Comentario de los mensajes

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Año 2002
Del 25 de enero de 2002

     Cada 25 de mes esperamos ansiosamente cuál ha de ser el nuevo mensaje que nuestra Madre nos ha de regalar. Ciertamente que en esa espera está también la certeza de la presencia de quién viene a hablarnos, a nosotros hijos suyos muy concretos, en este tiempo también concreto en que vivimos. Porque ciertamente, creemos que es Ella, la Madre de Dios, la que puntualmente da a Marija el mensaje que luego nos es transmitido. Y así, ir leyendo o escuchando lo que tiene para decirnos es una experiencia gozosa que repetimos mes a mes. Sus palabras son palabras del Cielo. Cada mensaje es para difundir, para hacerlo conocer a todo el mundo y, principalmente, para ir viviéndolo. Para asumir que el mensaje es para cada uno, es para mí. A mí está dirigido. Esto, quizás, es lo que muchas veces no tenemos tan en claro y el mensaje se desvanece, entonces, en el entusiasmo sin que alcance la práctica. Sino cómo sería posible que aún hoy, después de más de 20 años, la Reina del Cielo y de la Paz tenga que volver sobre el inicio. Porque lo primero que nos dice es:

Queridos hijos, en este tiempo, mientras aún están mirando atrás, hacia el año pasado, los invito, hijitos, a mirar profundamente en sus corazones y a decidirse a estar más cerca de Dios y a la oración
     Con estas palabras iniciales “mientras aún están mirando atrás” parece llamarnos a cambiar nuestra atención sobre lo que veníamos haciendo y a vivir algo nuevo. Algo nuevo, porque aunque conocido no es practicado. Esto, tristemente, es así. Debemos reconocerlo. Por eso lo primero es una invitación a sincerarnos, a echar una mirada profunda sobre nuestra intimidad. Nos llama a que examinemos dónde tenemos puesto nuestros intereses, la vida de todos los días. La realidad que la Santísima Madre percibe es que estamos aún lejos de nuestra meta, lejos de Dios y la razón es porque no oramos o nuestra oración no es verdadera oración, porque el corazón está alejado del Señor.

Hijitos, ustedes están aún atados a las cosas terrenales y poco a la vida espiritual
     Esta es la razón de nuestro alejamiento: nuestro apego, más aún, nuestra atadura a lo material, a lo puramente pasajero. Nuestra Madre no condena las cosas de este mundo porque no todas son necesariamente malas, sino que simplemente nos hace ver que estamos aferrándonos a lo terrenal y ello nos impide tener la aproximación a las cosas del Cielo. Nos llama a despojarnos, a caminar por un camino de abandono, a dejar la soberbia de la vida, las cosas vanas del mundo. Nuestra confianza debe estar en el Señor, en Él nuestras seguridades y nuestro deleite. De las cosas terrenales debemos ciertamente hacer buen uso pero nunca abuso ni tomarlas como metas de vida. Si así lo hiciéramos correríamos tras lo efímero, tras el viento.

Que esta invitación mía de hoy sea también para ustedes un estímulo para decidirse por Dios y por la conversión de cada día
     Como en el primer día, nos llama a la conversión del corazón, a cambiar de vida colocando nuestra meta en el encuentro con Dios. A decidirnos por la vida, por la verdad, por la luz que ilumina nuestros días, por la felicidad y la paz, porque todo eso y más significa decidirse por Dios.
     La conversión, nos lo recuerda, es tarea de cada día. Cada día debo convertir mi corazón, cada día debo cambiar un aspecto de mi vida que no me acerca a Dios.
     El deseo de la Madre de Dios es que su invitación no desaparezca con el entusiasmo del nuevo mensaje sino que nos ayude a realizar ese cambio que estamos postergando. No olvidemos que si nos dejamos interpelar, recibimos la gracia que trae con su venida, en este tiempo de misericordia.

No pueden convertirse, hijitos, si no dejan los pecados y no se deciden por el amor hacia Dios y hacia el prójimo
     Dejar la vida de pecado es condición necesaria para iniciar cualquier camino de conversión. Pero, no es todo. No es suficiente aborrecer el mal, es necesario amar el bien y sólo se ama el bien amando a Dios. Y del amor a Dios proviene el amor a aquel que teníamos alejado en nuestra consideración y que, por amor, hacemos próximo volviéndolo hermano.
     El amor a Dios, primer mandamiento, va junto al otro: el amor al prójimo.

     La Santísima Virgen, con esta exhortación parece evocar la primera carta de San Juan, el Evangelista, el Apóstol a Ella consagrado: “Si decimos que estamos sin pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Él que es fiel y justo nos perdonará los pecados y nos purificará de toda culpa” (1Jn 1,8-9).
     “Si uno dijese: ‘yo amo a Dios’ y odiase a su hermano, es un mentiroso. Quien no ama al propio hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve. Este es el mandamiento que tenemos de Él: quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).

     Recapitulando, la Reina de la Paz nos llama a tomar decisiones impostergables en nuestra vida: a decidirnos por la oración; por el desapego a lo terrenal que nos aparta de Dios; nos llama a desarraigar en nosotros el pecado, ese que nos hace esclavos; a la conversión diaria; al amor a Dios y al hermano. Tales decisiones deben ser consecuencia de una profunda y sincera introspección y de la certeza que quien nos invita a decidirnos así es quien tiene el poder dado por Dios de alcanzarnos la gracia para lograr todo lo que Ella nos pide.  


Del 25 de febrero de 2002

 

¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia los llamo para que lleguen a ser amigos de Jesús

     Una vez más la Santísima Virgen subraya que el llamado es “en este tiempo de gracia”. Tiempo de gracia en el que es posible profundizar la conversión y la fe. Tiempo de gracia para acercarnos a Dios hasta el punto de poder ser amigos de Jesús.

     Pero, para llegar a ser amigo de Jesús es necesario amar como Él manda que nos amemos. “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,14). Amar en tal desmesurada medida sólo puede ser una gracia, y por lo tanto venir solamente de Dios.

     Nuestra Madre no nos pide nada que el Señor no esté dispuesto a darnos, y Él quiere –en este tiempo- regalarnos esa gracia, regalarnos su amistad.

     Entrar en la dinámica del amor es entrar en la amistad de Jesús. Éste es, entonces, el primer llamado, la primera invitación: disponernos a amar para llegar a ser amigos de Jesús.

 

Oren por la paz en sus corazones y trabajen por su conversión personal

     La paz es fruto de conversión y la conversión es camino. Camino que se hace orando, elevando el pensamiento a Dios, haciendo su voluntad, abriéndole el corazón.

     La paz es don que Dios da a aquellos que trabajan para ella, que oran, que la piden, que la dan. A aquellos que se dejan convertir.

     La paz que la Reina de la Paz viene a regalarnos es la paz que da Cristo, no la paz del mundo. Es la que nos convierte a cada uno en paz para el otro. Por eso, esta paz es, al mismo tiempo, don y conquista porque requiere de nosotros la disponibilidad a la gracia y el esfuerzo de cada día para ser mejores, para acercarnos más al hermano y más a Dios.

 

Hijitos, solamente así podrán llegar a ser en el mundo testigos de la paz y del amor de Jesús

     Nadie puede dar testimonio de aquello que no conoce, que no ha experimentado. Nadie puede ser testigo de la paz si no vive la paz como tampoco nadie puede llegar a ser testigo del amor de Jesús si no ama. Y nadie puede alcanzar todo esto si antes no lo recibe de Dios.

     Como recientemente ha dicho el Santo Padre: «Cuando el corazón ha sido "conquistado" por Cristo, la vida cambia»; a lo que agregó: «Las opciones más generosas, y sobre todo, perseverantes, son fruto de profunda y prolongada unión con Dios en el silencio orante».

 

     Sólo mediante la oración y la determinación a caminar por caminos de santidad se vuelve uno receptor de la gracia de conocer el amor de Jesús y ser testigo de su paz y de su amor.

