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Del 25
de abril de 2000
Sabemos que nuestra Madre viene para llevarnos a Dios, por
ello mismo sus mensajes se ordenan siempre en torno a la
conversión. Una y otra vez ha reiterado: "hoy también
los invito a la conversión".
Porque es Madre no cesa de repetirlo.
Renueva su llamado, porque siendo la
conversión un camino a recorrer día tras día, muy a menudo
nos detenemos o hasta retrocedemos.
Es nuestra Madre, pero no nos ordena sino
que nos invita avanzar. Y nos invita porque Ella respeta la
libertad con que Dios nos ha creado.
La conversión necesita de la oración,
puesto que sin oración no hay conversión posible, y esta es
la razón por la que la Reina de la Paz también insiste en la
oración.
La oración es el medio sin el cual el
corazón no cambia, sin el cual no hay encuentro con Dios.
Podremos tener otras relaciones, hablar de Dios, estudiar la
acción de Dios en el mundo, en el hombre, lo que se quiera,
pero si no hay disposición al encuentro, si no aprendemos a
reconocer al Padre amoroso, misericordioso, providente que Jesús
nos reveló, nada en nosotros ha de cambiar. Entonces, lo
primero es la oración. Pero, no lo único. Trabajar en la
conversión personal, como nuestra Madre nos lo pide,
significa, además de orar para comunicarnos con Dios, para
pedirle por nuestra necesidades y las de los otros, para
escucharlo en el silencio del corazón, para alabarlo, darle
gracias, adorarlo; el que nos ocupemos de todo lo que la
Virgen Santísima nos viene pidiendo desde hace tantos años:
aprender a despojarnos de nosotros mismos, abrazar la cruz de
cada día, tender la mano hacia los que están en dificultad,
interceder por los que no conocen aún el amor de Dios,
ayunar, leer la Palabra, vivir el don de la Santa Misa, adorar
al Señor en su presencia eucarística, purificar nuestro
corazón con la confesión asidua por la que Jesús nos
renueva con su perdón. Camino de perfección de todos los días,
en el que debemos perseverar. Los frutos de ese trabajo de
conversión son el amor, la alegría, la paz.
"Ustedes se preocupan demasiado por
las cosas materiales", nos dice la Virgen. Con ello
seguramente quiere significarnos varias cosas: primero, está
implícito que toda ocupación por las cosas materiales es legítima.
Debe el hombre ocuparse del alimento de su familia y suyo, del
abrigo, de necesidades primarias y otras que hacen a la salud
física y mental como el descanso, también del sano ocio
festivo, y para todo ello debe trabajar. San Pablo en su carta
a los tesalonicenses les decía: "... no hemos vivido
entre ustedes sin hacer nada ni hemos comido gratuitamente el
pan de ninguno sino que hemos trabajado con esfuerzo y fatiga
noche y día para no ser una carga para ninguno... y les dimos
esta regla: ‘el que no quiere trabajar que tampoco coma´"
(2 Tes 3,7-8, 10). Debemos, entonces, ocuparnos de las cosas
materiales. Asimismo, existe una preocupación, diríamos
sana, cuando con ello se refiere a la previsión normal que
debemos tener de las cosas para no caer en lo contrario, la
negligencia.
Por otra parte, tengamos presente que
nuestra Madre habla a todos sus hijos, tanto a los que tienen
medios de sustento como aquellos, y hoy son lamentablemente
tantos!, que no lo tienen, que carecen de un trabajo, o
aquellos que son explotados en sus trabajos o que cargan
pesados deudas, o los que no tienen casa donde albergarse o no
disponen de medios esenciales para llevar una vida digna. Sin
embargo, es a todos y a cada uno que nos dice lo mismo, esto
es, no preocuparnos "en demasía" por lo material. Y
ahí, precisamente, está la clave de su llamado. El problema
se presenta cuando de la ocupación y preocupación natural se
pasa a la preocupación obsesiva o angustiada. Cuando, por la
razón que fuera, las cosas materiales ponen en un cono de
sombra a lo que debería ser nuestra espiritualidad, cuando
por preocuparnos en exceso terminamos ocupándonos casi
totalmente, o aún exclusivamente, de las cosas y relegamos lo
más importante que es Dios. No en vano nuestra Madre nos
pide, con tanta insistencia, que releamos el pasaje de Mateo,
capítulo 6, versículos 24 al 34. En ese pasaje, en palabras
muy pobres, Jesús nos dice: ocúpense de las cosas de Dios
que Dios se ha de ocupar de ustedes, de proveer todo aquello
que necesitan. No está diciendo que se ocupará de todo lo
que queramos sino de todo lo que realmente necesitamos. Y qué
necesitamos, es el Padre quien lo sabe. Así, la Palabra del
Señor nos asegura que lo esencial no nos va a faltar, porque
Dios es Padre providente, y también misericordioso.
