Comentario de los mensajes

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Año 2000

25 de enero de 2000

     Dios es la paz. La medida de la paz personal es la del acercamiento a Dios y la permanencia en Él. Pero de un solo modo es posible acercarse a Dios y permanecer en Él; éste es el de la oración porque la oración es encuentro. La paz es fruto de la oración.

     La paz implica aceptación y don. Don de Dios confiado a la libertad humana y que se recibe de Él, única y verdadera fuente de paz, en cuanto se lo acepta y don que debe ofrecerse a otros, porque la paz que involucra a todos parte de cada uno. En la lógica divina el don para que permanezca siendo don debe ser donado. Quiere decir que mi paz no puede quedar retenida en mí porque si no es entregada y compartida contraría su naturaleza. Como toda gracia entonces, Dios la ofrece para que quien la reciba la comparta.

     Además cada uno, misteriosamente, contribuye a la paz universal no sólo por su aporte sino por su oración en tanto su oración es la de la Iglesia. Por eso cada uno de nosotros está comprometido con la paz del mundo mucho más allá del concurso de sus actitudes personales; lo está sí por la paz que está dispuesto a transmitir en su entorno y a su paso pero también por su oración de intercesión. Nadie debería, entonces, poder decir qué puedo hacer yo por la paz del mundo cuando tiene a su alcance el medio más poderoso: la oración que lo pone en contacto con Dios, y el ayuno que refuerza su oración, que lo acerca más aún al Señor.

     Por ello decidirse por la paz implica decidirse por Dios, hacer que la relación con Dios sea nuestra absoluta prioridad de modo tal que determine todo el resto de las actividades de nuestras vidas. Debemos entender que la Virgen al llamarnos a la oración incesante nos está pidiendo un primado de la misma, una santificación del tiempo, que es la manifestación del centrar nuestras vidas en Dios.

     En el mensaje anterior la Santísima Virgen nos hacía ver que de nuestra decisión depende la posibilidad de la paz. Es decir que hay esperanza porque todavía podemos responder al llamado y eso no es algo que podemos hacer sino mucho.

     Otra lectura del mismo mensaje es aquella que la paz no depende de las potencias del mundo sino del poder de Dios o, más bien, del estar o no en Dios. Si Dios no está en el mundo toda paz es aparente y esto lo demuestra patéticamente la inseguridad de la vida, la crónica diaria y la guerra cuando pasa del dominio personal o familiar al conflicto armado de sociedades que parecen estallar de improviso.

     La Reina de la Paz más que proponernos nos reitera una invitación: la de convertirnos en apóstoles de paz para lo cual nos ofrece pasos concretos. Orar y dar la paz recibida de Dios. Orar en manera constante e incesante. No dejar de permanecer en Dios para recibir ese gran don y para poder caminar bajo la guía divina.

     Recordemos que Cristo Resucitado muestra sus llagas y dice: "La paz sea con ustedes". No sólo bendice con su paz sino que la ofrece. La paz es fruto de Redención, viene de sus llagas. San Pablo nos dice, en su carta a los colosenses, que la paz fue pagada por Jesús al precio de su sangre. Su Madre, como Cristo lo hizo con los suyos, nos envía al mundo a ser apóstoles de la paz. Por ello, llevar la paz al mundo es también ser testigos de Cristo Resucitado, del amor de Dios que ha conquistado para nosotros esa paz y que nos la regala por medio de la Pasión de Jesús.

     Oremos para que podamos abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo, para que Él pueda darnos su paz y nosotros recibirla. Oremos para que abramos generosamente nuestros corazones a todos los hombres, hermanos nuestros, y podamos darles de lo recibido.


25 de febrero de 2000

     Comienza este mensaje con una exhortación: la de tomar conciencia del mal que obstaculiza en nosotros la acción de la gracia. Nuestra Madre quiere que reparemos en el estado de somnolencia, -en el que caemos- prisioneros por obra del pecado y de la falta de fe, para que seamos nosotros mismos quienes sacudamos y expulsemos esos males. Ya el apóstol Pablo llamaba a los tesalonicenses a la luz, por ser hijos de la luz, y a no dormir sino a velar en la sobriedad revistiéndose de la coraza de la fe y del amor (1 Tes 5,5-8). En igual sentido se dirigía a los cristianos de Éfeso, al exhortarlos a no participar de las obras de las tinieblas, es decir del pecado, porque el pecado arrastra a un sueño de muerte. Por eso agregaba: "Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Así pues, miren atentamente cómo viven... aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos" (Ef. 5,1-16). También la Santísima Virgen nos insta a utilizar bien el presente, por ser tiempo propicio de gracia. Nos dice: "¡despierten!", porque como Madre que es, ve a sus hijos sumidos en letargo mortal.

     El pecado y la falta de fe son males, grandes males que enferman el alma y la hieren de muerte, pero que Dios vence con su gracia restituyendo al hombre a una vida nueva, haciendo de él un hombre nuevo. Es por eso que Dios, nuestro Salvador, deseando rescatarnos de la perdición nos regala este tiempo de gracia, tiempo que reconocemos porque nos envía a su Madre y porque, particularmente, la Iglesia declara al instituir el año santo del Gran Jubileo. Sin embargo, al ser insensibles a la presencia de Dios, por la falta de fe y por la acción del mismo pecado, no podemos acceder a sus dones de misericordia y, perdiendo este tiempo arriesgamos perder la eternidad. La tragedia de "estos días malos", del tiempo sustraído al don de Dios, es que se está muy dormido a la gracia y muy despierto a las tentaciones del mundo; que día tras día se pierde penosamente la eternidad mientras se gana lo efímero, lo que mañana ha de quedar sepultado en el olvido de la nada.

     Este mensaje es un serio llamado de alerta, para que, abriendo los ojos a las causas que nos retienen esclavos del mal, podamos buscar en Dios la sanación y alcanzar la salvación. La incredulidad y el pecado son las causas que nuestra Madre denuncia. Son éstas las dos razones que engendran el estado de degradación que hunde el alma y ahoga la conciencia del hombre, volviéndose él mismo insensible al mal e indiferente y escéptico a la salvación. Para romper este círculo perverso debemos despertar. Y si no logran despertar los que están sumidos en sueño profundo, al menos despertar nosotros para orar por aquellos y convertirnos en instrumentos de salvación dando testimonio de la gracia.

     Debe nuestra fe ser sanada para que el pecado no tenga dominio sobre nuestras personas. Debe el horror del pecado ser expuesto a la luz de Dios que ilumina la conciencia para querer poner remedio al mal.

     Sabemos que pecar es faltar al amor de Dios, es faltar a la verdad, y que su consecuencia inmediata es lastimar el corazón divino, el de los otros y el propio. El pecado aparta al corazón del Señor, aleja de la experiencia de su amor, sume a la persona en el propio abandono, quita la paz y lleva a la desesperación.

     Antes de que pecara, Yahvé le dice a Caín: "¿Por qué andas enojado y cabizbajo?". También a nosotros Dios nos interpela a través de la voz de la conciencia. También a nosotros el mal, que se gesta en el corazón, nos pone tristes. Es cuando perdemos el horizonte de nuestra vida porque caminamos rumiando el mal, sin mirar a los otros y sin ningún contacto con Dios ni con nosotros mismos. Pero, si aún no se ha sofocado la conciencia es posible escuchar su voz que dice: "Si obras bien, podrás levantar tu vista. Pero, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera, a quien tienes que dominar" (Gen 4,6-7). Es la instancia en que la voluntad puede aún dominar el mal. Traspasado ese punto, cometido el daño, Dios no calla sino que nos sigue interpelando: "¿Dónde está tu hermano?" (Gen 4,9). ¿Qué has hecho de tu hermano? ¿Por qué lo dañaste, le fuiste indiferente, no lo acogiste? o ¿por qué te presentas solo? ¿por qué te encerraste en tu egoísmo y no te ocupaste de tu hermano? Es cuando nos llama al arrepentimiento, a la búsqueda de su perdón, a ser acogidos por su misericordia, a la reparación del mal causado.

     Ante el pecado, una vez cometido, sólo cabe una actitud: la de arrepentidos buscar el perdón de Dios, en la sangre del Cordero que, por su misericordia, se ha derramado para la remisión de los pecados; la sangre de la alianza, que nos lava y nos purifica. La sangre que brota en todos los confesionarios del mundo. Y esta sangre, por la que somos renovados y obtenemos el perdón, nos sana, nos salva.

     Pero, para levantarse y dar los primeros pasos hacia la gracia divina, es necesario tener fe. Al menos el atisbo de fe de hacerse disponible a la acción del Espíritu, la de creer que Dios nos revela en Jesucristo toda su misericordia hacia nosotros, pobres pecadores.

     Es por la fe que, adheridos a Dios, aceptamos la verdad que Él mismo nos ha revelado, creemos en Él y le creemos a Él.

     Nuestra búsqueda de sanación comienza, entonces, por salir del sueño del mal que nos atrapa, sacudirnos del sopor perverso, abriendo los ojos a la fe en un simple acto de reconocimiento de Dios como nuestro Salvador. Y, despiertos, ya no debemos apartar la mirada de Jesús; porque por Él conocemos al Padre, su infinito amor y su misericordia. Contemplando a Jesús, alzando nuestra vista a la cruz, seremos atraídos a su persona que resume toda la salvación, y confiados, podremos abandonarnos a su amor providente y misericordioso. Podremos, entonces, vivir y recibir la gracia que hoy Dios nos tiene preparada.

     Por amor a Dios y a nuestros hermanos que no conocen su amor, nos pide la Reina de la Paz, debemos interceder por ellos con la oración y dar testimonio con nuestras vidas. Debemos pensar que muchísimos de ellos nunca han asistido a una Iglesia para orar, que jamás leerán ni un solo pasaje de los Evangelios, y que, por ello mismo, la única posibilidad de acercarse a Dios ha de ser a través de lo que puedan ver en nosotros, de la luz que podamos reflejar en el mundo, de nuestros ejemplos y testimonios de vida.