 

Ábranse a la oración para que la oración se vuelva para ustedes una necesidad

     La voluntad de hacer lo que la Reina de la Paz nos pide se traduce en oración. Por eso, la oración está primero. Y es también por ello que la Madre de Dios constantemente nos invita a la oración. Y nos dice: “oren, oren, oren”. Y también: “cuando digo que oren, oren, oren, no sólo quiero significar que aumenten el tiempo de oración sino también la profundidad de la oración”. En el pasado nos dio una medida: “Oren hasta que la oración se vuelva alegría para ustedes”. Esta vez nos dice “para que se vuelva una necesidad”. Necesaria como lo es el alimento o la bebida o el aire para el cuerpo. La oración debe nutrirnos, debemos tener sed de Dios y saciarla con la oración. Debemos respirar oración, nuestra alma tiene necesidad de ella y esto debemos descubrirlo también orando.

 

Conviértanse hijitos, y trabajen para que muchas más almas conozcan a Jesús y Su amor

     La Reina de la Paz quiere que todos sus hijos se salven. Esto lo quiere el mismo Dios. Pero este plan suyo depende de la respuesta generosa que puedan dar aquellos hijos que se han decidido a vivir sus mensajes. Cada uno debe volverse, con su vida, ese testigo convincente del amor de Cristo. A través nuestro -nos lo pide-, de nuestro ejemplo, de nuestro amor, de nuestro acercamiento a quien más lo necesita deben los otros conocer al Salvador y conocer su amor.

     Debemos hablarle al hermano, con nuestras actitudes, con nuestros gestos y con nuestras palabras también, del amor de Dios en Jesús.

     Debemos hablarle a Dios de nuestros hermanos intercediendo por aquellos que aún no conocen su amor.

 

Yo estoy cerca de ustedes y los bendigo a todos

     Esta cercanía de nuestra Madre –que se vive a través de los mensajes que desde hace más de 20 años nos viene dando- es la que nos permite perseverar en nuestro camino de conversión y la que hace que  experimentemos la bendición de su presencia en estos tiempos humanamente tan difíciles.


Del 25 de marzo de 2002

Queridos hijos, hoy los invito a unirse a Jesús en la oración
     Ciertamente no hay otro modo de unirnos a Jesús que no sea por la oración, entendiendo por oración todas sus distintas expresiones y, por supuesto, la Santa Misa como oración por excelencia. Pero, creemos que nuestra Madre en esta simple frase va aún más lejos que invitarnos a la oración. En realidad, nos invita primero a la unión del corazón. Porque la oración verdadera es la del corazón que se une a su Señor.

     Jesús estaba siempre unido al Padre y a los hombres y no cesaba de orar por esa unión. La noche del Jueves Santo, cuando Jesús comió la Pascua con los suyos, estando aún en el Cenáculo oró intensamente al Padre, y oró así: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno”(Jn 16,20-21ª). Es decir, rogaba por nosotros, los que por medio del testimonio de los apóstoles, por medio de la Iglesia, por medio de María, creeríamos en Él, en Jesús, el Hijo de Dios, para que todos fuéramos uno. Uno, como el Padre y el Hijo son uno. 

     Hoy, nuestra Madre nos pide que nos unamos a Jesús en la oración, que nos hagamos uno con Jesús por medio de la oración. Esto también implica unirnos a la oración de Jesús en la que clama al Padre por la unidad de corazón, para que podamos vivir primero la experiencia y luego dar testimonio de que Dios nos ama y nos salva. Todo esto nos significa en su invitación.

Ábranle su corazón y dénle todo lo que está dentro de él: las alegrías, las tristezas y las enfermedades
     La unión sólo se logra cuando se está dispuesto a la apertura del corazón, de la propia vida con todas sus vicisitudes. Nada debe quedar afuera, todo lo que nos preocupa, lo que sentimos, lo que tenemos, lo que nos aqueja, lo que somos y hasta los más íntimos pensamientos, lo que creemos o queremos ser, debe ser ofrecido a Jesús. Él y sólo Él es el Señor de nuestras vidas. Él le da sentido a nuestra alegría, Él consuela nuestras tristezas, Él sana nuestras enfermedades.

     Debemos reconocer en este mensaje un gran aliciente para ser transformados por la gracia de Dios, porque a continuación nos dice:

Que éste sea para ustedes el tiempo de la gracia
     Este es el anhelo de nuestra Madre: que sepamos reconocer este tiempo que Dios nos regala. Este tiempo de misericordia que el Señor puso en manos de su Madre. 
     La tragedia es estar ausentes en el tiempo de la gracia, como lo estuvieron los habitantes de la Ciudad Santa en tiempos de la visita de su Señor.
     Precisamente, el pasado Domingo de Ramos celebrábamos la entrada jubilosa de Jesús en Jerusalén. Los relatos evangélicos nos recuerdan que todos lo vitoreaban y cantaban “!Hosanna, al Hijo de David! ¡Bendito aquel que viene en el nombre del Señor!” (Mt 21,9). Lucas, el evangelista, cuenta que descendiendo Jesús del Monte de los Olivos, entrando en Jerusalén en medio de todo aquella exaltación hacia su persona, “al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: -¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!" (Lc 19,41-42ª).
     Nuestra Madre tampoco se engaña porque sabe que no son nuestras demostraciones de afecto las que cuentan sino nuestra verdadera conversión del corazón. Que éste sea para nosotros el tiempo de la gracia depende solamente de nosotros, de nuestro compromiso más que de nuestra adhesión, de nuestro empeño en hacer lo que nuestra Madre nos pide que hagamos más que de la información de acontecimientos y del conocimiento de sus mensajes.

Oren, hijitos, y que cada instante sea de Jesús
     Pertenecer a Jesús implica que cada momento de nuestras vidas debe ser de Él. Solamente Jesús puede darle valor de eternidad a nuestro tiempo aquí en la tierra. El apóstol san Pablo, en carta a los tesalonicenses, decía: “Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él” (1 Ts 5,9-10). Fuimos creados para ser salvados por Cristo Jesús y para que en todo tiempo vivamos juntos con Él.

Yo estoy con ustedes e intercedo por ustedes
     Una vez más nos estimula recordándonos la realidad de su presencia maternal reasegurante que nos acoge, nos protege y atrae sobre nosotros las gracias del Señor.


Del 25 de abril de 2002

Queridos hijos, alégrense conmigo en este tiempo de primavera, cuando toda la naturaleza se despierta y sus corazones anhelan el cambio
     Si tenemos presente que la Madre de Dios habla desde Medjugorje, primero para la Parroquia y luego para el mundo, no debe extrañarnos entonces que use una figura como la de la primavera, porque esa es la estación que allí ellos están viviendo.
     Los que habitamos el hemisferio sur también experimentamos el cambio de la naturaleza en el otoño. En uno y otro caso el cambio exterior tiene siempre efectos interiores. Todos sabemos, por propia experiencia, que la estación climática afecta el ánimo de las personas. En la primavera la vida exulta en las flores, en la vegetación de los árboles, en el canto y en el revoloteo de los pájaros, y todo eso produce una sensación de alegría. Por su parte el otoño, al cambiar el ritmo de los días e irse desnudando y velándose el paisaje, llama al espíritu hacia el recogimiento.

     La Santísima Virgen nos vuelve conscientes de las sensaciones y sentimientos que la naturaleza nos provoca y nos invita a alegrarnos con Ella, a regocijarnos por el cambio en la creación.
     Pero, si bien la obra de Dios debe ser siempre motivo de alabanzas y de alegría, el propósito de nuestra Madre va más allá. Ella guía el anhelo de cambio de nuestro corazón invitándonos a otro cambio, un cambio en lo más profundo de nosotros mismos, porque a continuación nos dice:

Ábranse, hijitos, y oren
     Así como en la primavera la naturaleza se muestra receptiva en la flor que se abre al sol, así también el corazón debe abrirse a la luz de la gracia y nutrirse de la oración. Por la oración Dios obra en nosotros la conversión, el cambio del corazón.
Al abrirnos le permitimos completar Su obra en nosotros.

