eso, pide agradecimiento por los sacerdotes, que actuando en la Persona de Cristo, son quienes absuelven del pecado que separa infinitamente del Padre.
          Cuando uno experimenta que sus pecados le han sido perdonados, cuando deja al pie de la cruz la carga que lo aplasta y destruye, cuando el baño en la sangre de Cristo lo purifica y lo justifica y su tristeza se vuelve sonrisa de agradecimiento, el agradecimiento impulsa el alma a trabajar para el bien de otras, siguiendo a Cristo.
          Orar y agradecer. Orar y no dejar de orar buscando la meta de la oración que es la paz y el amor que vienen de Dios.

¡Santa y Feliz Pascua porque Cristo resucitó, verdaderamente resucitó!

P. Justo Antonio Lofeudo
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(1) Es la misma certeza que la fe nos manifiesta en la Eucaristía. La Eucaristía es el signo de la victoria de Cristo y de su presencia viva para siempre entre nosotros.
(2) La absolución sacramental supone contrición del corazón, confesión de los pecados y promesa de satisfacción. Si faltare arrepentimiento, si no aceptare a Jesucristo como Salvador, si no se ignorase la misericordia de Dios manifiesta en el sacrificio redentor del Señor, entonces no habrá perdón y sí condena.
(3) La Iglesia Católica es la que posee en los sacramentos todos los medios de salvación y a ellos debemos recurrir para ser salvados.


25 de abril de 2013

¡Queridos hijos! Oren, oren, y sólo oren, hasta que su corazón se abra a la fe, como una flor se abre a los cálidos rayos del sol. Éste es un tiempo de gracia que Dios les da a través de mi presencia, sin embargo, ustedes están lejos de mi Corazón, por eso los invito a la conversión personal y a la oración familiar. Que la Sagrada Escritura sea siempre un estímulo para ustedes. Los bendigo a todos con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado.

“Oren, oren, y sólo oren”

          Este comienzo del mensaje merece una importante advertencia. El sentido de las palabras de la Santísima Virgen no es el de exclusión, o sea no quiere decir “oren, oren y no hagan otra cosa más que orar”. Esta traducción literal podría, si fuera tomada en el sentido excluyente, conducir a error. Lo que en realidad está diciendo (1) es “oren, oren, no dejen de orar”, “sigan orando, no se detengan”.

“…hasta que su corazón se abra a la fe, como una flor se abre a los cálidos rayos del sol”.

          Usando una similitud -la de la flor que se abre al sol- da la medida de la oración que Ella espera de nosotros: orar hasta que el corazón se abra y se deje penetrar por la fe.
          Cuando una persona decide rezar en alguna medida ya está abriendo su corazón. Al dirigir su voluntad al encuentro con Dios abre al menos una hendija a la acción del Espíritu Santo. Esa persona no se apoya en la sola racionalidad, en lo que sus sentidos y su cabeza le dicen, sino que –sin abandonar la razón- se deja iluminar por la fe que viene del Espíritu Santo, y es introducida en el misterio de salvación de Dios.
          La obra de la oración insistente es, entonces, la de abrir el camino a la fe. La fe, a su vez, hará potente a la oración. Tan potente como para obtener otras grandes gracias de Dios.
          En los relatos evangélicos encontramos que el Señor se deja, diríamos, conquistar por la fe de quien le suplica un favor. Y una y otra vez dice: “tu fe te ha sanado”, “tu fe te ha salvado” (2).

          Por tanto, que nadie se valga de la excusa de no tener fe para no rezar. Muchas veces oímos que nos dicen: “¡Qué suerte la tuya porque tienes fe!”. No se trata de suerte sino de oración. Para tener fe hay que decidirse a encontrarse con Dios en la oración, y si la fe es poca, pues, como los apóstoles, pedir: “Señor, aumenta nuestra fe” (Lc 17:5).
          Con respecto a la intensidad e importancia de la oración valga la siguiente interesante anécdota. El Arzobispo Angelo Comastri recordaba un encuentro con la Madre Teresa de Calcuta así: “Ella me miró con dos ojos límpidos y penetrantes. Luego me dijo: `¿Cuántas horas reza por día?'. Me quedé muy sorprendido por tal pregunta e intentando defenderme le repliqué: ‘Madre, de usted mi hubiera esperado un reclamo a la caridad, una invitación a amar a los pobres. ¿Por qué me pregunta cuántas horas rezo?'”.
          “La Madre Teresa me tomó las manos y las apretó entre las suyas, casi como para transmitir lo que tenía en el corazón; luego me confió: ‘Hijo mío, sin Dios somos demasiado pobres para poder ayudar a los pobres. Recuerda: yo soy sólo una pobre mujer que reza. Rezando, Dios pone en mí su Amor en el corazón y así puedo amar a los pobres. ¡Orando!'”.
          “Jamás –continúa diciendo Mons. Comastri- he olvidado aquel encuentro: el secreto de la Madre Teresa estaba todo ahí. Nos volvimos a ver muchas otras veces y cada acción y cada decisión de la Madre Teresa las he encontrado maravillosamente coherentes con esta convicción de fe: 'Orando, Dios pone en mí su Amor en el corazón y así puedo amar a los pobres. ¡Orando!'”.

“Éste es un tiempo de gracia que Dios les da a través de mi presencia”

          Esto fue comentado muchas veces: este tiempo de gracia que Dios nos concede se manifiesta a través de la presencia de nuestra Madre, en sus apariciones diarias desde hace casi 32 años.

          Pero, luego de recordarnos que es tiempo de gracia, dice algo tremendo:

“sin embargo, ustedes están lejos de mi Corazón”

          Está diciendo no sólo que es un tiempo de gracia que no aprovechamos sino que estamos lejos de su Corazón. Pese a tanta gracia derramada en estos años, pese a esta cercanía única de la Madre de Dios en la historia, pese sus llamados persistentes y a la voluntad de Dios y de la Virgen de salvarnos y que seamos verdaderamente felices, pese a todo eso, nosotros estamos aún lejos.
          Para muchos de nosotros la primera reacción al leer esta parte del mensaje ha sido la de no sentirnos incluidos. Sin embargo, nos habla a todos. Debemos asumirlo y cada uno preguntarse “en qué estoy todavía lejos”. Dejémonos interpelar para poder ver en qué medida “el hombre viejo” sigue vivo y presente en nosotros.

“por eso los invito a la conversión personal y a la oración familiar”.

          Nadie puede decir estoy ya convertido. Caminar hacia Dios es tarea de cada día. Y en esa tarea la oración es fundamental. La oración que abre paso al Espíritu Santo que nos enseña a orar, e intercede por nosotros que no sabemos qué nos conviene pedir (Cf Rm 8:26).
        La conversión implica una vida sacramental, o sea confesión asidua de los pecados (al menos una vez al mes), Eucaristía frecuente en la celebración (Misa) y en las visitas al Santísimo (adoración).
          En este mensaje precisa la oración en familia, entendiendo sobre todo la del Rosario. La familia que reza unida permanece unida, dice el viejo adagio que gustaba repetir el Beato Juan Pablo II. El Santo Rosario -como lo venía pidiendo ya desde Fátima- debe ser rezado todos los días. Y tanto mejor si lo es en familia.

“Que la Sagrada Escritura sea siempre un estímulo para ustedes.”