     Ya el pasado 2 de enero, con urgidas palabras de amor maternal, la Santísima Virgen nos pedía: "Nunca como hoy mi corazón pide la ayuda de ustedes. Yo, la Madre, les ruego a mis hijos que me ayuden a llevar a cabo aquello por lo que el Padre me ha enviado. Él me ha enviado en medio de ustedes porque su amor es grande. En este tiempo grande y santo en el que han entrado oren de un modo especial por aquellos que no han sentido el amor del Señor. Oren y esperen".
Que así sea.


25 de marzo de 2000

     Nuevamente nuestra Madre nos regala un mensaje sencillo y lleno de amor para que, viviéndolo, alcancemos todos sus beneficios, comenzando por el de su propia venida a la tierra, la que –por otra parte- no debemos dejar de agradecer a nuestro Señor.

     Cuando volvemos nuestro recuerdo hacia los mensajes inmediatamente anteriores a éste, al reflexionar notamos que una misma línea los une, la que podríamos resumir en algunos puntos principales.

     Así, insistentemente, nos repite que este es tiempo de gracia (oct., nov., dic., feb. y ahora). Tiempo que sólo reconoceremos y aprovecharemos si oramos con oración incesante (oct., nov., enero y ahora). Y también nos recuerda qué significa orar: abrirle el corazón a Dios, a su amor, a su gracia (nov., dic. y ahora). Lo dice usando distintas imágenes, como la de poner al Niño Dios recién nacido en el primer lugar en nuestras vidas o la de dejar que nazca en nuestros corazones. O bien, apelando a la necesidad que tenemos de sanar nuestros corazones heridos por la ofensa al amor, el pecado, y por la falta de fe en Dios. Y recordando a los efectos y a la finalidad de la oración, de la que ella es medio, es decir a la salvación y a la paz que nos permite alcanzar y que, recibiéndola, podemos llevar a otros cual apóstoles suyos. "Sólo con la oración llegarán a ser mis apóstoles de la paz" (25 de noviembre de 1999).

     En este día -en que recordamos aquel otro glorioso y santo que, por la aceptación de esta misma Mujer, Dios se hace hombre en su seno- Ella misma nos está diciendo que, para aprovechar este tiempo de gracia, no sólo contamos con nuestras propias fuerzas sino con su poderosa intercesión ante el mismo Dios. Y ello es motivo para nosotros de gran alegría y consuelo; porque nos sabemos frágiles y pecadores, porque pensamos que Dios no puede oir nuestros pobres pedidos. Porque, a veces, parece no escuchar nuestra oración, porque no sabemos pedir aquello que conviene, porque no somos lo suficientemente humildes como para horadar las nubes y llegar al mismo trono del Altísimo. Entonces, viene nuestra Madre a reasegurarnos, a poner remedio a nuestra poca fe y a nuestro corazón oscurecido, para decirnos: "No teman, yo estoy con ustedes. Pero, hijitos, recuerden que nada puedo hacer si ustedes no lo quieren. Por ello, al menos hagan el esfuerzo de abrirse a la bondad de Dios, a su misericordia. Abran una hendija en la oscuridad de sus vidas para que la luz de Cristo pueda penetrar. Yo estoy aquí y oro por ustedes." Y nos indica cómo debemos abrirnos: con la oración. Oración incesante –nos dice-, persistente. Pero, también nuevamente, la Reina de la Paz nos da la medida de esta oración al decirnos "hasta que ella se vuelva alegría para ustedes". Es decir, hasta que superemos el peso del deber por el placer del encuentro con Dios. Si así lo hacemos –orando incesantemente- así se hará, nuestra oración se volverá entonces gozo íntimo de Dios.


 

Del 25 de abril de 2000

    Sabemos que nuestra Madre viene para llevarnos a Dios, por ello mismo sus mensajes se ordenan siempre en torno a la conversión. Una y otra vez ha reiterado: "hoy también los invito a la conversión".
    Porque es Madre no cesa de repetirlo.
    Renueva su llamado, porque siendo la conversión un camino a recorrer día tras día, muy a menudo nos detenemos o hasta retrocedemos.
    Es nuestra Madre, pero no nos ordena sino que nos invita avanzar. Y nos invita porque Ella respeta la libertad con que Dios nos ha creado.
    La conversión necesita de la oración, puesto que sin oración no hay conversión posible, y esta es la razón por la que la Reina de la Paz también insiste en la oración.
    La oración es el medio sin el cual el corazón no cambia, sin el cual no hay encuentro con Dios. Podremos tener otras relaciones, hablar de Dios, estudiar la acción de Dios en el mundo, en el hombre, lo que se quiera, pero si no hay disposición al encuentro, si no aprendemos a reconocer al Padre amoroso, misericordioso, providente que Jesús nos reveló, nada en nosotros ha de cambiar. Entonces, lo primero es la oración. Pero, no lo único. Trabajar en la conversión personal, como nuestra Madre nos lo pide, significa, además de orar para comunicarnos con Dios, para pedirle por nuestra necesidades y las de los otros, para escucharlo en el silencio del corazón, para alabarlo, darle gracias, adorarlo; el que nos ocupemos de todo lo que la Virgen Santísima nos viene pidiendo desde hace tantos años: aprender a despojarnos de nosotros mismos, abrazar la cruz de cada día, tender la mano hacia los que están en dificultad, interceder por los que no conocen aún el amor de Dios, ayunar, leer la Palabra, vivir el don de la Santa Misa, adorar al Señor en su presencia eucarística, purificar nuestro corazón con la confesión asidua por la que Jesús nos renueva con su perdón. Camino de perfección de todos los días, en el que debemos perseverar. Los frutos de ese trabajo de conversión son el amor, la alegría, la paz.
    "Ustedes se preocupan demasiado por las cosas materiales", nos dice la Virgen. Con ello seguramente quiere significarnos varias cosas: primero, está implícito que toda ocupación por las cosas materiales es legítima. Debe el hombre ocuparse del alimento de su familia y suyo, del abrigo, de necesidades primarias y otras que hacen a la salud física y mental como el descanso, también del sano ocio festivo, y para todo ello debe trabajar. San Pablo en su carta a los tesalonicenses les decía: "... no hemos vivido entre ustedes sin hacer nada ni hemos comido gratuitamente el pan de ninguno sino que hemos trabajado con esfuerzo y fatiga noche y día para no ser una carga para ninguno... y les dimos esta regla: ‘el que no quiere trabajar que tampoco coma´" (2 Tes 3,7-8, 10). Debemos, entonces, ocuparnos de las cosas materiales. Asimismo, existe una preocupación, diríamos sana, cuando con ello se refiere a la previsión normal que debemos tener de las cosas para no caer en lo contrario, la negligencia.
    Por otra parte, tengamos presente que nuestra Madre habla a todos sus hijos, tanto a los que tienen medios de sustento como aquellos, y hoy son lamentablemente tantos!, que no lo tienen, que carecen de un trabajo, o aquellos que son explotados en sus trabajos o que cargan pesados deudas, o los que no tienen casa donde albergarse o no disponen de medios esenciales para llevar una vida digna. Sin embargo, es a todos y a cada uno que nos dice lo mismo, esto es, no preocuparnos "en demasía" por lo material. Y ahí, precisamente, está la clave de su llamado. El problema se presenta cuando de la ocupación y preocupación natural se pasa a la preocupación obsesiva o angustiada. Cuando, por la razón que fuera, las cosas materiales ponen en un cono de sombra a lo que debería ser nuestra espiritualidad, cuando por preocuparnos en exceso terminamos ocupándonos casi totalmente, o aún exclusivamente, de las cosas y relegamos lo más importante que es Dios. No en vano nuestra Madre nos pide, con tanta insistencia, que releamos el pasaje de Mateo, capítulo 6, versículos 24 al 34. En ese pasaje, en palabras muy pobres, Jesús nos dice: ocúpense de las cosas de Dios que Dios se ha de ocupar de ustedes, de proveer todo aquello que necesitan. No está diciendo que se ocupará de todo lo que queramos sino de todo lo que realmente necesitamos. Y qué necesitamos, es el Padre quien lo sabe. Así, la Palabra del Señor nos asegura que lo esencial no nos va a faltar, porque Dios es Padre providente, y también misericordioso.
    Ocuparse de Dios es, de un modo sublime y no egoísta, ocuparse de uno mismo. ¿En qué? En lo más importante: la conversión.
    Conversión es cambiar de vida, dirigiéndola hacia una meta, la del encuentro con Dios. Pero ese tal encuentro, ese "caminar hacia", ese "ser transformado desde dentro", se resuelve día a día con los pequeños encuentros que nos aproximan a Él cada vez más. Esos pequeños encuentros son las oraciones cotidianas. Y en este punto nuestra Madre, con palabras nuevas, repite el mensaje anterior cuando nos daba la medida de la oración. Nos decía el mes anterior: "oren hasta que la oración se vuelva para ustedes alegría". Ahora nos dice: "hasta que la oración se vuelva para ustedes un encuentro gozoso con Dios". Sucede que la alegría es motivada por el encuentro con Dios. Y Dios no sólo nos llena de gozo sino que, por sobre todo, da sentido a nuestras vidas. La vida sin Dios es vacía, sin rumbo, es puro viaje sin destino, es un ir pasando para, finalmente, morir. Y por resumirse la vida en la antesala de la muerte se va aquella haciendo angustiante, desesperanzada y, finalmente, desesperada.
    Retornando al actual mensaje, a la pregunta: ¿qué hace que las personas vivan desesperadas, en la angustia, sólo preocupadas de lo material más allá de lo necesario para vivir, preocupadas de lo efímero, de lo que va a pasar sin dejar rastro y –porque en el fondo se sabe que es así- sin sentido? Respondemos: la falta de acercamiento a Dios, la falta de oración, el exceso de acción sin contemplación.
    Hay una sola manera de revertir el camino que nos pierde y es el de asumir la situación en que vivimos, entender que el camino que nos propone la Madre del Cielo es el único que nos trae la paz del corazón y nos causa alegría y, consecuentemente, abrir el corazón para que el esfuerzo que viene de la voluntad nos permita darle más espacio a la oración y poner a Dios en el primer lugar en nuestras vidas.