No olviden que yo estoy con ustedes y deseo llevarlos a todos a mi Hijo para que Él les dé el don del amor sincero hacia Dios y hacia todo lo que viene de Él
     Una y otra vez nos recuerda su presencia.
     En la medida en que nos abramos al influjo de Dios experimentaremos la cercanía de María.
     Si acaso nos ocurre por momentos apartamos, si nos cerramos a su gracia, viene entonces nuestra Madre a recordarnos que Ella está junto a cada uno de nosotros. La Santísima Virgen está a nuestro lado para protegernos, para brindarnos el inmenso consuelo de su presencia y, por sobre todo, para conducirnos a Jesús.
     Nos lleva hasta Jesús no porque el Señor no esté cerca nuestro sino porque nosotros no sabemos encontrarlo. Y María es nuestra guía segura en este camino cuya meta es Dios.
     Así recibimos del Señor, por su Madre, el don del amor.  Amor a Dios y amor a todo lo que viene de Dios. Éste es, precisamente, el don de la conversión.

Ábranse a la oración y pidan a Dios la conversión de sus corazones
     La Santísima Virgen refuerza su mensaje insistiendo en la apertura a Dios mediante la oración. Por medio de la oración, cuando el diálogo con Dios se vuelve también escucha por obra del Espíritu Santo, se produce la transformación interior. Es cuando cambian nuestros sentimientos, nuestras opiniones, nuestras palabras, nuestra mirada y hasta nuestros gestos porque empezamos a vivir y ser atraídos por el amor de Dios. Y comenzamos también, a aprender a abandonarnos a su amor y a despreocuparnos de las cosas que nos angustiaban, como la incertidumbre económica, la falta de trabajo o de salud porque, nos dice:

Todo lo demás Él lo ve y lo provee
     Las palabras de la Reina de la Paz son las mismas del Evangelio. En San Mateo leemos: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. Así que no se preocupen del mañana, porque el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le basta su pena” (Mt 6,33-34). Es Palabra del Señor, es Jesús quien habla. La Madre del Señor nos dice lo mismo: que nos ocupemos de nuestra conversión, de nuestra santidad – que de eso se trata el Reino de Dios y su justicia - de amar a Dios y al hermano y de dejarnos amar, porque el resto Dios lo va a proveer.

     Hay un proverbio oriental que dice: “En una noche oscura, en una negra gruta, detrás de una piedra negra, sobre el suelo negro, hay una hormiga. Y Dios la ve”. Ciertamente que nada escapa a su visión, a su conocimiento.  Pero atención, no es la mirada que oprime, que vigila para castigar, sino la mirada dulce que nos revela Jesús en el Evangelio. Es la mirada de quien dice: “Yo soy el buen Pastor, y conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,14-15). Es la mirada del Pastor que vela por sus ovejas, del Pastor quien dio la vida por ellas.
     Es la mirada del Padre que cuida a sus hijos, que está atento a todas sus necesidades.
     Dios es Padre providente que sabe dar cosas buenas a sus hijos cuando ellos se lo piden. Por ello, nada hay que temer. Por lo contrario, debemos abandonarnos confiadamente a su amor, que en él está nuestra seguridad y nuestra alegría.


Del 25 de mayo de 2002

 

Queridos hijos, hoy los invito a poner la oración en el primer lugar en sus vidas

     Constantemente nuestra Madre del Cielo nos ofrece el medio para llegar a Dios: la oración. Por la razón de que la oración es el medio cuyo fin es Dios, esta invitación resulta idéntica a la otra, la que tantas veces repitió: la de poner a Dios en el primer lugar en nuestras vidas.

     Deberíamos preguntarnos, entonces, qué es lo más importante que hacemos, a qué dedicamos lo mejor de nosotros, dónde tenemos puesto nuestro corazón, para cobrar así conciencia del verdadero lugar que el Señor tiene en nosotros.

     Muy posiblemente, de tal examen se desprenda la evidencia de que nos ocupamos de muchas cosas, hablamos mucho y oramos poco.

     La oración tiene que ser lo más importante para nosotros, aquello que no podamos postergar, porque es el único medio para llegar a Dios y porque de la oración y en oración vivimos.

 

     Es Dios quien debe estar presente en cada instante de la vida porque es a Él a Quien debemos amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas, por encima de todos y de todo. Y para que Él esté presente es preciso antes encontrarlo. El Padre Pío solía decir que a Dios se lo busca en los libros, pero se lo encuentra en la oración.

 

     A la oración debemos reservarle un tiempo y un espacio especial. Como nos enseña la Santísima Virgen, para orar es necesario antes entrar en la oración, es decir, recogernos, hacernos disponibles a la gracia que surge de la oración, abandonarnos humildemente al Espíritu que ora en nosotros, entrar en coloquio con el Señor.

 

Oren y que la oración, hijitos, sea gozo para ustedes

     Cuando nuestra Madre habla de oración siempre alude a la oración del corazón. Toda oración del corazón tiene el poder de transformarnos, tanto la personal como la comunitaria, y en cualquiera de estos casos, el rezo del Santo Rosario.

     Por la oración, cuando ésta es verdadera, cuando se hace desde un corazón humilde que quiere aprender a amar, siempre se alcanza el gozo del encuentro.

     La oración intensa, perseverante, es también oración de alumbramiento. El hombre nuevo –hombre de oración- nace en nosotros y esto es motivo de alegría. Porque el hombre nuevo es el del corazón nuevo, de ese corazón que se vuelve disponible a la gracia y cuyos frutos son la paz y la alegría.

 

     También el Señor Jesucristo exhortaba a sus discípulos a orar, pidiendo al Padre, en su Nombre, lo que quisieran para que el gozo de ellos fuese perfecto, fuese colmado. Esa alegría desbordante es el gozo de quien amando pide en oración y su oración es satisfecha porque él quiere lo que Dios quiere. Es el gozo colmado de quien permanece en el amor de Dios porque ama en la medida de Cristo y es inhabitado por la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo hacen morada en él (cfr. Jn 14:23; 15:7 y 10ss; 16:24). Y ese gozo no será quitado.

 

Estoy con ustedes e intercedo por todos ustedes, y ustedes, hijitos, sean portadores gozosos de mis mensajes

     La presencia de nuestra Madre es consoladora, esperanzadora. Saber que está con nosotros nos consuela enormemente, alienta nuestra esperanza. Porque está tan cerca nuestro, nos sentimos protegidos y seguros bajo su guía. Pero, además, la suya es una presencia orante revestida de un poder sobrenatural que no imaginamos. María es la Mediadora de todas las gracias. María es nuestra Abogada, la que obtiene de Dios aquello que necesitamos para nuestro camino de bienaventuranzas, para ser testigos alegres aquí en la tierra, donde somos peregrinos, y colmados de felicidad en la eternidad.

 

     En este pasaje de su mensaje hay también un mandato, un envío: el de ser portadores de sus mensajes, es decir, sus mensajeros, sus misioneros. Pero, agrega, “gozosos”. Y esto es así, porque antes de llevar el mensaje es necesario vivirlo. No nos llama a una mera distribución de mensajes sino a ser hombres y mujeres de oración que vivan lo que oran, que reciban la alegría de la dedicación a Dios a través de María.

 

Que la vida de ustedes conmigo sea alegría

     Y cabría preguntarse: ¿Cómo no serlo? Si Ella está presente, como lo está, junto a nosotros, intercediendo por nosotros, protegiéndonos con su oración, la consecuencia de tales certezas es una vida de alegría. Claro, que esa presencia especial de la Madre Santísima sólo se descubre por la oración.