          Junto al rezo diario del Rosario, la Santísima Virgen en Medjugorje pidió la lectura, también diaria, de la Sagrada Escritura y especialmente del Nuevo Testamento. Su recomendación es leer y meditar cada día un pasaje de la Sagrada Escritura y hacerlo vida.
          La Eucaristía y la Palabra de Dios deben ser el nutrimiento de nuestra vida espiritual, y la oración el aire por el que respira el alma.

“Los bendigo a todos con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado”.

          Recibamos la bendición maternal de nuestra Madre y Reina de la Paz con el corazón abierto, porque a través de ella encontraremos renovadas fuerzas para seguir en este camino de fe y de amor.

          Gracias Madre por no cansarte de llamarnos.

P. Justo Antonio Lofeudo
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(1) El apropiado sentido es el de la versión en inglés.
(2) La mujer cananea relatados en Mt 15, Mc 17, el paralítico (Lc 5), el Centurión (Mt 8; Lc 7), la hemorroísa (Mt 9; Mc 5; Lc 8), etc.


 

2 de junio de 2013

Queridos hijos, en este tiempo agitado los invito nuevamente a caminar tras de mi Hijo, a seguirlo. Conozco sus dolores, sufrimientos y dificultades, pero en mi Hijo reposarán, encontrarán en Él la paz y la salvación. Hijos míos, no olviden que mi Hijo los ha redimido con la cruz y les dio la posibilidad de ser nuevamente hijos de Dios y de nuevamente llamar “Padre” al Padre Celestial. Amen y perdonen para ser dignos del Padre, porque el Padre de ustedes es amor y perdón. Oren y ayunen, porque ese es el camino hacia vuestra purificación, ese es el camino para conocer y comprender al Padre Celestial. Cuando conozcan al Padre comprenderán que sólo Él es a quien necesitan. (Dijo Mirjana que la siguiente frase fue dicha por la Virgen con énfasis y firmemente) Yo, como Madre, deseo a mis hijos en la comunión de un único pueblo en el que se escuche y practique la Palabra de Dios. Amen a sus pastores como los ha amado mi Hijo cuando los ha llamado a servirles. Gracias.

“En este tiempo agitado” Los tiempos que corren
          La Santísima Virgen sitúa nuestro tiempo como agitado, revuelto, al que le falta la paz porque vive como si Dios no existiera. Vivir sin Dios a poco andar termina siendo una vida contra Dios y eso es lo que estamos viendo en todas partes. Por ejemplo, para ir a lo más cercano, entre las noticias de estos días pasados nos presentan ya no la pretensión sino la imposición de hacer de una unión de homosexuales matrimonio. En el plano inclinado en el que a la moral se la va arrastrando –y ello en medio del letargo de la mayoría, que se opone cuando es demasiado tarde- se ha pasado 1) de la ignorancia del pecado de sodomía a la 2) justificación y de allí 3) al reclamo de derechos civiles para la unión de hecho de dos personas del mismo sexo para llegar 4) a la equiparación a la institución del matrimonio natural entre hombre y mujer y luego 5) a la de la familia a la que da origen con la consecuencia nefasta de 6) permitirle a ese pseudo matrimonio la adopción de niños. Si esto que está ocurriendo ante nuestros ojos, que no sólo degrada a la familia sino que la destruye y destruye la vida de niños que seguramente ya encima vienen con la tragedia del abandono, llegamos a la aniquilación de toda la sociedad.           Lo trágico de la situación pasa por momentos de absurda comicidad. Porque llamar matrimonio a lo que no lo es resulta un absurdo tan grande que lleva a otros absurdos no menos graves como cancelar los nombres de “padre” y “madre” para poner en los registros los de “progenitor 1” y “progenitor 2” . Sin embargo, el asunto no para en lo cómico, porque de toda esta locura derivan otros hechos como el de alquilar úteros y espermatozoides y óvulos. Suma y sigue. Una mujer en Francia, donde se ha sancionado la ley del llamado “matrimonio” de homosexuales dijo con tristeza: “¡Hasta me han quitado el nombre de madre para ponerme el de progenitor 2!”.

          A este punto conviene detenerse para que quede claro, clarísimo, que la Iglesia que es Madre no tiene como misión condenar sino salvar porque ése es el mandato del Señor. Lo referido es juicio objetivo de denuncia y no condena. En todo caso, la condena es auto condena para quien comente el grave pecado. Sabido es que Dios aborrece el pecado pero ama al pecador y quiere que se salve, y ésa es nuestra inquietud y ése es el continuo pedido de la Santísima Virgen.

          Retornando ahora a aquel plano inclinado por el que se precipitan las sociedades occidentales, como no hay frenos al descenso a los falsos matrimonios ya les están siguiendo la pedofilia como imposición social y lo que ahora llaman “poliamor”, o sea una versión actualizada de la poligamia y ya se verá cómo lo próximo será aceptar el incesto. Y, por encima de todo, la dictadura del relativismo pretende obligarnos a que llamemos bien al mal. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5:20).
          Pero, quien se atreva a llamar las cosas por su nombre, a llamar mal al mal y bien al bien, ése es perseguido, tildado de intolerante o incluso reo de cárcel por haberse manifestado en contra de una ley. Ley del hombre contraria a la Ley de Dios. Ya que, por ejemplo, el mismo aborto de delito pasó a ser derecho (¡!) y a la denuncia de una enferma inversión la tildan de homofobia, nombre inventado, para condenarte penalmente o acusarte de inadaptado social y hasta de enemigo de la humanidad. Es así que al ataque a la vida, al homicidio y destrucción de inocentes se suma la persecución. Persecución que en muchas partes es además cruenta. ¿Qué mente humana ha podido urdir todo esto? Humana ninguna. Por tanto sabemos quién es el autor.

          Sí, estos tiempos son más que revueltos, son agitados por el huracán de la perversión destructiva. Ya la Santísima Virgen lo había dicho: “Hoy el mundo está peor que Sodoma y Gomorra”. Y sabemos qué ocurrió con Sodoma y Gomorra. Pero, la historia nos muestra que después de Sodoma y Gomorra vino el Salvador, Jesucristo y la fe nos dice que no hay mal que no haya sido vencido por el Señor ni que por Él no pueda ser perdonado a condición que el pecador se arrepienta.
          El Señor realizó toda su obra salvífica en la cruz y fundando la Iglesia, institución divina, legó a ella la perduración del sacrificio redentor y todos los medios de salvación. E hizo aún más: en estos tiempos últimos y tremendos ha enviado a su Madre para que el mundo pueda salvarse.
          Y esta Madre nuestra, enviada del Hijo, hoy nos repite: “nuevamente los invito, los exhorto, a seguir a mi Hijo, a caminar siguiendo a Jesús, vuestro único Salvador”.