Del 25 de mayo de 2000

    En este nuevo mensaje, la Reina de la Paz, nuestra Madre, nos prepara para Pentecostés, que es el fruto de la Pascua de Jesús. En Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre María y los discípulos de Jesús reunidos en el Cenáculo en oración. Allí y así, dio comienzo la Iglesia que había nacido en el Gólgota. Hoy nos reúne en oración para que el Espíritu haga su morada en nosotros. Veamos, qué nos dice en particular en este mensaje:

Con ustedes me regocijo y en este tiempo de gracia...
    Nuestra Madre nos participa de su alegría, de la alegría de este, y por este tiempo de gracia que Dios nos concede. Tiempo que Dios confía a la mediación de María y al camino de conversión por el que nos va conduciendo.
    La Madre se regocija porque está con sus hijos y los hijos comparten la alegría de la Madre por ese mismo motivo.

los invito a una renovación espiritual
    Ya desde los tiempos del Antiguo Testamento Dios prometía a su pueblo un espíritu nuevo, un nuevo corazón. Es el Espíritu el que hace nuevas todas las cosas, el de la nueva creación, el del hombre nuevo. Es el Espíritu de Dios el que completa y perfecciona la obra de rescate del Hijo en cada corazón humano. Cristo pagó con su sangre la deuda infinita que teníamos con el Padre, y por su Pasión y Muerte el Espíritu fue enviado para infundir el amor que reclama la nueva Ley. Sin la gracia del Espíritu no es posible amar como Dios nos pide. Sin esa gracia es para el hombre imposible la santidad. Sin el Espíritu nadie puede cambiar, nadie podría acercarse a Dios ni al hermano. Pero en la obra del Espíritu está también la purificación. Desde la venida de Cristo se viene cumpliendo la profecía de Ezequiel: "Os rociaré con agua pura y seréis purificados; os purificaré de todas vuestras suciedades y de todos vuestros ídolos; os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo... Pondré mi Espíritu en vosotros y os haré vivir según mis estaturos y os haré observar y poner en práctica mis leyes." (Ez 36, 25-27). Por eso este tiempo de gracia es también de purificación.

Oren, hijitos, para que en ustedes habite el Espíritu Santo
    El Espíritu Santo es el gran don, es el don mesiánico, "el otro Paráclito, el otro Consolador" que el Padre, por el Hijo, nos envía (Jn 14,16;16,7). Es el mismo Espíritu de verdad que el mundo no conoce. Pero, a este don, que Dios está dispuesto a darnos, que quiere darnos, hay que pedirlo. Nos lo dará si se lo pedimos, si oramos al Padre, en el Nombre de Jesús (Jn 14,26). Debemos orar con insistencia y con confianza, como nos enseña el Señor. "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, golpeen y se les abrirá... Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre de ustedes que está en los cielos dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan"(Lc 11,9 y 13).

Oren, nos dice, para que el Espíritu Santo habite en plenitud, de modo tal que en la alegría sean capaces de dar testimonio...
    Es decir, que la Madre de Dios nos llama a orar para recibir la plenitud del Espíritu, ese desborde del corazón que nos llena de alegría. Esta insistencia suya a la oración para alcanzar la verdadera felicidad, es la misma de Jesús en su Palabra: "Ustedes todavía no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y se les dará, para que su gozo sea pleno." (Jn 16, 24). De la plenitud del corazón habla la boca, también dice el Señor; habla –como María en el Magnificat - para proclamar la grandeza del Señor, para exultar de felicidad. De la plenitud del espíritu viene el gozo más pleno. Y el espíritu se expande sólo por la oración. Por eso mismo la Virgen Santísima nos dice en sus mensajes: "Oren hasta que la oración se vuelva alegría", y también "Ustedes no saben pedir, pidan el Espíritu Santo y lo tendrán todo".
    Ya hemos visto en muchísimos mensajes que Ella nos llama a cambiar nuestro corazón egoísta por un corazón que ame, que atienda la necesidad del hermano, y, por sobre todo, de aquel que está alejado de Dios. Por ello mismo, ese todo que habremos de recibir por medio del Espíritu no sólo es todo lo que nuestro ser necesita para sí sino lo que necesitamos tener para dar. En ese sentido, el testimonio de la fe en la alegría es el más convincente en este mundo escaso de valores espirituales.

Oren especialmente por los dones del Espíritu Santo, para que en el espíritu del amor estén, cada día y en cada situación, más cerca del hermano y superen toda dificultad con sabiduría y amor
    Nosotros, bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo, porque Él permanece en la Iglesia, y a través suyo nos fueron dados los dones primordiales, o virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
    Ese mismo Espíritu debe ser ahora reavivado por medio de la oración, esto es lo que, en primer lugar, nos pide la Virgen.
    En este mensaje, de los siete dones tradicionales y de los tres primordiales nombra sólo dos: amor y sabiduría. Seguramente no porque no tengamos necesidad de fortaleza o del temor de Dios, o de cualquiera de los otros, sino más bien porque esta vez llama, a través nuestro, al que está lejos, ése al que con nuestro testimonio debemos acercar, y porque piensa en nuestras propias pruebas, las que nos tocan vivir.
    Será, entonces, el amor el que nos haga ver la necesidad del hermano y nos impulse a aproximarnos a él, y será con amor y sabiduría – más que fortaleza - que habremos de superar las situaciones difíciles.
    El Espíritu Santo, que derramando sus dones hace de los discípulos apóstoles, es el mismo Espíritu que hará de nosotros, pequeños hijos de María, testigos ante el mundo que no conoce a Dios.

Estoy con ustedes e intercedo por cada uno de ustedes ante Jesús
    María, Madre de la Iglesia, viene para suscitar en nosotros un nuevo Pentecostés porque hoy como ayer por la oración nuestra y, sobre todo, por la oración de intercesión de la Virgen ante el Hijo, el Espíritu Santo viene y penetra el interior cerrado ya no del Cenáculo sino de nuestro corazón, para hacernos salir a manifestar ante los hombres que no conocen a Dios nuestro testimonio de amor.


Del 25 de junio de 2000

    Si bien el llamado a la oración es constante, esta vez se presenta de un modo nuevo ya que, inmediatamente después de su invitación, vincula la oración con el futuro. "Quien ora no teme al futuro", nos dice.
    La Madre sabe qué hay en el corazón de cada hijo. Ella, que habla a todos, dirige este mensaje tanto a aquellos que se han acercado a Dios, como a aquellos que están haciendo un camino de conversión más o menos largo, y a los que están lejos y quizás recién ahora escuchan por vez primera a esta Madre Santa que desde hace 19 años viene llamando a sus hijos desde Mejdugorje.
    Tanto los que responden a los llamados de María como los que ahora se acercan pueden tener motivos para temer el futuro. Porque no podemos negar que hoy el mundo se presenta oscuro y que una mayor oscuridad parecería proyectarse sobre el tiempo por venir. Podrán algunos debatir problemas y razones, podrán algunos negarlo y otros ignorarlo, pero la verdadera razón es sólo una: el alejamiento de Dios cada vez mayor de muchas sociedades.
    A este propósito es particularmente útil recordar el mensaje del 25 de enero de 1997 en el que la Santísima Virgen, invitándonos a reflexionar acerca del futuro, nos decía: "Ustedes están creando un mundo nuevo sin Dios, sólo con sus propias fuerzas". Lamentablemente, aquella advertencia en muchas partes se ha convertido en la realidad de un mundo en el que, ya no sólo los individuos sino las mismas naciones, son las que desafían a Dios imponiendo leyes contrarias a su Ley.
    La consecuencia es la pérdida de todo bien porque se abandona a quien es el Amor, el Camino, la Luz, la Verdad, la Vida, la Paz. Y en tal situación se experimenta desazón, angustias, depresiones, tristezas, temores, odios, y todo sentimiento negativo. Quien así vive en realidad no vive sino que que ha caído en las tinieblas, en las sombras de muerte.
    Pero no solamente el indiferente o el que elige el alejamiento de Dios oscurece su vida sino que también puede atemorizarse el débil en la fe porque, sintiendo su propia debilidad ante fuerzas que lo arrastran a un abismo, no cuenta con el poder de Dios, Señor de la Historia.
    Para unos, la Madre de Dios los sigue llamando al único camino en el que encontrarán la paz y la alegría y éste es el camino de regreso, el de la conversión. Para otros, con su mensaje les hace ver la luz y les devuelve la esperanza.
    En aquel mensaje del 97 agregaba la Virgen: "cuando encuentren la unidad con Dios sentirán el hambre de la palabra de Dios y sus corazones, hijitos, desbordarán de alegría."
    Hay un solo modo de encontrar la unidad con Dios: la oración.
    Anteriormente, el 19 de marzo de 1995, a través de Mirjana, nos había dicho: "... no teman, hijitos, porque en el amor no hay temor. Si sus corazones están abiertos al Padre y están llenos de amor hacia Él, entonces ¿por qué ha de venir el miedo? Tienen miedo los que no aman porque esperan castigos y porque saben cuán vacíos y duros son. Yo, hijitos queridos, los estoy conduciendo hacia el amor, hacia el Padre querido. Los estoy guiando a la Vida Eterna. Mi Hijo es la Vida Eterna. Acéptenlo y aceptarán el amor..."
    Entonces, quien esté alejado de Dios que regrese a Él, que con Él se reconcilie para encontrar la paz. Y quien ya se haya acercado que no tema. Que cada uno busque a Jesús porque en Él encontrará el Amor que lo salvará y lo liberará de todos sus miedos.
    No hay nada que temer, porque Dios nos protege de todo mal, y porque aún en medio del mal Él nos preserva, como hizo con Medjugorje que aún en medio de una guerra atroz permaneció siendo un oasis de paz, un lugar donde seguían llegando peregrinos para encontrar la tan anhelada paz.