 

     San Ildefonso, en una bellísima oración, luego de rogarle a Jesús ser el servidor de Su Madre, garantía segura de grandeza que acabará en la gloria de la eternidad, le cantaba a María: “Bendiciendo con los ángeles, cantando mi alegría junto con las voces de los ángeles, exultando de gozo con los himnos angélicos, regocijándome con las aclamaciones de los ángeles, yo bendigo a mi Soberana, canto mi alegría a la que es la Madre de mi Señor, canto mi gozo con la que es sierva de su Hijo. Yo me alegro con la que ha llegado a ser la Madre de mi Creador; con aquella en la que el Verbo se ha hecho carne... Yo no olvido que es gracias a la Virgen el que la naturaleza de mi Dios se ha unido a mi naturaleza humana, para que la naturaleza humana sea asumida por mi Dios...    

     Nosotros también, como San Ildefonso, pedimos servir a la Madre de nuestro Señor y cantamos gozosos sus alabanzas!


Del 25 de junio de 2002

 

Queridos hijos, hoy oro por ustedes y con ustedes para que el Espíritu Santo los ayude y les aumente la fe, de modo que acepten aún más los mensajes que les doy aquí, en este lugar santo

 

     Nuestra Madre continuamente ora por nosotros y, como desde hace 21 años nos lo viene mostrando en Medjugorje, con nosotros. La intención de su oración es siempre importante pero, en este día, por ser el de su aniversario, lo es en particular. Es como si nos llamara a agudizar más la atención sobre el hecho de que Ella, la Madre de Dios, está orando para que el Espíritu Santo reavive nuestra fe en algo muy concreto: en su presencia. Es decir, en la vital importancia que sus mensajes deben tener para nosotros, de modo que nuestra aceptación de ellos sea más que una simple adhesión, sea un compromiso de vida.

     Nuestra Madre Santísima hace, de paso, una referencia al lugar llamándolo santo. Medjugorje es un lugar santo por su misma presencia, por esa elección divina de convertirlo en fuente de constantes gracias para el mundo. En Medjugorje y a partir de él, las personas experimentan intensamente el amor de Dios y reciben la capacidad de responder a ese amor.

 

Hijitos, comprendan que éste es un tiempo de gracia para cada uno de ustedes, y conmigo, hijitos, ustedes están seguros

 

     Con incansable paciencia nos repite, hasta que se nos haga evidente a nuestro duro entendimiento que, en el tiempo de nuestra humanidad, éste es tiempo de gracia.

     Ella habla para el mundo y para cada uno de sus hijos en particular. Y cada uno debería decir para sí: “este es un tiempo de gracia para mí. Un tiempo que Dios -por su misericordia- me concede. Este es un tiempo que debo aprovechar, que no debo dejar pasar. Un tiempo para abrirme a la gracia y sacar frutos de ella, frutos de eternidad. Este es un tiempo de recreación, un tiempo en que Dios –por medio de la Santísima Virgen- quiere hacer todas las cosas nuevas, quiere –para empezar- renovar mi vida. Y yo necesito y quiero ser renovado.”

     Éste es también, y lo experimentamos cada vez con mayor intensidad, un tiempo de grandes amenazas, de gran oscuridad exterior. Las personas ven sus vidas amenazadas, viven bajo todo tipo de inseguridades, y la humanidad está ya en la autodestrucción, sobre todo en la autodestrucción moral. Cada uno, en su ser íntimo, lo sabe aunque decida no pensar en ello, y teme por sí mismo, por su familia, por su patria, por el futuro. Pero, el que ha decidido vivir los mensajes, porque se ha decidido por Dios acudiendo al llamado de la Reina de la Paz, no debe temer. Por eso nuestra Madre, para recordárnoslo, agrega: “conmigo ustedes están seguros”. Que es lo mismo que decirnos: “No temas, que yo estoy contigo, a tu lado, protegiéndote para que este tiempo de oscuridad se vuelva luminoso para ti”.

 

Deseo conducirlos a todos por el camino de la santidad. Vivan mis mensajes y pongan en vida cada palabra que les doy

 

     María descendió del Cielo –por así decirlo- un 25 de Junio para encontrarse con unos niños que serían sus mensajeros (Ella los llamaba y los llama “ángeles míos”, es decir, “mensajeros míos”). Y por estos niños, que transmitían con fidelidad lo que la Madre de Dios venía a pedirnos,  multitudes emprenderían el camino de regreso a Dios, ese camino de subida que es el de la santidad. Sus primeros llamados fueron al perdón, a la oración del corazón reconciliado y purificado, al ayuno también del corazón entregado como sacrificio agradable a Dios, a despertar al amor a Dios y al hermano. Nos llamó y nos sigue llamando a amar a Dios en su Iglesia, a enamorarnos de la Eucaristía, de la Palabra. A amar al hermano desde la reconciliación y el gesto concreto de aproximarnos en su necesidad, la mayor de todas: su falta de Dios. De ese modo nos hacía iniciar una vida de conversión.

 

     Todo mensaje luego de leído y comprendido, inmediatamente después debe ser puesto en práctica. Esto es lo que nos pide nuevamente la Reina del Cielo: que su mensaje sea vivido en integridad. En otras palabras, nada de lo que me pida o invite a hacer debe dejarse de lado. No debemos ampararnos en la excusa de que algunos de sus pedidos, porque nos cuestan, no los vivimos. Por ejemplo, no debo quedarme pensando que sigo sus mensajes porque rezo el Rosario, tal vez del Rosario completo, todos los días, y luego no ayuno. A menos de que esté exceptuado de ello por la edad avanzada o por la enfermedad, y aún en tales casos, según también nos enseña nuestra Madre, siempre hay algo de lo que podamos privarnos para ofrecérselo al Señor. Cada palabra es importante y no debemos dejarla de lado. Cada exhortación, cada invitación debería convertirse para nosotros en obligación de amor. Y la razón más profunda está en la advertencia que a continuación nos hace.

 

Que estas palabras sean preciosas para ustedes porque vienen del Cielo

     Son preciosas porque vienen del Cielo, ésta es la razón. Y esta certeza sólo nos la puede dar el Espíritu Santo que nos comunica la fe en la presencia verdadera y llena de gracia de María en este tiempo, en Medjugorje.

     Unámonos, queridos hermanos, a la oración de nuestra Madre, al Espíritu Santo para que nos dé la fe y la fuerza necesaria como para vivir la gracia de sus mensajes de santidad.


Del 25 de julio de 2002


Queridos hijos, hoy me alegro con su santo patrono y los invito a estar abiertos a la voluntad de Dios para que la fe crezca en ustedes y, a través de ustedes, en las personas que encuentren en su vida cotidiana

     Ya desde el mismo comienzo de las apariciones, nuestra Santísima Madre nos decía que sus mensajes eran para la parroquia y para el mundo. Por eso, el día que da su mensaje -25 de Julio, cuando la Iglesia celebra a Santiago Apóstol y Mártir- les dice a los de la parroquia de Medjugorje, cuya iglesia está puesta bajo el patronazgo del santo, que se alegra en ese día. Y se alegra junto al santo. El motivo de esta alegría es por la respuesta de la parroquia de Santiago Apóstol de Medjugorje. Respuesta de los videntes, de los fieles, del párroco, de todos los frailes franciscanos a sus pedidos concretos de conversión, que hizo posible que la gracia de la presencia de la Reina de la Paz y de sus mensajes se irradiara a todo el mundo.

     Hoy María nos invita a todos, parroquianos y seguidores de sus mensajes, religiosos y laicos, todos sus hijos, a permanecer abiertos a la voluntad de Dios.