Ocuparse de Dios es, de un modo sublime y
no egoísta, ocuparse de uno mismo. ¿En qué? En lo más
importante: la conversión.
Conversión es cambiar de vida, dirigiéndola
hacia una meta, la del encuentro con Dios. Pero ese tal
encuentro, ese "caminar hacia", ese "ser
transformado desde dentro", se resuelve día a día con
los pequeños encuentros que nos aproximan a Él cada vez más.
Esos pequeños encuentros son las oraciones cotidianas. Y en
este punto nuestra Madre, con palabras nuevas, repite el
mensaje anterior cuando nos daba la medida de la oración. Nos
decía el mes anterior: "oren hasta que la oración se
vuelva para ustedes alegría". Ahora nos dice:
"hasta que la oración se vuelva para ustedes un
encuentro gozoso con Dios". Sucede que la alegría es
motivada por el encuentro con Dios. Y Dios no sólo nos llena
de gozo sino que, por sobre todo, da sentido a nuestras vidas.
La vida sin Dios es vacía, sin rumbo, es puro viaje sin
destino, es un ir pasando para, finalmente, morir. Y por
resumirse la vida en la antesala de la muerte se va aquella
haciendo angustiante, desesperanzada y, finalmente,
desesperada.
Retornando al actual mensaje, a la
pregunta: ¿qué hace que las personas vivan desesperadas, en
la angustia, sólo preocupadas de lo material más allá de lo
necesario para vivir, preocupadas de lo efímero, de lo que va
a pasar sin dejar rastro y –porque en el fondo se sabe que
es así- sin sentido? Respondemos: la falta de acercamiento a
Dios, la falta de oración, el exceso de acción sin
contemplación.
Hay una sola manera de revertir el camino
que nos pierde y es el de asumir la situación en que vivimos,
entender que el camino que nos propone la Madre del Cielo es
el único que nos trae la paz del corazón y nos causa alegría
y, consecuentemente, abrir el corazón para que el esfuerzo
que viene de la voluntad nos permita darle más espacio a la
oración y poner a Dios en el primer lugar en nuestras vidas.
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Del 25
de mayo de 2000
En este
nuevo mensaje, la Reina de la Paz, nuestra Madre, nos prepara
para Pentecostés, que es el fruto de la Pascua de Jesús. En
Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre María y los
discípulos de Jesús reunidos en el Cenáculo en oración.
Allí y así, dio comienzo la Iglesia que había nacido en el
Gólgota. Hoy nos reúne en oración para que el Espíritu
haga su morada en nosotros. Veamos, qué nos dice en
particular en este mensaje:
Con ustedes me regocijo y
en este tiempo de gracia...
Nuestra Madre nos participa de su alegría, de la alegría de
este, y por este tiempo de gracia que Dios nos concede. Tiempo
que Dios confía a la mediación de María y al camino de
conversión por el que nos va conduciendo.
La Madre se regocija porque está
con sus hijos y los hijos comparten la alegría de la Madre
por ese mismo motivo.
los invito a una renovación
espiritual
Ya desde los tiempos del Antiguo Testamento Dios prometía a
su pueblo un espíritu nuevo, un nuevo corazón. Es el Espíritu
el que hace nuevas todas las cosas, el de la nueva creación,
el del hombre nuevo. Es el Espíritu de Dios el que completa y
perfecciona la obra de rescate del Hijo en cada corazón
humano. Cristo pagó con su sangre la deuda infinita que teníamos
con el Padre, y por su Pasión y Muerte el Espíritu fue
enviado para infundir el amor que reclama la nueva Ley. Sin la
gracia del Espíritu no es posible amar como Dios nos pide.
Sin esa gracia es para el hombre imposible la santidad. Sin el
Espíritu nadie puede cambiar, nadie podría acercarse a Dios
ni al hermano. Pero en la obra del Espíritu está también la
purificación. Desde la venida de Cristo se viene cumpliendo
la profecía de Ezequiel: "Os rociaré con agua pura y
seréis purificados; os purificaré de todas vuestras
suciedades y de todos vuestros ídolos; os daré un corazón
nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo... Pondré mi
Espíritu en vosotros y os haré vivir según mis estaturos y
os haré observar y poner en práctica mis leyes." (Ez
36, 25-27). Por eso
este tiempo de gracia es también de purificación.
Oren, hijitos, para que en
ustedes habite el Espíritu Santo
El Espíritu Santo es el gran don, es el don mesiánico, "el
otro Paráclito, el otro Consolador" que el Padre,
por el Hijo, nos envía (Jn
14,16;16,7). Es el
mismo Espíritu de verdad que el mundo no conoce. Pero, a este
don, que Dios está dispuesto a darnos, que quiere darnos, hay
que pedirlo. Nos lo dará si se lo pedimos, si oramos al
Padre, en el Nombre de Jesús (Jn
14,26). Debemos orar
con insistencia y con confianza, como nos enseña el Señor. "Pidan
y se les dará, busquen y encontrarán, golpeen y se les abrirá...
Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos,
cuánto más el Padre de ustedes que está en los
cielos dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan"(Lc
11,9 y 13).
Oren,
nos dice, para que el Espíritu Santo habite en
plenitud, de modo tal que en la alegría sean
capaces de dar testimonio...
Es decir, que la Madre de Dios nos llama a orar para recibir
la plenitud del Espíritu, ese desborde del corazón que nos
llena de alegría. Esta insistencia suya a la oración para
alcanzar la verdadera felicidad, es la misma de Jesús en su
Palabra: "Ustedes todavía no han pedido nada en mi
Nombre. Pidan y se les dará, para que su gozo sea pleno."
(Jn
16, 24). De la plenitud del corazón
habla la boca, también dice el Señor; habla –como María
en el Magnificat - para proclamar la grandeza del Señor, para
exultar de felicidad. De la plenitud del espíritu viene el
gozo más pleno. Y el espíritu se expande sólo por la oración.
Por eso mismo la Virgen Santísima nos dice en sus mensajes:
"Oren hasta que la oración se vuelva alegría",
y también "Ustedes no saben pedir, pidan el Espíritu
Santo y lo tendrán todo".
Ya hemos visto en muchísimos
mensajes que Ella nos llama a cambiar nuestro corazón egoísta
por un corazón que ame, que atienda la necesidad del hermano,
y, por sobre todo, de aquel que está alejado de Dios. Por
ello mismo, ese todo que habremos de recibir por medio
del Espíritu no sólo es todo lo que nuestro ser
necesita para sí sino lo que necesitamos tener para dar. En
ese sentido, el testimonio de la fe en la alegría es el más
convincente en este mundo escaso de valores espirituales.
Oren especialmente por los
dones del Espíritu Santo, para que en el espíritu del
amor estén, cada día y en cada situación, más cerca del
hermano y superen toda dificultad con sabiduría y amor
Nosotros, bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo,
porque Él permanece en la Iglesia, y a través suyo nos
fueron dados los dones primordiales, o virtudes teologales:
fe, esperanza y caridad.
Ese mismo Espíritu debe ser ahora
reavivado por medio de la oración, esto es lo que, en primer
lugar, nos pide la Virgen.
En este mensaje, de los siete dones
tradicionales y de los tres primordiales nombra sólo dos:
amor y sabiduría. Seguramente no porque no tengamos necesidad
de fortaleza o del temor de Dios, o de cualquiera de los
otros, sino más bien porque esta vez llama, a través
nuestro, al que está lejos, ése al que con nuestro
testimonio debemos acercar, y porque piensa en nuestras
propias pruebas, las que nos tocan vivir.
Será, entonces, el amor el que nos
haga ver la necesidad del hermano y nos impulse a aproximarnos
a él, y será con amor y sabiduría – más que fortaleza -
que habremos de superar las situaciones difíciles.
El Espíritu Santo, que derramando
sus dones hace de los discípulos apóstoles, es el mismo Espíritu
que hará de nosotros, pequeños hijos de María, testigos
ante el mundo que no conoce a Dios.
Estoy con ustedes e intercedo
por cada uno de ustedes ante Jesús
María, Madre de la Iglesia, viene para suscitar en nosotros
un nuevo Pentecostés porque hoy como ayer por la oración
nuestra y, sobre todo, por la oración de intercesión de la
Virgen ante el Hijo, el Espíritu Santo viene y penetra el
interior cerrado ya no del Cenáculo sino de nuestro corazón,
para hacernos salir a manifestar ante los hombres que no
conocen a Dios nuestro testimonio de amor.
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Del
25 de junio de 2000
Si bien el
llamado a la oración es constante, esta vez se presenta de un
modo nuevo ya que, inmediatamente después de su invitación,
vincula la oración con el futuro. "Quien ora no teme al
futuro", nos dice.
La Madre sabe qué hay en el corazón
de cada hijo. Ella, que habla a todos, dirige este mensaje
tanto a aquellos que se han acercado a Dios, como a aquellos
que están haciendo un camino de conversión más o menos
largo, y a los que están lejos y quizás recién ahora
escuchan por vez primera a esta Madre Santa que desde hace 19
años viene llamando a sus hijos desde Mejdugorje.
Tanto los que responden a los
llamados de María como los que ahora se acercan pueden tener
motivos para temer el futuro. Porque no podemos negar que hoy
el mundo se presenta oscuro y que una mayor oscuridad parecería
proyectarse sobre el tiempo por venir. Podrán algunos debatir
problemas y razones, podrán algunos negarlo y otros
ignorarlo, pero la verdadera razón es sólo una: el
alejamiento de Dios cada vez mayor de muchas sociedades.