“Conozco sus dolores, sufrimientos y dificultades”
          ¡Y vaya si los conoce! Sabe de los sufrimientos físicos, morales, espirituales de cada uno. Toda madre advierte de inmediato, antes que nadie, cuando a un hijo le aqueja algún mal. Lo intuye aunque no sepa cuál es la razón. Y ¿quién es más madre que esta Madre del Cielo que el Señor nos dio desde su cruz? Ella sí sabe el motivo de nuestro mal, conoce profundamente cuál es la raíz. Ella, como Jesús, es mujer de dolores que bien conoce el padecer (Cf Is 53:3), y hoy sufre por sus hijos. Hoy se nos revela como la Mujer vestida de sol, coronada de estrellas que padece el tormento de dar a luz (Cf Ap 12:2). Esos intensos dolores son los del parto de estos hijos que somos nosotros. Son los dolores de la Madre de la Iglesia que si bien no los padeció en el misterioso y milagroso parto de su Hijo, sí en cambio los sufre por el nacimiento a la conversión a Dios, de cada uno de nosotros. Son las lágrimas de tantas imágenes con las que manifiesta esa profunda y a la vez misteriosa realidad. Ella sufre por amor y viene al encuentro de cada hijo con su consuelo y con algo mucho más grande: con el remedio a todo este mal. Por eso, luego dice:

…” en mi Hijo reposarán, encontrarán en Él la paz y la salvación”.
          La respuesta para vencer al mal es sólo una, quien otorga la verdadera paz y es el mismo camino de salvación es sólo uno: Jesucristo.

Y luego agrega:

“Hijos míos, no olviden que mi Hijo los ha redimido con la cruz y les dio la posibilidad de ser nuevamente hijos de Dios y de nuevamente llamar “Padre” al Padre Celestial”
          La Santísima Virgen alude a la justificación y reconciliación con Dios por medio de la cruz del Señor. De la sangre de Cristo viene la liberación de la esclavitud a la que somos sometidos por el pecado y Satanás. Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, como quien nos ha rescatado de esa esclavitud recuperamos la perdida dignidad de hijos de Dios. El llamado a no olvidar tal inmenso privilegio no termina simplemente en que seamos conscientes de esa realidad y demos gracias y alabemos por ello al Señor, sino que -nos dice- debe ser la motivación para amar y perdonar.

“Amen y perdonen para ser dignos del Padre, porque el Padre de ustedes es amor y perdón”.
          Ser dignos del Padre significa ser como el Hijo. Sólo Él es totalmente digno, sólo Él es el Unigénito del Padre. Nosotros somos hijos por la gracia, no por la naturaleza y lo somos gracias al Hijo, Jesucristo, que nos perdonó en la cruz porque nos amó hasta el extremo y así nos otorgó el perdón de Dios, que no conoce otro límite más que el que nosotros mismos le demos al no acudir a Jesucristo para que nos perdone. Ser dignos del Padre es, como el Hijo, amar y perdonar siempre. Nuestra grandeza de hijos de Dios se manifiesta en el amor hacia Dios y hacia los demás y en el perdón que ese mismo amor de misericordia nos impulsa a dar a quienes nos han ofendido.

“Oren y ayunen, porque ese es el camino hacia vuestra purificación, ese es el camino para conocer y comprender al Padre Celestial”.
       La conversión, que es de cada día, se hace de oración y también de ayuno, como lo viene enseñando la Santísima Virgen desde el inicio de las apariciones. La oración se vincula a la humildad como el ayuno al abandono en Dios. La oración debe partir de un corazón humilde que se sabe nada ante Dios y que depende en todo de Él. “De mi debilidad todo lo temo, de tu misericordia y bondad, Oh Señor, todo lo espero” (del acto de consagración al Sagrado Corazón).
          De nuestros egoísmos, de nuestros protagonismos, de nuestras mezquindades, de nuestros temores y también de nuestras humanas seguridades y apegos somos purificados. Purificados de todo lo que nos apega a las cosas del mundo y al mismo tiempo nos aleja de Dios. Cuando nuestro corazón es humilde, cuando nuestro despojamiento de lo material y superfluo nos lleva al abandono confiado en Dios, es que somos pobres ante Dios, con esa pobreza evangélica que el Señor nos pide. Es entonces que Dios se da a conocer como Padre providente y misericordioso.

Por eso,

“Cuando conozcan al Padre comprenderán que sólo Él es a quien necesitan”
          Con santa Teresa de Jesús, y con todos los santos, que han conocido y conocen al Padre que el Hijo nos reveló, podremos decir “sólo Dios basta”, pues “quien a Dios tiene nada le falta”.
         Cuando se alcanza la contemplación de Dios se ha llegado a lo más importante y necesario. “Una sola cosa es necesaria, María ha elegido la parte mejor que no le será quitada”, le dice Jesús a Marta (Lc 10:41-42). ¿De qué habla el Señor? De la contemplación y de la escucha atenta de la Palabra de Dios.
          Precisamente, es lo que dice a continuación la Reina de la Paz (y según Mirjana lo dice con énfasis):

“Yo, como Madre, deseo a mis hijos en la comunión de un único pueblo en el que se escuche y practique la Palabra de Dios”.
          María en su vida terrena custodió la Palabra, la atesoró en su corazón y la hizo vida encarnándola en el Hijo, viviéndola en unión perfecta con el Hijo. Ese es el camino al que nos llama: a crear comunión de vida y de testimonio de la Palabra. Un único pueblo es una única Iglesia que escucha a Cristo y que vive como Cristo le enseñó.

Por ello, hijos míos, encamínense tras mi Hijo, sean una cosa sola con Él, sean hijos de Dios.
          Por medio de la Eucaristía entramos en la más íntima comunión con Jesucristo. En el Pan Eucarístico, que es su cuerpo, su carne, su misma humanidad unida indisolublemente a su divinidad, que comemos, somos nosotros asimilados por Él y nos volvemos una única cosa.

Amen a sus pastores como los ha amado mi Hijo cuando los ha llamado a servirles.

          La exhortación final que no falta en cada mensaje del día 2 está dedicada a los pastores. Bajo ese nombre están todos los sacerdotes de Cristo y en particular los obispos. A veces pide oración, a veces que no se los critique, hoy apela al amor. Mirjana explicó el porqué de esa insistencia sobre los sacerdotes: porque serán el puente por el cual todos deban pasar para atravesar el tiempo que va del actual al del triunfo del Corazón Inmaculado de María. Recordémoslo: no juzgarlos y en cambio orar y amarlos porque duro y resistente deberá ser ese puente para pasar lo que ha de venir y en cierto modo ya está aquí.

Justo Antonio Lofeudo
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2 de julio de 2013

Queridos hijos, con amor materno les ruego: entréguenme sus corazones para poder ofrecerlos a mi Hijo y liberarlos, liberarlos de todo aquel mal que, cada vez más, los aprisiona y los aleja del único bien, de mi Hijo, liberarlos de todo lo que los lleva por el camino equivocado y les quita la paz. Yo deseo conducirlos a la libertad prometida por mi Hijo, porque quiero que aquí se cumpla plenamente la voluntad de Dios. Para que por medio de la reconciliación con el Padre Celestial, a través del ayuno y la oración, nazcan apóstoles del amor de Dios, apóstoles que, libremente y con amor, difundirán el amor de Dios a mis hijos, apóstoles que difundirán el amor de la confianza en el Padre Celestial, y abrirán las puertas del Paraíso. Queridos hijos, ofrezcan a sus pastores la alegría del amor y del apoyo, que mi Hijo ha pedido a ellos dárselos a ustedes. ¡Les agradezco!