     Nuestro Señor Jesucristo nos enseña con su vida, su muerte y Resurrección cuál es aquella voluntad: “que todos los hombres se salven” (1 Tim 2:4). Dios Padre nos ofrece la gracia de la salvación: su mismo Hijo por quien – a través de su Iglesia- recibimos el Espíritu Santo. El Espíritu que despierta en nosotros el don de Dios: la fe. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: “¿Qué pides a la Iglesia?”. Y la respuesta es: “La fe”. “¿Qué te da la fe?”, “La vida eterna”.

     El Espíritu Santo es quien siembra en nosotros la fe y la hace crecer, según la medida de la disponibilidad y adhesión de cada uno a Dios.

     Es el Espíritu que hace de nosotros testigos fervorosos, sal y luz de la tierra.

     Es el mismo Espíritu que recibieron los apóstoles y que, como Santiago, los llevó a dar testimonio hasta dar la vida por la fe en Jesucristo.

 

     Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (CIC 162). La fe debe crecer en nosotros al punto de poder contagiarla a otros. Debe ser la nuestra una fe firme que se manifieste en la vida de todos los días.

 

Hijitos, oren hasta que la oración se vuelva alegría para ustedes

     Nuevamente nos da una medida de oración, orar hasta que ésta se vuelva alegría.

     Nos llama a orar para que podamos abrirnos a la voluntad divina, es decir, para que podamos confiarnos en Dios y no querer otra cosa más que la que Él quiera para nosotros. Se trata de orar pidiendo que en nosotros se cumpla su voluntad. Cuando así lo aceptamos, cuando así confiamos en el amor de Dios, en su misericordia, en su providencia, entonces no podemos menos que estar felices y llenos de paz en el corazón.

 

Pidan a sus santos protectores que los ayuden a crecer en el amor hacia Dios

     En tanto Iglesia que somos, nosotros- los de la Iglesia peregrina- nos unimos en oración a los hermanos que ya están glorificados, los santos, y que conforman la Iglesia Celestial. Los santos están íntimamente unidos a Cristo y no dejan de interceder por nosotros al Padre.

     Todos sabemos que nuestra gran Intercesora, a quien llamamos la Omnipotencia Suplicante, es la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra. Pero Ella, en el día de Santiago, nos hace dirigir la mirada hacia los otros santos, intercesores, también ellos, de cada uno de nosotros. Quiere que recordemos o establezcamos una relación personal con nuestros protectores. Los santos protectores son los que surgen por nuestra propia elección, consecuencia de una devoción particular, o bien por el hecho de habérsenos dado su nombre en el día de nuestro bautismo.

 

     El amor es el corazón de la santidad. Santa Teresita decía: “comprendí  que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de amor”. Santo es el que ama ardientemente a Dios y a todo hombre al que hace prójimo, hermano. Siendo, entonces, los santos modelos de santidad, de amor, estando ellos unidos al Amor, y siendo además nuestros intercesores, es a ellos que -con toda lógica- nuestra Madre nos exhorta a que les pidamos que nos ayuden a crecer en el amor a Dios. Será por la intercesión de nuestros santos protectores que Dios nos dará la gracia de acrecentar nuestro amor a Él.

 

     El Señor no abandona nunca a su rebaño. En estos tiempos nos envía a su Madre y Ella hoy nos enseña que también en los santos tenemos nuestros protectores en el Cielo y que a ellos debemos dirigirnos, que juntos con la Santísima Virgen, nos ayudan a crecer en la fe y en el amor a Dios y a ser, como ellos, instrumentos de salvación.


Del 25 de agosto de 2002

 

Queridos hijos, hoy también estoy con ustedes en oración para que Dios les dé una fe aún más fuerte

     El mensaje de hoy está especialmente dedicado a nuestra necesidad de fe y oración. Pero, lo primero que nuestra Madre hace es reasegurarnos su presencia orante. Ora por nosotros, nos dice, para que Dios nos dé una fe más fuerte.

     Sabemos que los mensajes los dirige a todo el mundo, más bien a todos sus hijos en el mundo. Pero, como la Santísima Virgen es Madre de cada uno en particular, entonces el mensaje es necesariamente personal. “Es a mí a quien me habla”, puede decir con toda propiedad cada uno de nosotros.

     Me está diciendo que mi fe es pequeña y que mi oración es pobre, que no son suficientes, que no alcanzan para vivir en la fe y de la oración.

     La fortaleza o debilidad de la fe se manifiesta en la prueba. La fe fuerte es aquella inconmovible, que no se deja mover por las circunstancias más adversas. Entonces, la pregunta que inmediatamente debo hacerme es: ¿cómo me comporto ante la adversidad de la prueba? ¿Desfallezco? ¿Me deprimo fácilmente? ¿Descreo, en el sentido que pienso que Dios no me escucha, que está lejos, que no puede ocuparse de mí?

     A este punto debemos recordar el mensaje del mes anterior en el que nuestra Madre nos invitaba a abrirnos a la voluntad de Dios, precisamente para que la fe creciese en nosotros. Decíamos entonces que la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y que la fe es un don que Él nos da por gracia para que alcancemos la vida eterna.

     Por la fe conocemos lo que debemos esperar y amar. Dios nos mueve primero a creer, a creer en el Evangelio donde se manifiesta su misericordia en la persona de Jesús, Nuestro Señor, y luego a esperar en esta divina misericordia y amarlo a Él, Dios verdadero, sobre todas las cosas y detestar el ofenderlo.

     Sin fe no podemos llegar al verdadero amor, al amor de caridad, a ese amor que es entrega de sí mismo.

     La fe también significa confiar en la misericordia y en la providencia divinas. Es por la fe que llego al abandono confiado en el amor de Dios que, porque se conmueve ante mi miseria, me perdona y está dispuesto a acogerme y a comenzar de nuevo conmigo, no importando cuál haya sido mi pasado, mis anteriores desencuentros y la magnitud de mi alejamiento.  Es asimismo por la fe en su providencia que sé que Él me ha de dar todo aquello que necesite.

Hijitos, la fe de ustedes es pequeña y, a pesar de ello, no son ni siquiera conscientes hasta qué punto no están listos para buscar de Dios el don de la fe

     Ya antes habíamos recibido el consuelo de sabernos al abrigo de la presencia celestial y maternal de María, que intercede por nosotros. Ahora, nos dice que a la poca fe se agrega la falta de conciencia de la necesidad que tenemos de buscar este don de Dios.

     La fe es ciertamente un don de Dios que debe ser alimentado y debe crecer hasta volverse firme, fuerte. Este don gratuito, que nadie puede merecer, debe ser pedido al Señor en oración ferviente para que Él no sólo conserve la luz interior que nos permita seguir el camino del cielo en medio de las tinieblas interiores y exteriores, sino que además sea nuestra coraza ante los ataques a los que nos vemos y nos veremos sometidos. Ataques ya no solamente personales sino también contra la Iglesia, contra los fundamentos de nuestra fe, contra la moral cristiana, contra todo lo sagrado. Ataques que ya mismo satanás está descargando en todas partes de la tierra. Por ejemplo, nos enteramos que en estos días un film absolutamente blasfemo contra el sacerdocio y en el que se burlan de la Eucaristía, de la Santísima Virgen y del Papa, ha sido financiado por el gobierno mexicano y con la obligación por ley de ser exhibido en las distintas salas cinematográficas del país aún cuando los dueños de las salas no estén de acuerdo con el contenido. En New York, también en estos días, una emisora radial de rock promovió un acto sexual en la Catedral de San Patricio. Por la acción decidida de grupos católicos los autores del sacrilegio y los conductores del programa fueron llevados a la Corte, el programa ha sido cancelado y la emisora está por perder la licencia. La legislatura de la ciudad de Buenos Aires promueve legislación abortista y “uniones civiles” que reconocen iguales derechos para parejas de homosexuales siendo el próximo paso, como ya lo ha sido en otras partes del mundo, que esas parejas puedan adoptar niños.

     Estamos comenzando a vivir la persecución de la Iglesia de Cristo y para estos combates nuestra fe debe ser firme como la roca.