    Ciertamente, que este comentario estaría incompleto si no consideráramos que la Madre de Dios, cuando habla desde Mejdugorje, lo hace principalmente para lo que acontece en el presente o está a punto de ocurrir. Por tal motivo, es menester también interpretarlo a la luz de la revelación de la última parte del secreto de Fátima que fue a dado a conocer al siguiente día en que dio su mensaje.
    En tal sentido y antes de abordar el tema, es importante tener presente lo que el mismo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Ratzinger, nos recuerda, esto es que la profecía, la palabra o la visión dada en nombre de Dios, se dirige al hombre en un momento determinado de su historia para advertirlo acerca de las desviaciones cometidas, los peligros para su salvación y para orientarlo en el recto camino hacia Dios.
    La profecía es intrínsecamente contraria al fatalismo. La visión o la palabra profética no indica un futuro, como lo consideraban los antiguos o ciertas culturas orientales, absolutamente cerrado a la voluntad del hombre y dependiente de dioses o fuerzas cósmicas de las que es imposible evadir. En tal situación ¿qué sentido tendría la elección humana y el mismo llamado a la conversión, sin mencionar el particular llamado de la Virgen y su misma presencia entre nosotros? Si no es posible cambiar nada, entonces la advertencia carece de todo sentido.
    A propósito de la visión de los pastorcitos, cuando ellos ven al ángel con la espada de fuego a punto de castigar la tierra que es detenido por el esplendor de la Madre de Dios y el mismo llamado a la penitencia que surge de ahí, dice el Cardenal Ratzinger: "De este modo se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen que vieron los niños no es una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse. En realidad toda la visión tiene lugar sólo para llamar la atención sobre la libertad y para dirigirla en dirección positiva... su sentido es movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera de lugar las explicaciones fatalístas del "secreto" que dicen que el atentado del 13 de mayo de 1981 había sido en definitiva un instrumento de la Providencia".
    Clara y categóricamente debemos entonces rechazar todo fatalismo. También dice el Cardenal: "comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros... Si el maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios".
    Esa es la raíz de nuestro mal y también acá encontraremos la razón a nuestro remedio, que será consagrar nuestra libertad a Dios haciendo su perfecta y santa voluntad.
    A partir del mensaje contenido en el secreto, es decir, de la conversión y la penitencia para alejar los males a los que vamos al encuentro, se ve cómo Medjugorje ilumina y completa a Fátima y cómo y por qué estas son sus últimas apariciones.
    Desde Medjugorje está la Virgen Santísima conduciendo el triunfo de su Inmaculado Corazón.
    Hace ya 19 años que desde Medjugorje (el primer mensaje lo dio precisamente el mismo 26 de junio, exactamente 19 años antes de la revelación de la tercera parte del secreto) no deja de repetirnos su llamado a la oración, al ayuno, a la confesión, a la Eucaristía, a la Sagrada Escritura, en una palabra al camino de penitencia y conversión. Y por esto mismo, porque es la culminación de Fátima, su llamado no fue único sino que es una constante guía a través de los años en este camino al triunfo. No se busque otras razones a su larga permanencia.

    "Quien ora no teme al futuro. Hijos queridos, no lo olviden, estoy con ustedes y los amo a todos".
    La oración, y estas palabras suyas, harán que no olvidemos su presencia de Madre que nos protege con sus gracias, con su intercesión ante Dios, con su amor. Ella ha venido para que junto a Ella, en el Nombre y con el Poder de Cristo, triunfemos ante el mal.

    Madre de Dios y Madre nuestra, Reina de la Paz, toma nuestro corazón agradecido por este amor tuyo, por esta presencia tuya entre nosotros. Toma nuestro corazón como ofrenda de consagración, como prenda de amor, para que siendo fieles a Dios, gocemos siempre de paz y alegría, y respondamos con generoso amor en el tiempo y en la eternidad. Amén.


Del 25 de julio de 2000

    En este mensaje, lo primero que se nos recuerda es que no debemos tomar por definitivo aquello que por naturaleza es transitorio, pero –al mismo tiempo- nos está diciendo que nuestra condición de mortales tampoco es definitiva porque, en realidad, nacemos una vez para no morir jamás. Antes bien, hemos sido creados por Dios para la vida eterna, hemos nacido para ser salvados por el Señor (1 Tes 5,9-10).
    Dios nos ama desde siempre, desde antes de habernos dado la vida en el momento de la concepción. En su amor nos hizo libres para que seamos nosotros mismos quienes decidamos nuestra eternidad, es decir, la vida verdadera en Dios o la muerte eterna, sin Dios. Es por ello mismo que la Reina de la Paz, al llamarnos la atención sobre esta verdad fundamental, la de nuestro paso por esta tierra, nos pide que demos valor a lo eterno dejando lo efímero.
    Si Dios, Padre amoroso, preparó una casa a la humanidad trashumante, y la hizo de tanta belleza y la adornó de tantas maravillas, siendo esa morada no definitiva, qué no habrá creado para aquellos hijos que lo aman y aspiran al Cielo. Como dice el Apóstol Pablo en su carta a los Corintios (1 Co 2-9,10) "... anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios."

    Nuestra Madre del Cielo, con su misma presencia nos habla de Cielo, y permaneciendo con nosotros desde hace más de 19 años, nos ayuda a caminar, nos conduce por este necesario camino de pruebas, que es la vida, en el que ejerciendo nuestra libertad vamos trazando derrotero no acá sino en nuestro destino, porque a cada momento vamos haciendo nuestra elección de eternidad.
    Somos viandantes, esta es la realidad de la Iglesia militante, peregrinos en la fe que caminan ante Dios oculto, que se deja encontrar por medio de la oración porque se muestra próximo al corazón orante. Más aún, de un modo misterioso y a la vez grandioso, Dios mismo habita ese corazón, hace allí su morada y donde Él está, el corazón experimenta alegría y paz verdaderas. Porque esas son las primicias del Cielo que en su amor desbordante Dios nos anticipa acá en la tierra.

    El camino al Cielo es el camino a la santidad, es el de la conversión de cada día que toma su fuerza de la oración también cotidiana. Es, asimismo, camino de fe verdadera, es decir, de la fe de quien no sólo cree en Dios sino que, por sobre todo, le cree a Dios. De quien cree en su Palabra que le dice, como ahora también la Santísima Virgen, que no debe preocuparse por las cosas terrenales, ni poner en ellas su seguridad, porque todo eso Dios lo da por añadidura a quien se ocupa del Cielo (Mt 6,24-34). Quien así confía puede abandonarse en Dios porque sabe que nada malo puede pasarle si él permanece en el amor de Dios. Quien por la oración siente a Dios próximo sabe que Dios lo preserva hasta en el mal. Por todo ello, la Reina de la Paz nos decía el pasado mes: "quien ora no tiene miedo del futuro".
    El camino de fe es además el camino del orante que agradece a Dios, que lo alaba, que lo honra, que también le pide constantemente que aumente su fe y que cada vez que trastabilla o cae, vuelve de inmediato al Señor para que Él lo alce.
    Todos, absolutamente todos, estamos llamados a recorrer con nuestras vidas este camino de santidad, porque estamos llamados a vivir el don de santidad que Dios da a cada uno.

    Para que nuestras vidas tengan sentido siempre debemos tener puesta nuestra mirada, nuestro corazón, en el Cielo, porque ese es el destino que Dios quiere para nosotros.
    Jesús, Nuestro Señor, nos dice que allí donde tengamos puesto nuestro tesoro allí mismo estará nuestro corazón, y nos invita a que atesoremos en el Cielo donde ni la polilla ni la herrumbre pueden corroer o atacar nuestros bienes (Mt 6,19-21). Atesorar no es sólo acumular sino también abandonar todo aquello que nos impide elevarnos. Es por ello necesario despojarse del egoísmo, abandonar el lastre del pecado, abrir el corazón con generosidad y primero de todo a Dios, para que Él lo llene con su presencia de amor, de alegría, de paz.

    Vienen a nuestra memoria una serie de mensajes anteriores que, como todos los que ha venido dando nuestra Madre desde Medjugorje, es necesario repasar para esforzarnos en vivirlos. Tales mensajes son los que abarcan el período de setiembre del 87 a abril del 89.
    La oración debe ser para nosotros la vida, nos decía y anteriormente había dicho que nuestra vida debe volverse oración.
    Nuevamente, nos llama ahora a la oración porque el tiempo debe ser pleno de encuentros con Dios, de oración. "Oren, oren, oren" es el llamado a una oración incesante, al deseo continuo de Dios, es invitación a no sólo aumentar el tiempo sino también la profundidad de la oración.
    En la oración del corazón, porque es ésta la que busca de nosotros la Santísima Virgen, es que nos abrimos a Dios. Pero, para que sea verdaderamente del corazón, éste debe ser purificado, debe estar reconciliado con Dios, debe renunciar al pecado y al orgullo, a la exaltación de sí mismo, al egoísmo, y debe estar siempre dispuesto al perdón renunciando al odio y a toda forma de resentimiento. Estar dispuesto al perdón significa querer siempre perdonar y pedir perdón a Dios y al hermano que se ofendió.
    La oración del corazón es la oración sincera y humilde de quien nada quiere ocultarle a Dios y de quien sabiéndose creatura frágil y pecadora, ora confiadamente al Padre porque también se sabe hijo en el Hijo.
    La oración verdadera del corazón es encuentro gozoso porque en ella y por ella se experimenta a Dios como Padre, como Amigo, a Dios que es Amor. "Oren para encontrar al Dios de la alegría", "oren hasta que la oración se vuelva en ustedes alegría", "que cada encuentro en la oración sea un gozo por haber encontrado a Dios", nos decía en aquellos mensajes. Ahora nos enseña que la alegría está en descubrir a Dios en la oración de todos los días.
    "Aprovechen este tiempo y oren, oren, oren". La oración incesante (oren, oren, oren) es la respuesta de fe y a la vez de confianza en la misericordia y la providencia divinas, es respuesta al llamado al acercamiento a Dios que es donde se conquistan las gracias. Cuando así oramos dedicamos el tiempo de esta vida a la eternidad.