“Queridos hijos, con amor materno les ruego: entréguenme sus corazones para poder ofrecerlos a mi Hijo y liberarlos, liberarlos de todo aquel mal que, cada vez más, los aprisiona y los aleja del único bien, de mi Hijo, liberarlos de todo lo que los lleva por el camino equivocado y les quita la paz.”
          Solemos olvidar que la clave de los mensajes de Medjugorje es el corazón. Cuando pide ayuno, lo pide del corazón; cuando llama a la oración es la del corazón. Es el corazón el que debe cambiar y convertirse a Dios porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas esas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7:21-23).
          Estos corazones nuestros deben ser purificados, liberados del mal que aprisiona e impide ser feliz. La libertad usada contra Dios es siempre esclavitud de la voluntad, prisión del alma, sometimiento al demonio, príncipe de este mundo.
          El mundo, dominado por el demonio, desde hace por lo menos tres generaciones -un poco a la vez al principio y luego más rápido hasta alcanzar el acelerado ritmo actual- ha descendido de una decadencia en las costumbres a la perversión generalizada y convalidada ahora por leyes. Se ha pasado dramáticamente de la infiltración de corrientes neo-modernistas en el ámbito religioso a la actual pérdida de la fe en el mismo seno de la Iglesia. El mundo anda agitado, de crisis en crisis, sin rumbo alguno. Las mayores víctimas son los jóvenes presas de modas y comportamientos destructivos. El mundo no conoce la paz porque desconoce y rechaza al Salvador y su cruz. Por eso, la Santísima Virgen pide, a todos los que movidos por la gracia escuchen su llamado, a que le entreguen el corazón enfermo, herido, contaminado para que Jesucristo los libere de todo mal.

“Yo deseo conducirlos a la libertad prometida por mi Hijo, porque quiero que aquí se cumpla plenamente la voluntad de Dios”.
         
La Madre de Dios conduce a sus hijos a su Hijo que es la Verdad, la Verdad que nos hace libres, que nos descubre la mentira en la que estamos sumergidos. Su Hijo que es el Camino, el único camino de salida del mal y de ingreso a la salvación. Su Hijo que es la Vida, la vida plena, la vida bella y verdadera que no tiene fin. María Santísima quiere que en el “aquí” de Medjugorje y desde ese lugar elegido, se cumpla totalmente la voluntad de Dios, que es la voluntad de salvación de la humanidad perdida. La voluntad de Dios que no cambia con el mundo ni con el tiempo, la voluntad de la Ley de amor que Jesús vino a enseñar y llevar a su perfecto cumplimiento. Una ley que no admite descuentos ni adaptaciones a ninguna época, porque es Ley eterna.

“Para que por medio de la reconciliación con el Padre Celestial, a través del ayuno y la oración, nazcan apóstoles del amor de Dios…”
         
Nuevamente, en el camino de conversión aparecen en primer lugar la reconciliación con Dios –como lo hizo presente en el primer mensaje que dio al mundo- junto al ayuno y la oración. Oración y ayuno como medios indispensables, insoslayables de conversión. Oración y ayuno para volver a Dios. Oración y ayuno para que Dios haga, de esos nuevos hijos, enviados al mundo para dar testimonio de su amor.
          La misión de los nuevos apóstoles, de esta Nueva Evangelización que quiere el Padre, está resumida en el siguiente párrafo del mensaje.

“…apóstoles que, libremente y con amor, difundirán el amor de Dios a mis hijos, apóstoles que difundirán el amor de la confianza en el Padre Celestial, y abrirán las puertas del Paraíso.”
         
Podríamos resumir la misión de los nuevos apóstoles como la misión de la Santísima Virgen para estos tiempos. Ella viene para llevarnos al nuevo Cielo y la nueva tierra prometidos. La voluntad del Padre es que ese plan no sea llevado a cabo sólo por la Santísima Virgen sino por Ella en unión con sus hijos que hayan cabal y plenamente respondido al llamado, y por tanto llenos de Dios, de su amor y de la fe en Él, en su misericordia, la transmitan a todos los demás, los contagien de amor, de fervor y de confianza.

          Probablemente éste haya sido uno de los mensajes más reveladores de la misión de la Santísima Virgen en Medjugorje.
          En todo el mensaje hay un punto: la exhortación a la oración y el ayuno que, pese a conocido y tantas veces reiterado –y comentado desde ángulos diversos- es necesario volver a comentarlo por un motivo circunstancial, pero de suma importancia. Se trata nada menos que de la homilía del Papa Francisco en la Casa Santa Marta, el 3 de julio pasado. Dijo entonces el Papa: En la historia de la Iglesia hubo algunas equivocaciones en el camino hacia Dios. Algunos creyeron que al Dios vivo, al Dios de los cristianos nosotros lo podemos encontrar por el camino de la meditación, e ir más arriba en la meditación. Eso es peligroso. ¡Cuántos se pierden en ese camino y no llegan! Llegan sí, quizá, al conocimiento de Dios, pero no de Jesucristo, Hijo de Dios, segunda Persona de la Trinidad. A esto no llegan. Es el camino de los gnósticos... Otros pensaron que para llegar a Dios debemos mortificarnos, ser austeros, y eligieron el camino de la penitencia, el ayuno. Y ni siquiera estos llegaron al Dios vivo, a Jesucristo Dios vivo. Son los pelagianos, que creen que con su esfuerzo pueden llegar”. Y luego explicaba que el camino para encontrarlo es el de encontrar las llagas en el hermano llagado, que no tiene qué comer, que está desnudo, humillado, que está en la cárcel, en el hospital.
          Hubo quienes leyendo la homilía pensaron que entraba en abierta oposición con el pedido de la Virgen, porque interpretaron que niega la ascética, la mortificación, el ayuno, la penitencia, y la Santísima Virgen en Medjugorje siempre pide, como lo hace ahora, el ayuno. El ayuno acompañado y sostenido por la oración.
          La Santísima Madre no quiere de nosotros meras prácticas exteriores vacías de fe y de amor sino el corazón. Pide poner el corazón en el ayuno para que sea un verdadero sacrificio ofrecido a Dios, así como también pide que la oración, para que sea verdadera y eficaz, parta del corazón.
          Si bien se mira se verá que no hay contradicción ni contraste alguno entre lo dicho por el Papa y lo pedido por la Virgen, porque el Santo Padre se refiere al mero voluntarismo y a prácticas exteriores. Por otra parte, es impensable que el Papa vaya contra una práctica de la Iglesia, de siempre, uno de los tres pilares de la piedad cristiana. Impensable incluso sabiendo de su vida personal de oración y austeridad.

          El peliagianismo (del siglo IV y V) y el semipeligianismo posterior (siglos V y VI), toman el nombre del monje Pelagio y son herejías que desconocen la gracia -que sólo viene de Cristo- como necesaria para la salvación. Estas herejías, condenadas por la Iglesia reiteradas veces, sostienen que la justificación no necesita de ayuda alguna sobrenatural, que el hombre puede llegar a ser totalmente impecable por sus propios esfuerzos y méritos. Por medio de prácticas ascéticas, y del ejercicio de virtudes morales se podría, según los pelagianos, alcanzar la vida eterna. Por tanto, la salvación está ya en el mismo hombre. En cuyo caso Jesucristo no es el Salvador sino un modelo a seguir.
          La Iglesia –en cambio- enseña que la gracia, gratuitamente dada por Dios, es necesaria siempre y no hay nada que la preceda, y que la salvación no se alcanza por propios esfuerzos sino por Jesucristo.
          Por eso, cuando el Papa Francisco critica a los que creen que se salvarán por ayunos y los llama pelagianos a esto se refiere, a esa actitud que el bien se lo alcanza sólo por el propio mérito, al voluntarismo en la vida espiritual que termina por negar esa vida. Es esa actitud interior de quien se dirige a Dios en aparente oración cuando en el fondo le está diciendo que no lo necesita. Es lo de los fariseos. Cumplo con todo lo que se me dice que debo cumplir y alcanzo la perfección y la justificación (1).