     Sin la oración nuestra fe no podrá crecer. Nuestra Madre nos está diciendo que si nuestra fe es débil es porque nuestra oración es pobre. También aquí es el caso de preguntarnos ¿cuánto tiempo le estamos dedicando a la oración? ¿Cuán profunda es ésta? ¿Cómo son nuestros encuentros con el Señor?

     Tengamos presente una vez más que Dios dispone para nosotros el don de la fe. Pues, a este grandioso don debemos buscarlo. Buscarlo es pedirlo, y pedirlo con fervor es garantía de obtenerlo.

 

Es por eso que estoy con ustedes para ayudarlos, hijitos, a comprender mis mensajes y vivirlos

     Recordamos que uno de los primeros mensajes que la Santísima Virgen dio a la parroquia de Medjugorje y a los sacerdotes es que debían tener una fe firme. Fe que ciertamente habría de ser probada. Pero, por sobreabundante gracia de Dios, Ella estaba allí, junto a los videntes, junto a los sacerdotes, junto a toda esa parroquia que había sido elegida para transmitir sus mensajes al mundo, haciéndoselos primero vivir a todo Medjugorje. Hoy esa parroquia se ha extendido al mundo, y a todos nos vuelve a decir que está con cada uno de nosotros, que la razón de su permanencia es la de ayudarnos por medio de su poderosa oración, por medio de su insistente prédica, por medio de sus pacientes enseñanzas, por medio de su amor que no conoce límites.

 

Oren, oren, oren y sólo en la fe y por medio de la oración sus almas encontrarán la paz, y el mundo la alegría de estar con Dios

     La insistencia está siempre puesta en la oración y también en la fe, no porque ellas sean el fin último sino porque en el caso de la oración es el medio inevitable y primero para caminar hacia la santidad y en el de la virtud de la fe la primera para alcanzar la caridad la cual es, a su vez, la primera en el orden de la perfección.

     Nuestra Madre nos exhorta a recorrer el camino de conversión por la oración –único medio eficaz- y en la fe, para crecer en el amor y encontrar finalmente la paz y la alegría, no sólo para nosotros sino para todo el mundo. Este es el camino a que nos llama y por el que nos conduce desde hace más de 21 años: el del encuentro con Dios, fuente de toda paz y alegría.

 

     Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, no dejes de orar por nosotros para que nuestra fe sea una fe firme, no dejes de guiarnos en la oración, no dejes de obtener para nosotros las gracias de la paz y la felicidad. Amén.


Del 25 de setiembre de 2002

 

     Muchas veces podemos vernos tentados de pensar que nuestra pobre acción individual, en el limitado medio en el que nos movemos, pueda tener algún efecto benéfico ante tanta violencia, tanta corrupción, tanto mal, tanta injusticia, tanta oscuridad de este mundo. Y esa sensación de impotencia puede ser cierta en la medida en que nuestro obrar se centre en nosotros mismos, es decir, sólo en nuestra buena voluntad. 

     Sin embargo, cuando nos movemos y vivimos en Dios, cuando vivimos la vida de la gracia, todo cambia y es ahí, precisamente, donde se ubica el llamado y la enseñanza de la Santísima Madre: en el sentido que nuestra oración, nuestro testimonio personal, nuestra misma vida revisten un nuevo poder transformante sobre el mundo. Porque la gracia no sólo nos cambia a nosotros sino que, a través nuestro, cambia el entorno y hasta traspasa sus límites para alcanzar vidas y horizontes lejanos.

     Y así como la Madre es universal, porque es Madre personal de cada uno de los hombres, así también su plan de salvación personal –a través de cada uno de los hijos que responden a su llamado- va realizando la salvación de otros. 
     Viviendo los mensajes de la Madre hacemos la voluntad del Hijo, por quien recibimos la gracia. La voluntad del Hijo es que su sacrificio no sea vano y que a todos llegue la conversión y el don de la paz que sella toda conversión.

 

     En el presente mensaje, para que la paz se derrame sobre el mundo en tinieblas, nuestra Madre Santísima pide de nosotros tres acciones concretas: intercesión, vida y testimonio. Es decir, nos pide que oremos, intercediendo por el mundo para que cada persona en el mundo sea atraída por el bien que es la paz. 

     Vuelve a decirnos que hemos sido llamados especialmente – y de esto debemos ser muy conscientes, de esta gracia y de la consecuente responsabilidad - a vivir la paz, el don de Dios que plenifica nuestras almas. Vivir la paz es mucho más que vivir en paz. 
     La Madre de Dios nos dice: “Sólo cuando el alma encuentra paz en Dios se siente plena”. La palabra hebrea que se traduce como “paz” es “shalom” y ésta significa originalmente el estar colmado, por lo tanto, colmado de bienes espirituales. Se trata de una plenitud. Y la plenitud debe ser tal que desborde, por eso no sólo nos dice que debemos recibir la paz sino que también tenemos que darla. Yo tengo que, al vivirla, ser paz para quien tengo cerca mío, acogerlo en mi paz, abrazarlo desde mi paz para que él también reciba paz y se convierta, a su vez, en un nuevo dador de paz.
     Tengo que dar testimonio, con mi propia vida, del don recibido. Desde el interior de mi corazón debe exteriorizarse la paz en mi vida de relación, empezando por mi propia familia, y derramarse hacia el mundo. Sólo así podremos apropiarnos de las palabras de Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9).


Del 25 de octubre de 2002

     Está dicho que la oración debe ser la puerta que abra y cierre el día, pero la puerta que abre a la oración es la del corazón. Y cuando nos abrimos a la oración, lo que estamos haciendo –como nos dice nuestra Madre- es abrirle nuestro ser, nuestro corazón a Dios. Entonces, entra Dios en nuestras vidas y obra milagros.

     Sin embargo, en este mensaje nuestra Santísima Madre también nos dice que la oración no sólo debe estar presente al comienzo y al final de nuestra jornada sino durante todo el día para que éste sea pleno.

     La Iglesia, desde muy antiguo, ha marcado el ritmo del día y de las estaciones del año con la oración litúrgica: la Liturgia u Oficio de las Horas. Esto, que estaba circunscripto a la vida religiosa, el pueblo fiel a su modo lo replicó con la oración sencilla del Rosario y así a los 150 salmos se correspondieron los 150 Avemarías. La práctica común era rezar en algún momento el Rosario y el Angelus al comenzar, al mediar y antes de terminar el día.

     Es decir, tanto para los religiosos como para los simples fieles, el día estaba enmarcado en la oración y Dios estaba presente en la vida cotidiana. Hoy somos ajenos a los ritmos vitales y se perdió la presencia de lo sagrado en la existencia de todos los días hasta llegar, en muchísimos casos, a prescindir de Dios. Debemos recordar que esto mismo ya nos lo decía la Santísima Virgen en un pasado mensaje suyo: “Ustedes están creando un mundo nuevo sin Dios” (25 de enero de 1997).

     Nuestra Madre quiere, pues, que recuperemos la amistad con Dios y no deja de llamarnos a la oración. Más aún, a tener fe en la eficacia de la oración, y –agrega- de la oración sencilla.

     El Santo Padre, profeta de nuestro tiempo, con divina inspiración acaba de producir una Carta Apostólica que contiene la promulgación de dos hechos fundamentales para enfrentar los peligros de la hora. Ambos hechos están ligados a la oración mariana por excelencia, el Santo Rosario.

     Lo primero es que ha llenado una laguna en los misterios del Rosario, agregando los misterios luminosos que corresponden a la vida pública de Jesús y que median entre los de la infancia, los gozosos, y los de la Pasión, los dolorosos. Luego, ha declarado el año que va de Octubre de 2002 a Octubre de 2003 como Año del Rosario. De este modo, sabiendo que –como dice la Virgen- “la oración puede obrar milagros”, mune a la Iglesia con el arma de la luz en momentos de grandes tinieblas para la humanidad. A los oscuros ataques contra la vida, contra la Iglesia de Cristo, es decir, contra Cristo, contra su Madre y todos los santos y lo que es santo, contra la familia, contra la paz, el Papa opone la muy sencilla oración del Rosario.