    En marzo del 88 nos pedía, en particular, el total abandono en Dios para encontrar el camino de la paz que sólo se recorre con la oración. En su llamado de absoluta primacía a Dios, la que se manifiesta en el despojamiento de las cosas y de sí mismo y en la dedicación del tiempo a Él, también nos recordaba lo efímero de esta vida terrenal por la cual corremos el riesgo de pasar sin dejar rastros si no nos hemos decidido por Dios. Y agregaba entonces: "oren de modo que la oración y el abandono en Dios se vuelvan señal en el camino. De ese modo sus testimonios tendrán valor no sólo ahora sino para toda la eternidad."
    Como Ella misma nos exhorta, llenemos el corazón con oraciones, aún con las más pequeñas y nuestras horas tendrán valor de eternidad, y nuestra realidad se elevará al Cielo.


Del 25 de agosto de 2000

    En este mensaje -en que nuestra Madre nos comparte su gozo- el solo saberlo hace que lo primero que experimentemos sea también una gran alegría. Es la dicha íntima de saberla feliz porque muchos se acercan a Ella y es, al mismo tiempo, el gozo compartido por la buena noticia de salvación, porque de esto precisamente se trata.
    Lo segundo en que hemos reparado es en la mención específica que la Santísima Virgen hace de su Corazón Inmaculado. Casi como en una asociación de ideas, siempre que nos referimos a su Corazón inmediatamente pensamos o decimos que es Inmaculado, sin manchas. En un sentido totalmente positivo el Corazón de María, nuestra Madre, al ser Inmaculado se diferencia del nuestro en tanto denota la privación de algo -que a la naturaleza caída del hombre le es inevitable dejar de tener- y ese algo que le falta es la mancha del pecado. María es como nosotros en cuanto creatura humana, pero no igual a nosotros por ser Inmaculada, carente de toda mancha, desde su misma concepción. Es Aquella a quien le fue dada la plenitud de la gracia, la Madre del Salvador, la llena de gracia.
    El misterio de María es el misterio de la Iglesia que como Ella es Santa y está unida a Cristo en mística y perfecta unión. Perfecta es la unión del Corazón de la Madre con el Corazón Sagrado del Hijo, unión que Dios dispuso para la salvación de las almas, unión a la que María concurrió desde su primer consentimiento hasta la máxima aceptación, la de la cruz, donde estos dos corazones fueron perfectamente uno. Uno en el sacrificio, uno en el mismo traspasante dolor de la Pasión de Cristo, uno en el amor que salva.
    El Corazón Inmaculado de la Virgen alude a toda su persona. Para adentrarnos más en este maravilloso misterio acudimos a otros mensajes suyos que arrojan luz sobre lo que todos nosotros ya intuimos. Y ante todo recurrimos a Fátima, cuando a los tres pastorcitos la Santísima Virgen les muestra en visión el infierno. Hecho que habría de conmoverlos tanto hasta el punto de motivarles aquellos actos heroicos por los que Jacinta y Francisco han sido beatificados. Después de la aterrante visión, la Reina del Cielo les dice: "Han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Dios, para salvarlos, quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado". Para ello, les explica, debíase consagrar Rusia a su Corazón y cumplir los fieles con las comuniones de reparación –por las ofensas cometidas contra el mismo Corazón- los primeros cinco sábados.
    Siguiendo lo revelado en Fátima, también en Medjugorje –que es la culminación de Fátima y desde donde se dará el triunfo definitivo de María sobre la serpiente antigua- renueva su invitación a consagrarnos a su Corazón Inmaculado, individualmente, como familias, como parroquias, y dándonos al mismo tiempo la razón: para que todo pertenezca a Dios a través de Ella (octubre de 1988), porque quien pertenece –y esto es consagrarse, pertenecerle- al Corazón de María pertenece por entero a Dios. Por el mismo motivo, acercarse a su Corazón es acercarse a la salvación.
    Su Corazón Inmaculado significa el amor puro, el más puro amor de una creatura para con su Dios. Es el espacio místico del encuentro con Dios, porque es el tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad.
    El Corazón de María es el Corazón Santo de la Iglesia porque Ella es Madre de la Iglesia y es modelo que modela. Quien a su Corazón se consagra, a él se va conformando y a él imita, descubriendo en él a Dios, a quien ama y de quien se deja amar.
    En el Corazón Inmaculado de María se reciben las mayores gracias porque Dios allí está más próximo, y la mayor de todas es el encuentro. Por ello, podía decir San Ambrosio: "que en todos palpite el Corazón de María para glorificar al Señor, que en todos palpite su espíritu para alegrarse en Dios".
    Asimismo, estas son las razones por las que nos invitaba a acercarnos a su Corazón Inmaculado, para descubrir a Dios (noviembre de 1994), y agregaba que el acercarmiento se produce por medio de oraciones y ayunos, convirtiéndonos, para que en su Corazón Ella pueda transformarnos y guiarnos al Corazón de Jesús. También nos pedía oraciones de intercesión para que otros se acerquen y encuentren en él su refugio a los ataques de satanás (mayo de 1995). Es decir, que el Corazón de María además de encuentro con Dios, de acercamiento y obtención de gracias, de descubrimiento de Dios, de seno donde somos modelados, gestados como hijos nuevos, es también refugio, protección.
    En setiembre del 91 nos exhortaba a que con nuestras oraciones y sacrificios ayudásemos al triunfo de su Corazón, y en agosto de 1997 le daba un mensaje particular a los consagrados a su Corazón para que sean ejemplo para sus otros hijos.

    Como para resaltar una vez más que la Iglesia triunfante es antes la Iglesia orante, vincula la victoria a la oración. Sabemos que si bien está aludiendo a toda oración, principalmente se refiere al Santo Rosario porque en éste nuestra Madre se une especialmente a nosotros, que en cada avemaría así lo pedimos.
    En momentos en que muchos quieren convencernos que lo más es lo menos, que la oración no importa o importa poco cuando otras cosas urgen, no es de extrañarse que los mensajes que nuestra Madre nos da desde Medjugorje desconcierten a algunos hasta hacerles pensar y a veces sostener que las apariciones no son auténticas. Quienes así opinan son los que aún no descubrieron que Dios confunde al orgulloso y a la sabiduría del mundo y se revela a los humildes, a aquellos que aceptan medios que aparecen pobres y despreciables a los ojos del mundo pero que son podersos a los ojos de Dios. Naamán rechazaba bañarse en el Jordán y si hubiera persistido en su pobre juicio humano nunca hubiera sido curado de su enfermedad. De igual modo puede ocurrirles a quienes desdeñan la oración humilde, desconociendo que la única oración que se eleva es la que emerge del alma que se postra ante Dios.
    Jamás se puede con los propios medios naturales alcanzar lo sobrenatural. La oración que brota del corazón es la que abre el Cielo y hace descender la gracia. Es el corazón abierto a Dios el que recibe todo lo que luego puede dar. Es el corazón orante el que se vuelve Iglesia, el que se nutre de la fe y del amor de Cristo. Trabajar para el Reino es, como nos pide nuestra Madre del Cielo, abrir el corazón a quien es Amor para recibir de Él el don de amar. Entonces sí que el pan o la sonrisa o la palabra de consuelo que podamos dar a otros saciarán.
    Sin el amor, fruto de la oración del corazón, "puedo dar todo lo que poseo y hasta mi propio cuerpo a las llamas que de nada me servirá" (1 Cor 13,3).
    El Rosario tiene un poder que confunde al corazón orgulloso porque no puede entender que la oración es nuestro único medio de comunicación con Dios, por el que alcanzamos la paz en un tiempo en que los así llamados medios de comunicación, del y con el mundo, nos muestran tinieblas y guerras por doquier, con el fin perverso de apartarnos de Dios y llenar nuestros corazones de preocupaciones, de persistente sensación de derrota que lleva al escepticismo e incluso a la misma desesperación. Contra el empecinado bombardeo de malas noticias, de imágenes obscenas y blasfemas con las que nos ataca la mayoría de la publicidad, del cine, de la radio, de la TV, de los diarios y las revistas, nuestra Madre opone la persistencia en la oración, la oración incesante, el deseo continuo de Dios. No sólo como refugio y defensa sino como camino de elevación y de paz. También contra el espíritu corrupto del mundo Ella nos enseña a invocar al Espíritu Santo para que en medio de las oscuridades no sólo nos traiga la luz sino que nos haga reflejos de la Luz en los que otros, sumidos en sombras de muerte, encuentren el camino de la vida.

    Junto con el agradecimiento por la respuesta, nos convoca a trabajar para el Reino, para Dios, con el amor y la fuerza del Espíritu, porque el Espíritu es la fuerza que viene de lo Alto, que hace posible lo imposible atrayendo la gracia.
    El Espíritu Santo es la fuerza del amor que vence al odio y nos rescata de la dialéctica de muerte a la que el enemigo nos quiere arrastrar, y nos vuelve como el Cordero, mansos y humildes de corazón. Es el Espíritu el que da vida a toda sequedad interior, porque es dador de Vida, el que nos da un corazón que ora y adora a su Dios haciéndonos recobrar la belleza y la bondad de la creación original de Dios cuando el mundo, el pecado y el tentador amenazan con aniquilarlas.

    Recibamos con corazón alegre y espíritu en paz, en la felicidad de los hijos que se saben amados y con su Madre junto a ellos, la bendición maternal de la Reina de la Paz que, más allá de cada mensaje particular, con su sola presencia se revela hoy más que nunca como Madre.