“Queridos hijos, ofrezcan a sus pastores la alegría del amor y del apoyo, que mi Hijo ha pedido a ellos dárselos a ustedes”.

         
El Señor ha pedido a sus pastores, a sacerdotes, obispos, ser el sostén del rebaño cuidándolo con amor, como lo hizo Cristo, hasta llegar a dar la vida por él si fuera necesario. La Santísima Virgen está ahora diciendo “no juzguen a sus sacerdotes, a sus obispos, aunque ellos no les dieren o demostraren amor y sostén cuando lo necesitan, aunque estén tristes o no tenga la felicidad de saberse por ellos protegidos, ustedes sí dénles amor y sean motivo de alegría por el apoyo que le ofrecen”. No entra en detalles ni en acerbas críticas sino que como Madre de Cristo sabe que es el amor, el amor auténtico, el del Señor, el suyo propio, el que triunfa. Como Madre de los sacerdotes sabe también cuán solos e incomprendidos y criticados suelen ellos estar y cuántos de ellos han caído en depresión.
          San Juan de la Cruz decía: “donde no hay amor pon amor y sacarás amor”.
          A todos, pastores y rebaño, nos llama a darle el corazón. Que así sea.

P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
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(1) Por otra parte, muchas son y han sido las corrientes gnósticas pero todas tienen en común el acceder a esferas superiores de orden espiritual, ocultas al común de los mortales, por medio del conocimiento. Ese conocimiento o gnosis es el que trae la salvación y no la fe en Jesucristo, y el perdón de los pecados gracias a su sacrificio redentor. Dicen los gnósticos que hay un conocimiento exotérico, dado a todos, y uno esotérico sólo para iniciados que persiguen la iluminación. La Nueva Era o New Age tiene mucho de gnosticismo. Para los gnósticos hay dos principios de fuerzas opuestas e iguales, el del mundo espiritual creado por Dios, o el Ser Supremo inaccesible a los que no son iniciados y el de la materia que se corrompe. Por tanto, para ellos, la fuerza del mal fue la que creó el universo material. El maniqueismo, los cátaros participaban de esas ideas. El llamado gnosticismo cristiano hace de Jesucristo un ser espiritual que no es ni Dios ni hombre, una emanación del Ser Supremo, que por otra parte no era el Dios Creador de la materia, y su pasión es aparente no real. Vino para darnos conocimientos y escapar de la prisión del cuerpo. Por tanto, para ellos no hubo muerte redentora sino fuente de conocimiento para alcanzar la salvación. El gnosticismo fue la primera herejía que surgió y también la primera en ser condenada. Basta leer a san Juan con la condena a los nicolaítas o los docetistas denunciados por san Juan en sus cartas. Aunque no los llame por nombre a ellos se refiere, a los que niegan la encarnación del Verbo de Dios.


2 de agosto de 2013

Queridos hijos, si tan sólo supieran, si tan sólo quisieran abrir vuestros corazones con plena confianza, todo lo entenderían, comprenderían con cuánto amor los llamo, con cuánto amor quiero cambiarlos para hacerles felices, con cuánto amor deseo que se vuelvan seguidores de mi Hijo y darles la paz en la plenitud de mi Hijo. Comprenderían la inmensa grandeza de mi amor materno. Por ello, hijos míos, oren, porque es sólo a través de la oración que crece vuestra fe y nace el amor, amor con el cual aún la cruz no será más insoportable porque no la llevarán solos. En unión con mi Hijo, glorifiquen al Padre Celestial. Oren, oren por el don del amor, porque el amor es la única verdad; el amor todo lo perdona, sirve a todos y ve a todos como hermanos. Hijos míos, apóstoles míos, grande es la confianza que el Padre Celestial, a través de mí, su Sierva, les ha dado para ayudar a aquellos que no lo conocen, para que se reconcilien con Él, para que lo sigan. Por eso les enseño a amar porque sólo si tienen amor podrán responderle. Nuevamente los invito: amen a sus pastores, oren para que, en este tiempo difícil, a través de la guía de ellos sea glorificado el nombre de mi Hijo. Gracias.


“Queridos hijos, si tan sólo supieran, si tan sólo quisieran abrir vuestros corazones con plena confianza, todo lo entenderían, comprenderían con cuánto amor los llamo, con cuánto amor quiero cambiarlos para hacerles felices, con cuánto amor deseo que se vuelvan seguidores de mi Hijo y darles la paz en la plenitud de mi Hijo. Comprenderían la inmensa grandeza de mi amor materno”.
          Este mensaje, que cada uno de nosotros lee y relee, deja profundas y alegres resonancias. Tratar de decir más de lo que comienza diciendo sería un infeliz atrevimiento. Sólo leámoslo una y otra vez que quizás así podamos comenzar a entender algo más de tan inconmensurable e inefable amor. Amor que la trae a nosotros, a cada uno de nosotros, amor que insiste en llamar y que no tiene en cuenta nuestras distracciones y, peor aún, infidelidades. Amor que no se rinde. Amor que desea todo bien para sus hijos, o sea cada uno de nosotros en particular. Amor que sabe que sólo se puede ser feliz junto a Cristo, siguiendo al Señor, recibiendo su paz y su perdón.

“Por ello, hijos míos, oren, porque es sólo a través de la oración que crece vuestra fe y nace el amor,…”
         