     Revitalizando esta santa devoción recuerda, a quienes la consideran superada, de poca monta espiritual y no ecuménica, toda la profundidad que contiene, que sustenta la liturgia y que está centrada en Cristo. Rezar, meditando los misterios del Rosario es contemplar el Rostro de Cristo con y desde María, dice nuestro Papa. Con el Rosario “el pueblo cristiano aprende a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor”. El creyente obtiene abundantes gracias de las manos de la Madre del Redentor.

     Juan Pablo II ve en esta devoción el camino para que “nuestras comunidades cristianas se conviertan en auténticas escuelas de oración”, favoreciendo en los fieles la exigencia de contemplación del misterio de Cristo.

     A quienes diariamente desgranamos las cuentas del Rosario, nos dice que no debemos hacerlo mecánicamente y sin meditar porque el alma de la oración es la meditación del misterio. “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma” (Pablo VI). El Santo Padre nos enseña que debemos leer el pasaje de las Escrituras correspondiente al misterio(1), dejando luego un tiempo de silencio para la meditación. Nuestra oración no debe ser mecánica ni de prisa porque la repetición de fórmulas no es verdadera oración. El rezo debe ser “a un ritmo tranquilo que favorezca en el que ora la meditación de los misterios de la vida del Señor” vistos desde su Madre, “a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor.”

     Por otra parte, al agregar el Santo Padre los misterios de luz, para aquellos que ya solían rezar a diario el Rosario completo con sus 15 misterios, ahora les queda abierta la posibilidad de incluir cada día los nuevos 5 misterios. De ese modo se estaría aumentando la oración y la meditación. Esto es precisamente lo que nos está pidiendo la Reina de la Paz cuando dice: “que el día esté lleno de oración”.

     La oración sencilla es aquella a la que nos exhorta el Señor cuando nos dice: “Y al orar, no sean charlatanes como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados” (Mt 6:6-7). E inmediatamente después enseña el Padrenuestro como modelo de oración. Ese mismo Padrenuestro que rezamos en cada misterio del Rosario.

     La oración sencilla obra milagros, ante todo en nuestras propias vidas porque por ella permitimos que Dios nos vaya cambiando y luego, a través nuestro, en otros.

     Quien descubre la gracia de la oración y sus efectos transformantes, más allá de cualquier sensación de gozo o de aridez, cuando decae en el tiempo dedicado a la oración o en la calidad de la misma, cuando se hace de prisa o se vuelve mecánica, experimenta el vacío.

     En otro sentido, cuando se ven los frutos de la oración, lo que obra en nosotros y en aquellos por quienes intercedemos o con quienes convivimos, no podemos hacer menos que llenarnos de gozo y de gratitud hacia Dios. La oración nos vuelve sensibles a las gracias y a los frutos que vienen de Dios. Por la oración aumenta nuestra fe que nos permite ver lo que antes no veíamos. Porque se trata de creer para ver y no de ver para creer.

 

     Señor Jesús, te rogamos por la intercesión de tu Madre, Reina de la Paz, aumenta nuestra fe para que sepamos ver tus gracias y recibirlas con corazón abierto. Te damos gracias, Señor, por todo el bien que derramas en nuestras vidas y porque escuchas nuestras oraciones. Te damos gracias por este año del Rosario que, a través de tu Iglesia, nos regalas como gracia muy especial. Te damos gracias por el don de nuestro querido Papa. Te damos gracias por este tiempo de misericordia en el que permites que tu Madre venga a visitarnos, a acompañarnos y guiarnos por el camino que conduce hacia Ti. Imploramos, Señor, nos concedas el don de la paz y de la unión de las familias. Así sea.

 

(1) En el caso de los dos últimos misterios de gloria, como lectura bíblica se puede aplicar para la Asunción, Ap 12:1 y para la Coronación de María como Reina del Cielo y de la tierra, el salmo 45,10-12.


Del 25 de noviembre de 2002

 

Queridos hijos, hoy también los invito a la conversión

     El primer mensaje que nuestra Madre nos dio desde Medjugorje fue el llamado a la reconciliación con Dios y con los hermanos, y ese era ya en sí mismo un llamado a la conversión. Desde entonces, de una u otra manera, no ha dejado de invitarnos a la conversión, a la santidad, a la perfección en el amor. Modos diversos de una misma realidad cuyos frutos son la verdadera paz y la verdadera felicidad, ya aquí en la tierra y definitiva en la eternidad.

 

Abran su corazón a Dios, hijitos, por medio de la santa confesión y preparen sus almas para que el pequeño Jesús pueda nuevamente nacer en sus corazones

     Ahora, en este tiempo de espera que vamos a iniciar que es el Adviento, la Madre de Dios nos propone prepararnos adecuadamente abriéndole el corazón a Dios, confesando nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación, es decir, por medio de la santa confesión.

     Este tiempo litúrgico, que comienza el domingo 1 de Diciembre- Ier. Domingo de Adviento- y concluye el 24 de Diciembre, es tiempo de preparación para la Navidad, de espera de Jesús que vino y que ha de volver. La preparación exige nuestra purificación.

 

     En la plenitud de los tiempos, hace ya más de 2000 años, Jesús nacía, como estaba escrito, en la ciudad de David: Belén de Judá.

     Nacía de María Virgen.

     La Palabra Eterna de Dios, el Hijo de Dios, eterno como el Padre, inengendrado, ante la aceptación de la Virgen de Nazaret se había encarnado en su seno y la Virgen concibió y fue Madre y dio a luz a un niño a quien –tal cual lo había dispuesto el Altísimo- le puso por nombre Jesús.

     El nacimiento de ese niño, por ser Dios, aunque aconteció en la historia está más allá de ella y alcanza, por un misterio inefable, hasta nuestro hoy.

     El que una vez nació, nace hoy nuevamente, no ya en un pesebre sino –porque así Él lo quiere- en un corazón humano. En todo corazón abierto a su llegada. No importa que el corazón pueda ser más sucio, más oscuro y frío que el pesebre de Belén, porque allí estará el Niño, que es Dios, para limpiarlo, para darle su calor, para iluminarlo con su presencia.

     El Niño nos manifiesta toda la ternura de Dios. Tiene sus manitas alzadas para que lo alcemos, así Él nos podrá elevar a nosotros. Para que lo cobijemos, así Él podrá saciarnos de su amor. Para que le sonriamos, así Él podrá mostrarnos el dulce Rostro de Dios.

 

     La única condición para que este nacimiento se produzca dentro nuestro es que lo queramos, que le digamos que sí a toda esta gracia que viene a regalarnos, preparándonos en la purificación para el encuentro.

 

Permítanle transformarlos y conducirlos por el camino de la paz y de la alegría

     Si le decimos que sí, entonces vendrá a hacer morada en nosotros “el sol que nace de lo alto, a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, a conducir nuestros pasos por los caminos de paz” (Lc 1,78-79) y de alegría. Porque cuando Dios nace en un corazón ese corazón queda transformado, queda iluminado, queda transfigurado, resplandece porque no puede ocultar la luz que hay en él y que lo desborda.

 

     ¿Qué más bello puede ofrecernos nuestra Madre que su Hijo? María desde siempre ofrece a su Niño. Nos está ofreciendo nada menos que la felicidad y la paz, no las que ofrece el mundo sino las únicas verdaderas, las que vienen de Dios.

     Nuestra Madre nos quiere ver alegres, rebosantes de auténtica alegría, quiere que seamos testigos alegres de Cristo, quiere que, desde ahora, seamos felices.

     La alegría como la paz son dones. El recibirlos nos hará portadores de ellos en un mundo dominado por la violencia, la tristeza y la depresión.