Del 25 de setiembre de 2000

    Ciertamente, no es la primera vez que la Santísima Virgen nos invita a la oración y a la apertura de corazón. Tampoco es la primera vez que nos exhorta a orar hasta encontrar la alegría del encuentro.
    Ya vimos que su insistencia en la oración no va dirigida al modo de orar -se entiende que siempre y cuando se ore con el corazón- sino más bien a la persistencia y a la profundidad de la misma.
    También sabemos que su oración preferida es el Santo Rosario y que en Medjugorje pide que cada día se rece -a quienes ya llevan un camino hecho- el Rosario completo: los 15 misterios.
    Que sus mensajes van dirigidos a todas las categorías de personas porque son para todo el mundo, también eso lo sabemos.
    En este mensaje sin embargo agrega: "renueven la oración en sus familias". En esa expresión hay algo más que un recordar nuevamente lo ya anteriormente dicho, porque renovar significa volver nuevo aquello que está envejeciendo, retomar lo que se está perdiendo. Una de las causas más comunes de envejecimiento o de pérdida espiritual es la rutina, que vacía a la oración. También la oración decae cuando se juzga que no es importante para la salvación, que se la puede dejar de lado o que existen otras prioridades o gustos. En tal caso no es de extrañarse que reunirse a orar se vuelva una carga y que finalmente nadie preste mucha atención.
    Tal oración jamás podrá volverse alegría. De la rutina y de la carga sólo puede venir tedio y hastío.
    La alegría a la que nos invita la Reina de la Paz es la del espíritu renovado por la oración. Por la oración que hace pleno el corazón y atrae todas las gracias. Por ello, renovar la oración es disponerse uno mismo a ser renovado.

    La Virgen, en su mensaje, vincula la experiencia de la alegría a la comunión. Esto, también, es lo que deberíamos experimentar: comunión, esto es, la estrecha unión de lo que ponemos en común: nuestra fe, nuestra misma necesidad y atracción por encontrarnos todos juntos en y con el Señor, nuestro compartir gozos y dolores, nuestra misma pertenencia a Dios por medio de María. En una palabra, nos invita a hacer la experiencia de sentirnos verdaderos hermanos.

    En cuanto a la exhortación a formar grupos de oración, tampoco ésta es nueva. Aunque no tan frecuente, esta ha sido una de los primeras invitaciones de la Reina de la Paz. Precisamente, una de las comunidades de Medjugorje (la Kralice Mira) nació de uno de estos grupos (del de Jelena) y otro de los grupos de oración hace poco cumplió 18 años (el de Ivan).

    Sentir alegría por la oración y sentir la comunión son metas que no nos deben llevar a la tentación de juzgar nuestras oraciones según nuestros sentimientos del momento. Nuestra Madre habla de la profundidad del corazón, no de sensaciones que pueden ser pasajeras o de estados de ánimo.
    Y esto nos recuerda que Ella siempre nos llama a ser Iglesia, a ser solidarios en el momento en que elevamos nuestras súplicas al Altísimo como en todo momento.
    María nunca nos dijo que formásemos compartimientos estancos sino que vivamos la fe de la Iglesia en la hermandad y el servicio mutuo, en el amor, en la obediencia al Santo Padre y al Magisterio, en la oración en común que nos une con la fuerza que viene de lo Alto. Este es el mensaje de Medjugorje. Por eso mismo, el contenido de los mensajes de Medjugorje no se resume en una advocación o trata de devociones particulares sino de la misma renovación de la Iglesia.
    Ser Iglesia, estar unido a la Iglesia, "sentire cum Ecclesia" como gusta enfatizar el P. Jozo, esta es la obra espiritual a la que la Reina de la Paz nos llama.
    En este mensaje, entonces, pone de manifiesto las dos dimensiones que nos hacen "ser Iglesia": la vertical, que es nuestra comunicación con Dios por medio de la oración; y la horizontal que es la comunitaria que surge de las personas que se reúnen a orar para estar unidas a Dios y entre sí. De estos grupos, el primero, por ser el más natural, lo constituye la propia familia; y luego los grupos que formamos con quienes comparten la misma fe y los mismos deseos.

    Debemos entender que nuestra Madre nos llama a unirnos para compartir no para resistir, para abrirnos a Dios y al hermano –que es voluntad del mismo Dios- no para encerrarnos volviéndonos sectas, para servir no para dominar o para creernos dueños de la gracia, para dar testimonio del amor y no de la división y la rivalidad, para llevar Dios a los otros y no llevarnos a nosotros mismos. Ciertamente que tal unión sólo se alcanza cuando se ora con el corazón.

    Madre Santísima, nosotros tus hijos sentimos gran alegría sabiendo que estás junto a nosotros. Nuestras preocupaciones se desvanecen, nuestras cargas se alivian, nuestro corazón palpita de gozo porque nos amas infinitamente y nos bendices. Ayúdanos a despojarnos de todo aquello que nos cierra a la gracia, que impide que nuestra oración se vuelva alegría.


Del 25 de octubre de 2000

Queridos hijos, hoy deseo abrirles mi corazón maternal e invitarlos a todos a orar por mis intenciones.”
    El corazón abierto de nuestra Madre irradia todo su amor, amor maternal y –por tanto- misericordioso, con el que nos abarca y en el que nos expresa sus deseos, que siempre son deseos de salvación.
    La Virgen que abre su corazón también muestra a sus hijos el tesoro de su pureza, y en la misma pureza la de sus intenciones, por las que nos invita a orar.
    Pero, intuimos que en ese deseo de abrirnos su corazón algo más nos está diciendo: nos está confiando un secreto, anticipando un tiempo.
    Sus intenciones, a las que nos invita a orar, son ya conocidas por nosotros: los no creyentes, las familias, los jóvenes, los enfermos, los ancianos, los consagrados. Las intenciones de María Santísima son el mismo plan de salvación que le fue confiado en este su tiempo, y en el que todos sus hijos consagrados a su Corazón estamos comprometidos en su ejecución.

Deseo renovar con ustedes la oración e invitarlos al ayuno, que deseo ofrecer a mi Hijo Jesús para la venida de un nuevo tiempo, un tiempo de primavera.”
    Renovar con nosotros la oración significa renovarnos para renovar, profundizar la oración para que otros oren con más devoción, cultivar nuestro corazón para que otros corazones se abran y se vuelvan orantes.
    Y nos invita nuevamente al ayuno. Oración y ayuno van juntos, esto nos enseña nuestra Madre. Con la oración es más fácil ayunar; con el ayuno se potencia la oración; con la oración y el ayuno se detiene el mal, se paran las guerras, hasta las leyes de la naturaleza pueden ser trastocadas. Todo es posible, pero con una condición: que tanto oración como ayuno sean del corazón, porque entonces sí Dios escucha y responde.
    Nunca en ninguna otra aparición de la Santísima Madre puso Ella tanto énfasis en la oración y el ayuno como en Medjugorje. Al punto que fundada sobre estos medios de salvación se erigió la espiritualidad de Medjugorje cuyo centro es el Señor en su presencia eucarística. Y si la Gospa insiste en el ayuno es porque tendemos a descuidarlo, a no darle la importancia esencial que tiene. Debemos ayunar, debemos hacerlo todos los miércoles y viernes, como Ella lo pide, como la Iglesia lo hacía desde los primeros tiempos del cristianismo. Debemos recuperar esa dimensión del espíritu que compromete lo corporal, precisamente para liberarnos de la materia cuando la materia invade nuestro espíritu y lo vuelve pesado. 
    Pero, en este mensaje hay algo más, lo que se nos devela, porque Ella quiere nuestro ayuno para ofrecerlo al Señor con un propósito muy preciso: la venida de un nuevo tiempo, la llegada de un tiempo de primavera. Y aquí tocamos el meollo del mensaje, aquí nos parece que nuestra Madre ha abierto su corazón para confiarnos este secreto. 

En este año jubilar muchos corazones se abrieron a mí y la Iglesia se está renovando en el Espíritu.”
    Ese tiempo nuevo que debe venir, de algún modo ya se ha iniciado cuando las puertas de la misericordia divina fueron abiertas en la Navidad pasada, dando así inicio al año jubilar, año de gracia del Señor.
    Es el tiempo que preanuncia el Nuevo Pentecostés, la nueva venida del Espíritu que fue profetizada desde antiguo, el tiempo de la primavera.
    El Espíritu debe volver, debe renovar la faz de la tierra, debe cambiar nuestros corazones, debe traer un cielo nuevo y una tierra nueva. Debe ser no el portador sino el hacedor del hombre del corazón nuevo, ese que sea capaz de cantar el canto nuevo. Pero, el Espíritu debe ser llamado en oración. Como lo llamaron en el Cenáculo María y los apóstoles. Y esta es la razón por la cual hace casi 20 años que la Reina de la Paz desciende a nuestra realidad para orar con nosotros. Esta es la razón por la que nos pide que formemos grupos de oración, comenzando –si es posible- por el propio grupo familiar. Grupos de oración con amigos, con vecinos, con hermanos en la fe, aunque la fe sea muy pequeña al inicio. Es Ella que, como su Hijo antes, viene ahora como su Enviada a proclamar junto a la Iglesia el año de misericordia del Señor y a proclamar la libertad de toda esclavitud, a restaurar y sanar los corazones heridos, porque nos atrae hacia al Salvador y nos enseña a ser Iglesia.
    Es notable cómo Ella fija nuestra atención hacia los signos promisorios, hacia los corazones que se convierten y la Iglesia que se renueva en el Espíritu.
    Pues aunque ahora estemos en la noche del mundo, aunque los tiempos se hayan vuelto duros -tanto como el corazón del hombre se ha petrificado-, aunque nuestra tierra y el mismo universo puedan, por el pecado del hombre, por su apostasía, ser conmovidos, nuestra Madre no pone su atención en todo ello sino que nos hace alzar la cabeza para que alcancemos a ver el resplandor del tiempo en que todo haya pasado.  Su misma presencia nos trae la luz de la Aurora que anuncia al Sol por llegar y su voz, en momentos en que -por el gran frío de los corazones- se cierran las puertas de la amistad, del amor, de la solidaridad, al hablarnos de la primavera por venir nos llena de esperanza.