Por ello, para comprender algo tan inmensamente grande sólo nos puede servir la oración. La Santísima Virgen nos dice (¡y Ella sí que sabe muy bien lo que dice!) que nuestra pequeña y temblorosa fe sólo puede crecer y volverse firme con la oración. Y no sólo el don de la fe sino el mismo amor nace y crece a partir de la oración. Es lo que dice nuestra Madre en este mensaje.
          La oración viene a los labios o a la mente desde el corazón de quien está o quiere estar cerca de Dios, quien se comunica con Él, directamente o por medio de la intercesión de los santos. Y no se piense sólo a la oración formal sino a cualquier comunicación sincera del corazón humano. Conozco un caso de una persona que en su juventud estaba totalmente perdida, alejadísima de la fe, sumida en la droga, en la promiscuidad sexual y de todo tipo, para decirlo brevemente, en el mismo infierno, y sólo atinó a decirle al Señor: “Jesús, ¿qué hacemos?”, que era decirle “mira mi estado, mira esta muerte que llevo dentro, ¡haz algo!”. Fue su oración, otra cosa no sabía ni podía decirle y el Señor lo oyó y desde aquel mismo momento dejó de drogarse y cambió enteramente su vida, al punto de dedicarse a hablarle a todos de la misericordia de Dios. Conozco otro caso, de otro hombre que estaba en total oscuridad y no veía salida alguna posible en su vida, le agobiaba el presente y el futuro amenazaba con llevarlo a la desesperación. Estaba en aquel momento en un bello lugar al que había ido para encontrar refugio, pero en vano. Cuando se está mal por dentro no hay belleza exterior que pueda ser apreciada ni que consuele. Dio por providencia (el mundo diría por casualidad) con una capilla donde habían dejado una estampa de una Venerable (que algún día será declarada Beata) y leyó su historia. Entonces, dirigiéndose a aquella alma le dijo: “Vos, que estás cerca de Dios, pedí por mí”. No se atrevía a dirigirse a Dios y, sin siquiera saberlo muy bien, tuvo la inspiración de pedir la intercesión de aquella alma beata. La respuesta no se dejó esperar y su vida cambió repentinamente. Nuevamente, Dios había escuchado la oración, ahora de quien intercedía por él. En ambos casos, fue simplemente recurrir a Dios con las escasísimas fuerzas desde el pozo existencial en que esas personas se encontraban. De aquellas pobres, pero potentes oraciones para la Misericordia del Señor porque venían de la misma miseria, nació la fe, nació el amor hacia Dios y hacia los demás.
          El amor se nutre con el Pan de la Vida que es la Eucaristía. La Eucaristía es Jesucristo mismo, es el Amor que alimenta al amor. Por ello, los hijos de Dios se nutren de la caridad de Cristo donada en la Eucaristía. Para que, en fin, el amor robustezca es necesario que la Eucaristía sea celebrada, participada, vivida, adorada con toda reverencia y con toda atención y conocimiento. Por ejemplo, la participación activa de los laicos en la Misa, de la que habla el Concilio Vaticano II, no se reduce a leer la Palabra o a ser parte del ministerio de música o a ayudar en ocasiones a dar la comunión, sino a participar con todo el ser del sacrificio redentor que se verifica en cada celebración. Participar activamente es ofrecerse con Cristo que se da al Padre para nuestra salvación.
          La fe, el amor, son dones que Dios da y acrecienta a quienes se lo piden, a quienes se acercan a Él, a quienes desean permanecer junto a Él.
          Pidamos al Señor, como lo hicieron los apóstoles, ¡aumenta nuestra fe!. Lo necesitamos para no caer en la mayor indigencia; porque cuando no se tiene fe nada se tiene.

“…amor con el cual aún la cruz no será más insoportable porque no la llevarán solos. En unión con mi Hijo, glorifiquen al Padre Celestial. Oren, oren por el don del amor, porque el amor es la única verdad; el amor todo lo perdona, sirve a todos y ve a todos como hermanos”.
         
El amor es paciente, es benévolo; el amor no tiene envidia; el amor no es altanero, no busca el propio interés, no goza con la injusticia sino con la verdad, todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1); el amor acepta el sufrimiento y lo acepta con amor, acepta la cruz con amor. Acepta no sólo llevar la propia cruz sino que ayuda a otros a llevarla. El amor nunca será indiferente al dolor ajeno y nunca verá al otro como extraño.

“Hijos míos, apóstoles míos, grande es la confianza que el Padre Celestial, a través de mí, su Sierva, les ha dado para ayudar a aquellos que no lo conocen, para que se reconcilien con Él, para que lo sigan. Por eso les enseño a amar porque sólo si tienen amor podrán responderle”.
         
La Madre Santísima nos llama apóstoles, es decir sus enviados, para ir a quienes no conocen el amor de Dios, a quienes –como dice nuestro Papa- habitan las periferias existenciales, a quienes lo ofenden ofendiendo a su amor, hiriéndolo en la carne y el alma de otros hermanos y en sí mismos. A ellos, que son hermanos nuestros alejados, nos envía la Reina de la Paz, para recuperarlos, para atraerlos, para cuando no quieran escuchar ni entender razones rezar y sacrificarnos por ellos.
          Ella es la Enviada del Padre y del Hijo, que, a su vez, -como lo hizo el Hijo con los primeros apóstoles- nos envía a nosotros. Hoy es la Madre, no el Hijo, quien lo hace porque éste es el tiempo que Dios puso bajo su cuidado y protección. Éste es el tiempo de la misión de María, de la Mujer de la Escritura. Esa Mujer que ha de pisar la cabeza a la serpiente que la insidia atacando, seduciendo, acusando, destruyendo a sus hijos. Ella es esa Mujer que presenta batalla al Dragón que quiso devorar al Hijo de sus entrañas y no pudo, pero persiste hacerlo con cada hijo que nace a la gracia. Ella es aquella misma Mujer que fue hecha Madre de todos nosotros, pobres pecadores, un mediodía en el Calvario. Ella es la Mujer que es Madre y Maestra, que nos enseña a amar, a imitar y seguir a su Hijo Jesucristo. Es la Enviada de Dios en estos tiempos que a Ella ha confiado. Por eso, llamándonos al apostolado, confiando en nosotros, pequeños y frágiles hijos suyos, para esta misión de gigantes, es Dios mismo que confía en nosotros. Y nuestra seguridad es que Él, por medio de la Santísima Virgen, nos da todas las gracias necesarias para llevarla a cabo.
          La definitiva respuesta que se nos pide dar es el amor. Para llegar a ese amor la primera respuesta que debemos satisfacer es la de la oración. El amor nacerá y crecerá con la oración en lo secreto de la habitación, en lo íntimo del corazón; con la oración frente al altar del sacrificio del Señor de cada Misa; con la oración frente a la Presencia Divina en la adoración de la Eucaristía. La respuesta es, sí, el amor que permite responder a la llamada de Dios por medio de María.

“Nuevamente los invito: amen a sus pastores, oren para que, en este tiempo difícil, a través de la guía de ellos sea glorificado el nombre de mi Hijo”.
         
La Santísima Virgen no viene a sustituir a la Iglesia jerárquica instituida por su Hijo sino a enseñarnos a ser Iglesia, a sentir con la Iglesia, por eso llama siempre a orar por los pastores. La Iglesia, debemos recordarlo, es una institución divina y es santa porque Dios es Santo. Pero, es una institución a la que pertenecen hombres que –si bien todos llamados a la santidad- no son santos, a lo más camino de serlo. Los pastores somos frágiles, sin embargo, todos deberíamos admirar y no escandalizarnos por la confianza que Cristo puso sobre estos hombres frágiles que somos (Pedro negó la cruz y al mismo Señor por tres veces) y sobre todo debemos darle gracias por el misterio por el cual la Iglesia continua avanzando en su peregrinar a pesar de todo, sostenida por la oración del Señor y la promesa que las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella.

          Jesucristo debe ser conocido, amado, adorado, glorificado su nombre, y esa misión es de los sacerdotes todos. Desde el Papa y los obispos hasta el último sacerdote. Son los pastores que glorifican el nombre de Cristo, salvando a las almas por medio de la Palabra de Vida, ministrando los sacramentos, atrayéndolas a la Verdad de la fe verdadera, acogiéndolas en la Iglesia, perdonando, nutriendo, consolando en el nombre del Señor a quien representan y por quien obran, amándolas con el celo con el que el Señor las amó y las ama.
          El amor hacia los pastores, que reclama la Madre de Dios, se manifiesta por la oración por ellos. Que estén siempre presentes: en cada Rosario, en cada Misa, en cada momento de adoración.

P. Justo Antonio Lofeudo
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(1) Cf. 1 Cor 13:4ss


 

25 de octubre de 2013

Queridos hijos! Hoy los invito a abrirse a la oración. La oración hace milagros en ustedes y a través de ustedes. Por eso, hijitos, en la simplicidad del corazón, pidan al Altísimo que les dé la fuerza de ser hijos de Dios y que Satanás no los agite como el viento agita las ramas. Hijitos, decídanse nuevamente por Dios y busquen sólo Su voluntad, y entonces encontrarán en Él alegría y paz. Gracias por haber respondido a mi llamado.