 

Hijitos, decídanse por la oración. Particularmente ahora, en este tiempo de gracia, que su corazón anhele la oración

     La gracia de este tiempo es que Jesús, el Señor, quiera llegarse hasta nosotros como el Niño Dios y no como el Juez que ha de venir.

     Cuando somos conscientes de todo lo que Dios nos da, de este tiempo que su misericordia nos regala, entonces surge espontáneamente el agradecimiento y la alegría. Pero, para descubrir los dones y que el tiempo que vivimos es tiempo de gracia, es necesaria la gracia y la gracia se recibe desde la oración. Por este motivo insiste la Reina de la Paz en que debemos orar.

     Debemos decidirnos por la oración, ese anhelo constante de Dios. Sólo la oración –nos lo decía en el mensaje del mes anterior- alimenta la fe y por la fe logramos ver las gracias que Dios nos da y responder, por la misma oración, con nuestra gratitud al amor divino.

 

Estoy cerca de ustedes e intercedo ante Dios por todos ustedes

     Que nuestra oración también nos permita experimentar esta cercanía y recibir los frutos de tan poderosa intercesión.

     Que cuando llegue esta Navidad podamos decir "nos ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor".
 

     Pequeño Niño de Belén, Divino Niño hijo de María, Señor y Dios nuestro, te rogamos que purifiques nuestras almas para que puedas nacer en nuestros corazones. Te suplicamos nos transformes regalándonos paz y alegría. Quita, Divino Niño, los obstáculos que nos impidan recibir el don de la paz y el don de la alegría. Arranca de nosotros la amargura, la tristeza, la depresión, la violencia, el odio, el rencor, todo sentimiento negativo que nos aparte de recibir tus abundantes gracias en este tiempo de gracia. Sana, Jesús de Belén, nuestros corazones heridos por el pecado, danos el don de la apertura del corazón y el del abandono para poder gozar todo lo que viene de Ti. Que podamos, Niño Dios, experimentar tus caricias y contemplar la sonrisa de Dios.

     Nace Señor, nace en nuestro corazón. Amén.


Del 25 de diciembre de 2002

Queridos hijos, este es un tiempo de grandes gracias, pero también es un tiempo de grandes pruebas para todos aquellos que quieren seguir el camino de la paz

     Estas primeras palabras del mensaje describen la dura realidad que experimentan todos aquellos que se han decidido a seguir el camino de la paz, que no es otro que el de la conversión de cada día, de la perfección en el amor.
     El camino de la paz es necesariamente un camino en el cual seremos tentados y probados. Sin embargo, debemos recordar que las pruebas son  permitidas por Dios para nuestro crecimiento en la fe, en el amor y en la esperanza. Tampoco debemos olvidarnos que el Señor pone a nuestra disposición la plenitud de los medios de salvación en la Iglesia, la gracia actual que nos permite en todo momento vencer los obstáculos y ahora, muy especialmente, la gracia sobreabundante de la presencia de Su Madre para que interceda por nosotros y nos enseña a atravesar las grandes pruebas a las que estamos sometidos.  


Por eso, hijitos, nuevamente los invito: oren, oren, oren, no con palabras sino con el corazón

     Las pruebas no deben agobiarnos. La solución eficaz está a nuestro alcance, es la oración perseverante del corazón. Nuestra Madre nos vuelve a proponer no sólo más sino mejor oración. Nos invita a la oración profunda y sentida, a la oración a corazón abierto, a la oración nacida de la humildad de la creatura que se dirige a su Creador y de la confianza del hijo que reclama a su Padre en la tribulación sabiendo que su Padre ha de escucharlo. Una vez más nuestra Madre celestial nos dice que la oración debe brotar del corazón y no tan sólo de los labios. A veces, solemos llenarnos de devociones sin llegar a la verdadera devoción. Nos ocurre que terminamos nuestras plegarias sin haber logrado verdaderamente entrar en oración. 

     No es a fuerza de palabras recitadas y no sentidas que habremos de tocar el corazón de Dios. Dios ama la verdad y nada le está oculto. Él quiere de nosotros un corazón sincero y arrepentido del mal, un corazón dispuesto a ser purificado y a arrancar de sí todo sentimiento negativo que lo oscurezca. Dios quiere y busca un corazón que sepa pedir perdón y, a su vez, perdonar. Desde ese corazón pobre, humilde, sincero, próximo al Señor, seguramente se elevará la mejor oración aún desde el silencio. 

 

Vivan mis mensajes y conviértanse

     Vivir sus mensajes significa estar dispuestos a dejarnos convertir por Dios, a cambiar la vida pecaminosa, vida de egoísmos e indiferencias, de mentiras e hipocresías, de durezas y dobleces, por la de ser cada día mejor a los ojos de Dios. Vivir los mensajes de la Reina de la Paz es abrirse a la gracia de Dios, ofreciéndole el corazón para que Él lo purifique por medio de la reconciliación y el perdón. Es, por sobre todas las cosas, amar a Dios en su Iglesia, en su presencia eucarística, en sus sacramentos, en su Palabra, en cada persona a la que hacemos prójimo -especialmente las más necesitadas de amor y protección-, en el sacrificio del ayuno o la privación ofrecidos desde el corazón, y en ese diálogo permanente al que llamamos oración. Vivir sus mensajes es contemplar a Cristo desde el corazón de María en cada misterio del Santo Rosario. 

     

Sean conscientes del don que Dios me ha concedido al permitirme estar con ustedes, especialmente hoy cuando en mis brazos tengo al pequeño Jesús, el Rey de la Paz

     Nuevamente debemos ser conscientes del hecho de que Dios permita que la Santísima Virgen, Madre y Maestra, venga a visitarnos es una gran gracia. Isabel al oír el saludo de María, llena del Espíritu Santo exclamó: "Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a mí?". María viene también hoy con el Niño Jesús en sus brazos y esto es una gracia aún mayor. 

     El pequeño Jesús, el niño de María, que se ofrece desde los brazos de su Madre, es Cristo, el Señor. Es nada menos que Dios en ese niño pequeño infinito de cuya bondad, inocencia y ternura nadie puede dudar. Así se presenta Dios a los hombres de buena voluntad. En ese niño en brazos de María se manifiesta no sólo la infinita ternura de Dios sino hasta su misma vulnerabilidad. Dios tiene un corazón vulnerable que es atraído por la miseria humana. Debemos acoger a ese Niño y abrazarnos a Él para ser bendecidos por Su Misericordia.

 

Deseo darles la paz; ustedes llévenla en el corazón y dénsela a los otros hasta que la paz de Dios reine en el mundo

     La Paz que nuestra Madre y Reina de la Paz nos da es la que viene de Cristo Jesús. Es don de Dios que debemos recibir de María. Es el bien que nos es encomendado en una misión especial: ser portadores de paz en un mundo que anhelando la paz no sabe dónde encontrarla. Cuanto más dejemos que Dios engrandezca nuestros corazones -cuánto más vivamos los mensajes de la Virgen- más capacidad tendremos para recibir y luego dar la paz que correrá de corazón a corazón por nuestras familias, nuestra sociedad, nuestra Iglesia y el mundo en que vivimos.

     Finalmente, recordemos que en esta Navidad Jakov Colo recibió un mensaje de la Reina de la Paz, fue el siguiente:

     "Queridos hijos, hoy, en el día del amor y de la paz, con Jesús en los brazos, los invito a orar por la paz. Hijitos, sin Dios y sin la oración no pueden tener paz. Por eso, hijitos, abran sus corazón para que el Rey de la Paz nazca en su corazón. Sólo así podrán testimoniar y llevar la paz de Dios a este mundo sin paz. Estoy con ustedes y los bendigo con mi bendición maternal".

 

¡Jesús, Niño de Belén, Señor Nuestro, entra y habita en nuestro corazón!
¡Feliz Navidad!


Alabado sea Jesucristo!

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