Me regocijo con ustedes y doy gracias a Dios por este don y los invito, hijitos, a que oren, oren, oren para que la oración se vuelva para ustedes alegría.”
    Ella está feliz porque ve la respuesta de sus hijos, porque para muchos este año no está pasando en vano, porque han oído la voz de la Iglesia, de Cristo, su misma voz, que llama a la conversión, a la salvación.
    Ella eleva sus gracias al Altísimo por todo lo que Él hace, por su infinito amor misericordioso que transforma nuestra miseria con su gracia que nos abre al amor, que hace reconocer la presencia y la voz de María llamándonos a la salvación.
    Como nos exhorta nuestra Madre Celestial, con la insistente oración, profunda, del corazón vendrá finalmente el Espíritu Santo portador del don que vuelve alegría la misma oración.


Del 25 de noviembre de 2000

    Este comentario no puede dejar de tener un fuerte contenido emocional porque apenas un día antes de recibirlo el Padre Slavko fue llevado al Cielo. Nuestra Madre sabía perfectamente cuál era nuestro estado de ánimo y por eso, porque es Madre y Madre nuestra, quiso traer paz a nuestro corazón y transformar la tristeza en alegría.

    Lo primero que nos dice es que tenemos al Cielo muy cerca nuestro, de un modo muy especial. ¿Por qué?
    La primer respuesta es porque este es un tiempo de gracia muy especial, en el que las puertas de la misericordia de Dios están abiertas a todos y en que todos son llamados por la Madre del Cielo, Reina de la Paz, que con su presencia nos muestra, precisamente, como el Cielo se une a la tierra. Todos los días. Desde hace casi 20 años.
    Pero, no es la única respuesta posible. Creemos que en este mensaje también se refiere a lo que acabamos de experimentar, en esa última estación del itinerario del P. Slavko, que más que partida es encuentro, porque abandonando su vida terrena está mucho más cerca de cada uno de nosotros -mostrándonos con mucha mayor eficacia de lo que él lo hacía- cuál es ese camino que de la cruz lleva al Cielo de las Bienaventuranzas. Y ahora cada una de sus palabras, de sus enseñanzas, de su vida, cobra una fuerza superior.
    El Señor, en su infinita misericordia, no sólo nos ofrece modelos de santidad, no sólo nos habla de un modo especial a través de su Madre, en la fe que abre el corazón, sino que nos da signos para reafirmar sus dones. Y signos fueron el camino de la cruz que el P. Slavko acababa de culminar en la cima de la montaña: el haber llegado a la última etapa, siguiendo las huellas de Cristo, su Señor y su Dios. Signo fue el haberse entregado en los brazos de María en la estación de la Resurrección, señalando –además- que la cruz no es meta sino compañera y signo de victoria, de la victoria del amor sobre la muerte.

    En aquellos momentos el sol brillaba después de la lluvia, acababa de aparecer para iluminar el momento de gloria a este sacerdote que llevaba ese nombre, el de la gloria. Slavko se durmió bajo el sol de justicia, bajo los rayos del sol que simboliza a Cristo, y en momentos en que el arco iris, señal de la alianza de Dios con el hombre, coloreaba el valle rozando la iglesia de Santiago Apóstol. 
    Slavko regresó al Padre después de haber conducido –como lo hacía cada viernes- a su pequeño rebaño en el Via Crucis. Entonces concluyó su oblación.

    Pero, esta vida ejemplar, sostenida por la gracia de Dios, no hubiera sido posible sin la oración. Ninguna vida puede ser ejemplar sin la oración, sin Dios. Por eso agrega nuestra Madre: "los invito a la oración, para que a través de la oración pongan a Dios en el primer lugar". Dios debe estar primero en nuestras vidas y sólo lo está si le damos el espacio en la oración. El hombre que ora no conoce la soledad, ni la marginación, ni lo asalta la angustia porque es un hombre que está con su Dios, a quien le habla, a quien le escucha. Es un hombre feliz porque está iluminado y se siente protegido. 
    Es Dios quien obra el milagro transformante de hacer de la fragilidad y miseria humana, del pobre hombre pecador, la obra que eleva al hombre a la santidad. Es Dios quien nos ofrece su amistad y nos tiende el perdón que nos levanta, es Él quien nos da la fuerza de amar hasta los enemigos, pero todo eso lo hace si nosotros queremos abrirle el corazón. La oración es la llave del corazón del hombre.

    "Hoy, estoy cerca de ustedes", dice a continuación. Esto creemos que debe entenderse como un hoy que se prolonga desde hace 19 años y medio. Desde luego que nuestra Madre siempre está cerca nuestro, pero a través de esta presencia suya, misteriosa pero real, lo está de un modo muy especial. Esta es la gracia de nuestro tiempo: Medjugorje.

    "Bendigo a cada uno con mi bendición maternal". Estas son palabras eficaces, no son palabras que lleva el viento sino que traen una gran gracia, una verdad, porque vienen de labios de la Virgen Santísima. Por tanto, que nuestra actitud sea la de acoger la gracia que María nos ofrece. Recibamos así su bendición, esa bendición que nos trae la fuerza de lo alto para renovar nuestro camino de conversión, esa bendición que abre nuestro corazón a la gracia que hace al hombre santo. Recibamos su bendición de Madre como hijos que desean dar muchos frutos y que esos frutos perduren.
    Ella misma nos precisa por qué necesitamos de su bendición maternal: "para que tengan fuerza y amor para todas las personas que encuentren en su vida terrena y para que puedan dar el amor de Dios". No sólo amor sino también fuerza para obrar en el amor, fuerza para sostener al que está por caer, para levantar al caído, para soportar, para no caer nosotros mismos. Fuerza y amor para llevar la cruz y para ayudar a otros a llevar la suya.

    Pero, también, cuando nos dice que de su bendición nos viene esa fuerza y ese amor para ofrecer a todas las personas que encontremos en nuestra vida, acá en la tierra, para que podamos a ellas transmitirles el amor de Dios, nuestra Madre Celestial parece estar describiendo la parábola de la misma vida del Padre Slavko, quien desde el inicio recibió esta bendición de María y lleno de sobrehumana fuerza acometió con todo tipo de tareas para el Reino de Dios. Y supo hacerlo con amor, con inmenso amor, con un amor de un corazón vulnerable que muchas veces ocultaba en la apariencia de su fuerte carácter. 
    El P. Slavko recibió gratuitamente y dio gratuitamente de lo recibido. Recibió amor de Dios y consumió su vida dando ese amor a todas las personas.

    "Me regocijo con ustedes... vuestro hermano Slavko ha nacido al Cielo" ¡Cuán grande es nuestra dicha de saber, exactamente, lo que nuestro corazón intuía: que nuestro hermano está en el Cielo, y que intercede por cada uno de nosotros para que ese tiempo nuevo, ese tiempo anunciado de primavera, llegue pronto.
    Padre Slavko, hermano nuestro, ¡ruega por nosotros!

    Nuestro tan querido Padre Fray Slavko Barbaric, o.f.m., dejó esta tierra el pasado viernes 24 de noviembre, aproximadamente las 3.30 de la tarde hora local. Como todos los viernes había guiado a los fieles de su parroquia y a peregrinos en el Via Crucis en el Monte Krizevac. Apenas iniciado el descenso se detuvo en la última estación, la de la Resurrección, la que está justo bajo la gran cruz. Luego de rezar la oración final: "Que nuestra Señora ore por nosotros en la hora de nuestra muerte", bendijo a todos los que habían subido con él. Luego, todos vieron que se sentaba tranquilamente y que suavemente se deslizaba hacia el suelo. Entregó su alma a Dios luego de tres últimas exhalaciones, con mucha paz, rodeado de la oración y el amor.

    El funeral se llevó a cabo el domingo 26, festividad de Cristo Rey del Universo, a las 2:00 de la tarde, en la iglesia parroquial de Medjugorje. El cuerpo del P. Slavko ha sido enterrado en el cementerio Kovacica, detrás de la iglesia.

    Padre Slavko Barbaric nació en Stojic, en Dragicina (Herzegovian) el 11 de marzo de 1946, y era hijo de Marko y Luca. Sus primeros estudios lo hizo en su tierra y los secundarios en Dubrovnik. El 14 de julio de 1965 ingresó en la orden franciscana, en Humac. Se ordenó sacerdote el 19 de diciembre de 1971. Estudió en Sarajevo, Graz y Freiburg. Terminó sus estudios en Graz (Austria) con una licenciatura. Después de 5 años de actividad pastoral en la provincia de Herzegovina, en la parroquia de Capljina, continuó sus estudios en Freiburg, donde obtuvo el doctorado en pedagogía religiosa y el título de psicoterapeuta. 
    Desde 1973 hasta 1978 estuvo en Capljina como sacerdote franciscano. Desde la primavera del 82 hasta setiembre de 1984, fue el capellán de los estudiantes en Mostar y condujo retiros cerca de Mostar. Su fructífero trabajo con los estudiantes y sus retiros eran muy bien aceptados por los mismos, sin embargo y debido a eso, los comunistas –que en esa época estaban en el poder- lo persiguieron. En aquellos duros años, Su Eminencia, el Cardenal Franjo Kuharic, protegió la misión del padre Slavko.