Hoy los invito a abrirse a la oración. La oración hace milagros en ustedes y a través de ustedes.

La oración llega a hacer milagros en nosotros y a través de nosotros. Esto ya había sido dicho el pasado mes por lo que ésta es una reiteración que la Santísima Virgen hace para llamar nuestra atención hacia la importancia inmensa de la oración. ¡Cuántas veces las personas ponen la oración como último recurso! Y sin embargo, es lo primero. Lo primero es nuestra relación con Dios que se alimenta y vive de la oración. Por eso, bien se dice que sin oración no hay salvación. Si la Santísima Virgen nos asegura que la oración obra milagros es porque Dios da gran poder a nuestra pobre oración cuando ésta sale de un corazón purificado y humilde. Le confiere poder de transformación interior, de profundización en la conversión y también un poder sobre cosas, acontecimientos (recordemos que desde el inicio de las apariciones nos viene diciendo que con la oración y el ayuno se evitan las guerras o se detiene las ya iniciadas) (1). Sí, la oración es instrumento de salvación también cuando se intercede por otras personas alejadas de Dios.

…hijitos, en la simplicidad del corazón, pidan al Altísimo que les dé la fuerza de ser hijos de Dios y que Satanás no los agite como el viento agita las ramas.

Estamos constantemente expuestos a la acción destructiva del Maligno. En su forma ordinaria y en lo personal, a través de la tentación y de la confusión de todo tipo por él generada y alimentada. Advirtiéndonos de la acción satánica que se interpone en nuestro camino de conversión a Dios, la Reina de la Paz nos exhorta a suplicar al Altísimo para que nos dé la fuerza necesaria que nos permita resistir los continuos embates y así poder mantenernos firmes y unidos como hijos de Dios.

Agrega algo que aunque parezca marginal no lo es: la simplicidad del corazón. Tal simplicidad nace de la confianza que por Jesucristo llegamos a ser hijos de Dios y que a Dios podemos dirigirnos como el mismo Señor nos enseñó: como a nuestro Padre. Cuando, como ahora, nuestra Madre nos dice que la oración debe ser hecha desde la simplicidad del corazón o cuando otras veces nos ha exhortado a la humildad y a la pureza del corazón, nos está diciendo que no es la forma de la oración lo que importa sino el corazón de donde procede esa oración.

Hijitos, decídanse nuevamente por Dios y busquen sólo Su voluntad, y entonces encontrarán en Él alegría y paz.

El pasado mes decía que la oración debía volverse alegría. Ahora agrega que la alegría -y con ella la paz- viene de una decisión seria de vida que consiste en poner a Dios por encima de todo o sea en el primer lugar en nuestras vidas. Quien se decide por Dios busca y se esfuerza por hacer su voluntad. Voluntad de Dios es nuestra salvación. Para eso el Hijo asumió nuestra humanidad, a través de su vida y enseñanzas nos reveló al Padre, murió por nosotros en la cruz, resucitó y nos abrió el ingreso al Cielo. Voluntad de Dios es que gocemos, ya desde esta tierra, de la dicha que no tendrá fin y de la paz que sólo Dios puede darnos: la paz que viene de Cristo.

En definitiva, buscar y hacer la voluntad divina es lo propio de hijos de Dios.

En el mensaje del 2 de octubre –dado por medio de Mirjana- la Santísima Virgen nos dice:

Oro para que sean la comunidad de los hijos de Dios, de mis hijos.

Fijémonos que nuevamente habla de ser hijos de Dios, pero además no aisladamente sino como comunidad. Ello implica íntima unión no sólo de propósitos sino espiritual.

…con amor materno y con paciencia maternal espero vuestro amor y vuestra unidad.


La unidad no es uniformidad. La uniformidad se logra con el poder de la fuerza, anulando molestas diversidades. La unidad, en cambio, es producto del amor y de la libertad en la que cada uno, según su particular carisma y habilidad, aporta lo suyo para la edificación de la comunidad de hijos de Dios que es la Iglesia (2).

¿Por qué, entonces, dice que espera con paciencia maternal? Porque, hay que reconocerlo, no estamos unidos y esto, a su vez, porque nos falta amor. Falta amor al otro cuando el egoísmo, la soberbia, el protagonismo lo desplazan. A nuestra propia miseria y debilidad se suma la acción del Enemigo (y volvemos a él) que –como lo había advertido nuestra Madre al comienzo de las apariciones- socava la unidad a través de malentendidos, promueve ambiciones de poder y exacerba sentimientos negativos como la envidia y el rencor.
El deseo de nuestra Santísima Madre es que rechacemos todo posible sentimiento y acto que pueda implicar división o que no sea de servicio sino de poder, y seamos todos una comunidad fraterna de verdaderos hijos de Dios. Una comunidad que se extienda a lo largo y ancho de la tierra.
¿Qué identifica a esta comunidad? La fe y el amor en Cristo Jesús. Es decir que desea que nosotros formemos una comunidad en la que se viva la fe y el amor con alegría. Por eso dice:

Oro para que como comunidad se vivifiquen gozosamente en la fe y en el amor de Mi Hijo.

Pero hay más, porque la comunidad a la que alude es particular: nada menos que la de los apóstoles de María, esos apóstoles de los últimos tiempos profetizado por san Luis María Grignion de Monfort. Por eso dice:

los reúno como mis apóstoles

Apóstoles amaestrados por la mismísima Virgen María, Madre de Dios.

y les enseño cómo dar a conocer a los demás el amor de mi Hijo, como llevar a ellos la Buena Nueva, que es mi Hijo.

Éste es el plan de nuestra Madre, la de formar y lanzar sus apóstoles, sus enviados de los últimos tiempos, que trabajen, todos hermanados aunque muchas veces alejados físicamente, en una misma unidad de espíritu por un objetivo bien preciso: llevar el amor de Cristo al mundo, llevar la Buena Nueva con la fuerza de la fe y del amor que no se echa atrás ni atemoriza ni inquieta cuando todo parece perdido y sin solución, porque por encima de todo está el Salvador, Jesucristo, que todo lo puede y viene a hacer nuevas todas las cosas. En pocas palabras, nos prepara para llevar al mundo a Cristo.

La primera unidad es la de la Madre con su Divino Hijo, de allí que ser apóstoles de María implica necesariamente ser apóstoles de Cristo, anunciadores del Evangelio en medio del mundo, con María.
Cuando el Señor hace de sus discípulos apóstoles, o sea enviados, les manda a anunciar el Evangelio pero además a sanar enfermos y a expulsar demonios. Hoy la Santísima Virgen, en el mensaje del 25, dice que por la oración –se entiende ahora de estos apóstoles, seguidores suyos- Dios obrará milagros.
Ahora bien, llevar a Cristo exige un paso previo: estar lleno de Él, reflejarlo en cada gesto, en cada acto que hagamos. Es decir, es necesario nutrirse de Él, llenar el corazón de su amor, amarlo, adorarlo, seguirlo. Por eso mismo, dice la Santísima Virgen:

Entréguenme sus corazones abiertos y purificados y yo los llenaré de amor hacia mi Hijo. Su amor dará sentido a vuestra vida…

Al decir “entréguenme sus corazones purificados” implícitamente nos pide que purifiquemos el corazón, o sea que dejemos que Dios nos purifique, y que abierto como la flor se abre a la acción del sol, se lo entreguemos.