    Por su conocimiento de las principales lenguas europeas y a pesar de sus numerosas obligaciones en diferentes parroquias, el P. Slavko no dejó de estar al servicio permanente de los peregrinos de Medjugorje, desde el tiempo en que había concluido sus estudios y regresado al país, en 1982. A Medjugorje fue oficialmente destinado en 1983. Por orden de Mons. Zanic, Obispo de Mostar, fue transferido a la parroquia de Blagaj, y en 1988 a Humac, donde ejerció de vicario y asistente del maestro de novicios.
    Al inicio de la guerra en Bosnia y Herzegovina, cuando todos los frailes ancianos fueron exiliados a Tucepi, con el acuerdo del anterior provincial el P. Slavko continuó en Medjugorje.
    Desde el comienzo de su misión en Medjugorje, el P. Slavko escribió libros de espiritualidad: "Ora con el corazón", "Dame tu corazón herido", "Celebra la Misa con el corazón", "En la escuela del amor", "Adora a mi Hijo con el corazón", y una larga lista cuyo último título es "Perlas del corazón herido", existiendo actualmente un libro suyo en imprenta: "Ayuna con el corazón". Sus libros han sido traducidos a más de 20 idiomas y más de 20 millones de copias fueron impresas en todo el mundo. También publicó numerosos artículos en varios medios. Fue editor y colaboró en Glas Mira y en la Radio "Mir" de Medjugorje.

    Incansablemente daba conferencias a peregrinos, animaba las adoraciones al Santísimo Sacramento y a la Cruz, el Rosario en la Colina de las Apariciones y el Via Crucis en el Krizevac, donde terminó su vida terrena. También animó los encuentros anuales para sacerdotes y para jóvenes y retiros sobre ayuno y oración. Fue el fundador y quien conducía la institución para educación y cuidado de niños y jóvenes, "Mother's Village" (la Aldea de la Madre), donde más de 60 personas encontraron su hogar (huerfanos de guerra, hijos de padres separados, madres solteras, personas ancianas abandonadas y niños enfermos). Si hubo un hombre que amase a los niños éste fue el P. Slavko. A su vez, los niños lo amaban y siempre se juntaban a su alrededor, y él sabía cómo reunirlos: como lo hacía Jesús! Su formación de psicólogo y su educación le permitían trabajar con drogadictos en la Comunidad Cenacolo de Sor Elvira, principalmente en la casa de Medjugorje, "Campo della vita". La ayuda que le venía de todo el mundo él principalmente la orientaba en dos direcciones: "Fundación para los hijos de los defensores fallecidos" que habían muerto durante la guerra, y la "Fundación de amigos de talentos" para ayuda de estudiantes.

    Es difícil extraer algo de la vida de este hombre grande y poco común. En caso de hacerlo sería el período de su vida en Medjugorje. El Padre Slavko Barbaric viajó por todo el mundo, difundiendo los mensajes de paz y reconciliación de la Virgen. Él era el alma y el corazón del movimiento de paz nacido en Medjugorje 19 y 1/2 años atrás. Tenía dones maravillosos: conocimiento de idiomas, facilidad de comunicación con las personas, educación, sencillez, atención por los seres humanos en necesidad, inagotable energía – no se podía creer que en un solo hombre se pudiese encontrar diligencia, y sobre todo piedad, humildad, caridad -. El oraba y ayunaba mucho, amaba a la Virgen con un amor de niño. En esencia su vida era llevar almas a Dios a través de María, la Reina de la Paz, por medio de su oración y ayuno.

    A veces parecía, al vivir cerca suyo, estar por encima de la realidad: él estaba aquí, en el mundo, pero al mismo tiempo tan fuera del mundo. En su presencia, las palabras de Jesús de su oración sacerdotal se volvían realidad: "Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad." (Jn 17,16-19)
(Extractado de Marija Dugandzic)


Del 25 de diciembre de 2000

Hoy -cuando Dios me ha concedido estar con ustedes, con el pequeño Jesús en brazos- 
   
Nuestra Madre nos recuerda que su venida es una gracia especial de Dios y que, como en esta Navidad, el que venga con Jesús Niño entre sus brazos es una gracia mucho mayor. 
    Este es también el modo en el que desea descubrirnos toda la ternura del mismo Dios hecho niño, pequeño niño, en toda su inocencia, sin idea de mal. 
    Es el misterio insondable de Dios, pequeño, infinito, que ha nacido como hombre sin dejar de ser Dios. 
    Es Dios unido íntimamente a nuestra humanidad por medio de María, verdadero puente entre el Niño Dios y nosotros.
    El centro de este mensaje es Jesús, es la salvación que nos viene en ese pequeño indefenso. Por eso dice a continuación:

(Hoy) me regocijo con ustedes
    Es la alegría del Nacimiento del Salvador, que Ella viene a compartir con nosotros. La misma alegría que les fue anunciada por el ángel a los pastores: "Les anuncio una gran alegría, que será de todo el pueblo; hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador, que es el Cristo, el Señor". 
    La razón del gozo es la misma porque nos ha nacido Cristo el Señor. 
    María, viniendo a compartir la alegría de la Navidad con nosotros, sus hijos, nos llama a tener el mismo sentimiento, despertándonos al acontecimiento que ninguna mente humana habría podido jamás imaginar: Dios que se hizo hombre acaba de nacer. Este acontecimiento es por cierto mayor que la creación de galaxias, de universos enteros.

    Inmediatamente después de manifestarnos su alegría nos dice: doy gracias a Dios por todo lo que ha hecho en este año jubilar. Son los dones que no vemos y que Dios ha derramado en este año santo. Gracias de conversiones, de reconciliaciones con otros y consigo mismo, de sanaciones espirituales y físicas. Pero, por sobre todo especialmente por todas las vocaciones de aquellos que han dicho "sí" a Dios en plenitud. Es decir, nuestra Madre agradece a Dios esas nuevas vocaciones nacidas de la gracia y también lo hace por las respuestas generosas, de total entrega y apertura a Dios. 
    No sólo el don de la vocación viene de Dios sino también la gracia que sostiene la respuesta dada en plenitud. En este sentido todo es don, porque aún el llamado de Dios sin su gracia para responderle quedaría frustrado, trunco, sin efecto. 
    Nuestra es la libertad de la respuesta, pero la mera voluntad humana sin el auxilio divino gratuito no podría realizarse. San Agustín decía: "Ciertamente nosotros trabajamos también pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja". La iniciativa viene siempre de Dios y la preparación de los corazones, para recibir el don que Él quiere darnos, también viene de Dios. Él completa en nosotros lo que Él mismo inició, siempre que nosotros nos unamos a su Voluntad.

A todos los bendigo con mi bendición y la bendición de Jesús recién nacido
   
Esta vez la bendición es muy especial porque es la de la Madre unida a la del Niño. ¿Podemos imaginar la bendición de Jesús recién nacido? Quizás lo podamos representar como nos lo muestra la imagen de Nuestra Señora del Huerto: en ella la Virgen Madre sostiene la manita de Jesús para que Él bendiga. 
    Abramos nuestros corazones, pues, y recibamos esta magnífica bendición de la Madre con el Niño. Es la bendición de la ternura, del amor absoluto, de la esencia última de la misericordia. También es la bendición por la que se recibe la paz y la alegría. 
    Sin embargo, no siempre brota en nosotros la alegría como consecuencia de la experiencia de la proximidad de Dios, de su salvación.
Por eso, agrega: Oro por todos ustedes para que nazca la alegría en vuestros corazones y para que también en la alegría lleven ustedes la alegría que yo tengo hoy.

    Nuestra Madre nos quiere ver alegres, llenos de auténtica alegría. ¡Cuántas veces nos ha dicho que quiere hacer de nosotros testigos alegres de Cristo! Sin embargo, no sabemos estar alegres, nuestro gozo es efímero, las circunstancias parecen dominarnos y si son adversas se vuelven tinieblas que no reciben la luz. 
    La alegría verdadera no depende de las circunstancias que nos toque vivir. Veamos sino el ejemplo de Vicka con todas sus enfermedades que tanto la hacen sufrir, pero siempre sonriente, atenta a todos, dando todo de sí y transmitiendo el gozo íntimo que se transparenta en sus ojos y en su sonrisa. 
    Porque la verdadera alegría se transmite, es que Ella, María –Madre del recién nacido- nos da la suya para que la llevemos a otros. 
    Recibiendo le don de la alegría –por el cual nuestra Madre ora- aprenderemos también a sufrir y ayudaremos a combatir la tristeza de este mundo. La tristeza de cuantos no conocen a Dios y están sumidos en la desesperación, en el abandono de sí mismos, de los que se les ha apagado el corazón y no saben más sonreír, no encuentran motivo alguno para la alegría. La tristeza de los que se sienten aplastados por sus cruces, muchas veces las que ellos mismos han construido.
    Recordemos entonces que tenemos una poderosa razón para gozar y transmitir ese gozo a otros porque en este niño les traigo al Salvador de sus corazones. 
    María nos trae al Salvador, y en la persona de Jesús nos llega la salvación.

    Desde siempre la Virgen ofrece al mundo a su Hijo. Hoy nos lo trae pequeñito, pero Él es ya el Salvador, el mismo que supo reconocer Simeón. El que vino a iluminar al mundo que estaba en tinieblas. Es el Mesías, la gloria de Israel. 
    La Madre lo expone a nuestra alabanza de gratitud, a nuestra adoración, a nuestra contemplación y hasta a la expresión de nuestros sentimientos en esos besos que le damos a Jesús de Belén, a ese Divino Niño –que es el Señor- y que con sus deditos nos bendice para que seamos santos como Él es santo.
    María, que es su Madre y también nuestra Maestra, nos enseña en este mensaje, además, a estar atentos a las gracias de Dios para responder a su gratuidad con nuestra gratitud, y nos enseña a bendecir y a orar por la alegría.

    Señor, Dios nuestro, Divino Niño de Belén que estás en brazos de tu Madre, a Ti rogamos para que quites de nuestros corazones todo aquello que nos impide recibir el don de la alegría. Arranca Señor de nosotros la amargura que no nos permite sonreír ante la adversidad. Sana nuestros corazones heridos, desconfiados y danos el don del abandono para poder gozar de todo lo que viene de Ti. Danos la gracia, Señor Jesús, de poder darte el sí pleno y definitivo en nuestras vidas. 
   
Por intercesión de María te rogamos poder experimentar las tiernas caricias de tu amor, el que te hizo nacer por nosotros y darte a nosotros. Amén.


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