El corazón será purificado en la medida en que se abra a la verdad. Abrirse a la verdad es abrirse al Señor –Él es la Verdad-, es abrirse a la acción del Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad y que ilumina nuestra alma convenciéndonos de pecado, pues nos muestra hasta dónde ofendimos a Dios y nos engañamos a nosotros mismos. A partir de allí, cuando el amor de Cristo –amor que promete nuestra Madre darnos- es acogido, viene el cambio de vida. Ese cambio, la profunda conversión, es gracia que exige de parte nuestra concorde decisión y obra. Decisión de poner fin a todas esas situaciones erróneas, pecaminosas, de apegos a personas o cosas que nos apartan de Dios y que impiden pertenecerle a Él. Hasta que no nos decidamos a ello, hasta que no obremos en consecuencia nuestra amistad con Cristo, nuestra adhesión a Él, será siempre vivida sufridamente entre lo que queremos ser y lo que no deseamos dejar.
La vida en Cristo, con Cristo es vida plena, gozosa, rebosante de amor y de paz.

… y yo caminaré con ustedes. Estaré con ustedes hasta el encuentro con el Padre Celestial. Hijos míos, se salvarán sólo aquellos que con amor y fe caminan hacia el Padre Celestial.

Está todo dicho. Cuando el amor de Cristo, el suyo hacia nosotros –del que nos hacemos conscientes- y el nuestro por Él, envuelve nuestra vida, su Madre y Madre nuestra estará con nosotros en cada circunstancia de nuestra vida y al final de ella en esta tierra. ¿Qué más podemos aspirar o pedir? Fe en Cristo y amor a Él, y en Él y por Él a todos, que se manifiesta en obras, es la condición para ser salvados.

Tengan confianza en vuestros pastores, como la tuvo mi Hijo cuando los eligió, y oren para que ellos tengan fuerza y amor para guiarlos.

Como en todos los mensajes del día 2, hay una exhortación que refiere a los pastores, es decir a los obispos y sacerdotes. Orar para que sean buenos pastores según el corazón de Cristo. Orar para que tengan la fuerza y el amor necesarios para conducir al rebaño y no abandonarlo en medio del valle oscuro o en el escabroso camino que lleva al precipicio.

Invoquemos siempre la intercesión y protección de la Reina y Madre de la Paz y elevamos nuestra súplica a Dios para que no permita al Enemigo separarnos del camino de salvación. Roguemos al Altísimo nos dé la fuerza en el combate espiritual y la fortaleza y decisión de anunciar al mundo que sólo en Cristo está el amor que salva, sólo en Él la paz y la verdadera alegría. Con la gracia de Dios que pedimos, obremos en todo construyendo la unidad de hijos de Dios, apóstoles de María en estos tiempos, portadores de la paz y del amor de Cristo al mundo que no lo conoce.

P. Justo Antonio Lofeudo
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2 de octubre de 2013

Queridos hijos, los amo con amor materno y con paciencia maternal espero vuestro amor y vuestra unidad. Oro para que sean la comunidad de los hijos de Dios, de mis hijos. Oro para que como comunidad se vivifiquen gozosamente en la fe y en el amor de Mi Hijo. Hijos míos, los reúno como mis apóstoles y les enseño cómo dar a conocer a los demás el amor de mi Hijo, como llevar a ellos la Buena Nueva, que es mi Hijo. Entréguenme sus corazones abiertos y purificados y yo los llenaré de amor hacia mi Hijo. Su amor dará sentido a vuestra vida y yo caminaré con ustedes. Estaré con ustedes hasta el encuentro con el Padre Celestial. Hijos míos, se salvarán sólo aquellos que con amor y fe caminan hacia el Padre Celestial. ¡No tengan miedo, estoy con ustedes! Tengan confianza en vuestros pastores, como la tuvo mi Hijo cuando los eligió, y oren para que ellos tengan fuerza y amor para guiarlos. ¡Les agradezco!

(1) En este sentido podemos estar convencidos que la que era inminente guerra en el Medio Oriente fue detenida por la jornada de oración y ayuno pedida por el Santo Padre.
(2) Ello no significa que la Iglesia no sea jerárquica. Lo es porque así la quiso y la fundó el Señor. Esto se pone también de manifiesto en este mensaje así como en los anteriores donde pide orar por los pastores (obispos, sacerdotes) y cuando la Santísima Virgen dice que su triunfo será con los pastores.


Mensaje de María Reina de la Paz
del 25 de diciembre de 2013

     Queridos hijos! Les traigo al Rey de la Paz, para que Él les dé su paz. Ustedes, hijitos, oren, oren, oren. El fruto de la oración se podrá ver en los rostros de las personas que se han decidido por Dios y su Reino. Yo, con mi Hijo Jesús, los bendigo a todos con la bendición de la paz. Gracias por haber respondido a mi llamado.

-“Vas a concebir en el seno y darás a luz un hijo…
y será llamado Hijo del Altísimo… su reino no tendrá fin”.


-“Hágase en mí según tu palabra”.
-“Y el Verbo se hizo carne”.

-“Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado”.


Ese niño es Dios entre los hombres.
Ocurrió en Nazaret, ocurrió en Belén.
Ese niño sonríe y es Dios que nos sonríe.
Ese niño llora y es Dios doliéndose por esta humanidad,
que ha asumido nuestra carne en María.
Ese niño alza sus manitas y es Dios que nos acaricia con su ternura infinita.

Esa noche belemita es toda luz.
La pobreza del pesebre se vuelve toda riqueza, la mayor de las riquezas.
Es Navidad.

No perdamos el asombro ante la Navidad.
Recuperemos el infinito misterio de Dios que se revela a los hombres.
Que grande, muy grande sea nuestro estupor ante Dios, niño en Belén y Pan de Vida Eterna en el altar.
Que incesante sea nuestro agradecimiento ante el inefable misterio de la Encarnación que se prolonga en la Eucaristía.

Y acudamos todos a adorar al Santísimo: el mismo Señor nacido en Belén. Vayamos a adorarlo junto a María, su Madre y a José, y con todos los pequeños que Dios hace grande por su gracia.
Entremos, sin miedo, en la intimidad de la adoración para encontrar a Dios que nos sonríe y acaricia en Jesús, el Mesías Salvador.


      No pocos son llamados a contemplar y adorar el misterio de Dios hecho hombre en noches estrelladas. Pastores y Magos venidos de Oriente.

    
Este es nuestro Dios, que se hizo Emanuel. A él recordamos en esta Navidad, al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, él es nuestra gran alegría, quien hoy nos ha nacido, quien ha de renacer en el corazón oscuro y frío de la humanidad para traerle el calor y la luz de la salvación. Vayamos todos a Belén porque el Señor se ha manifestado. Vayamos a adorar a nuestro Dios junto a María y José y todos los hombres de buena voluntad en quien Dios se complace. Vayamos a ver al Dios que nos sonríe y se ha acercado en ese niño para que sin temor podamos abrazarlo.

¡Feliz Tiempo de Navidad a todos y un Bendecido y Santo Año 2014!
Y que el Señor de Belén haga descender sobre cada uno la Gracia de Su bendición. Amén.

P. Justo Lo Feudo
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¡Bendito, Alabado y Adorado sea Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar!

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