A este propósito es particularmente
útil recordar el mensaje del 25 de enero de 1997 en el que la
Santísima Virgen, invitándonos a reflexionar acerca del
futuro, nos decía: "Ustedes están creando un mundo
nuevo sin Dios, sólo con sus propias fuerzas".
Lamentablemente, aquella advertencia en muchas partes se ha
convertido en la realidad de un mundo en el que, ya no sólo
los individuos sino las mismas naciones, son las que desafían
a Dios imponiendo leyes contrarias a su Ley.
La consecuencia es la pérdida de
todo bien porque se abandona a quien es el Amor, el Camino, la
Luz, la Verdad, la Vida, la Paz. Y en tal situación se
experimenta desazón, angustias, depresiones, tristezas,
temores, odios, y todo sentimiento negativo. Quien así vive
en realidad no vive sino que que ha caído en las tinieblas,
en las sombras de muerte.
Pero no solamente el indiferente o
el que elige el alejamiento de Dios oscurece su vida sino que
también puede atemorizarse el débil en la fe porque,
sintiendo su propia debilidad ante fuerzas que lo arrastran a
un abismo, no cuenta con el poder de Dios, Señor de la
Historia.
Para unos, la Madre de Dios los
sigue llamando al único camino en el que encontrarán la paz
y la alegría y éste es el camino de regreso, el de la
conversión. Para otros, con su mensaje les hace ver la luz y
les devuelve la esperanza.
En aquel mensaje del 97 agregaba la
Virgen: "cuando encuentren la unidad con Dios sentirán
el hambre de la palabra de Dios y sus corazones, hijitos,
desbordarán de alegría."
Hay un solo modo de encontrar la
unidad con Dios: la oración.
Anteriormente, el 19 de marzo de
1995, a través de Mirjana, nos había dicho: "... no
teman, hijitos, porque en el amor no hay temor. Si sus
corazones están abiertos al Padre y están llenos de amor
hacia Él, entonces ¿por qué ha de venir el miedo? Tienen
miedo los que no aman porque esperan castigos y porque saben
cuán vacíos y duros son. Yo, hijitos queridos, los estoy
conduciendo hacia el amor, hacia el Padre querido. Los estoy
guiando a la Vida Eterna. Mi Hijo es la Vida Eterna. Acéptenlo
y aceptarán el amor..."
Entonces, quien esté alejado de
Dios que regrese a Él, que con Él se reconcilie para
encontrar la paz. Y quien ya se haya acercado que no tema. Que
cada uno busque a Jesús porque en Él encontrará el Amor que
lo salvará y lo liberará de todos sus miedos.
No hay nada que temer, porque Dios
nos protege de todo mal, y porque aún en medio del mal Él
nos preserva, como hizo con Medjugorje que aún en medio de
una guerra atroz permaneció siendo un oasis de paz, un lugar
donde seguían llegando peregrinos para encontrar la tan
anhelada paz.
Ciertamente, que este comentario estaría incompleto si no
consideráramos que la Madre de Dios, cuando habla desde
Mejdugorje, lo hace principalmente para lo que acontece en el
presente o está a punto de ocurrir. Por tal motivo, es
menester también interpretarlo a la luz de la revelación de
la última parte del secreto de Fátima que fue a dado a
conocer al siguiente día en que dio su mensaje.
En tal sentido y antes de abordar el
tema, es importante tener presente lo que el mismo Prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Ratzinger,
nos recuerda, esto es que la profecía, la palabra o la visión
dada en nombre de Dios, se dirige al hombre en un momento
determinado de su historia para advertirlo acerca de las
desviaciones cometidas, los peligros para su salvación y para
orientarlo en el recto camino hacia Dios.
La profecía es intrínsecamente
contraria al fatalismo. La visión o la palabra profética no
indica un futuro, como lo consideraban los antiguos o ciertas
culturas orientales, absolutamente cerrado a la voluntad del
hombre y dependiente de dioses o fuerzas cósmicas de las que
es imposible evadir. En tal situación ¿qué sentido tendría
la elección humana y el mismo llamado a la conversión, sin
mencionar el particular llamado de la Virgen y su misma
presencia entre nosotros? Si no es posible cambiar nada,
entonces la advertencia carece de todo sentido.
A propósito de la visión de los
pastorcitos, cuando ellos ven al ángel con la espada de fuego
a punto de castigar la tierra que es detenido por el esplendor
de la Madre de Dios y el mismo llamado a la penitencia que
surge de ahí, dice el Cardenal Ratzinger: "De este
modo se subraya la importancia de la libertad del hombre: el
futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen
que vieron los niños no es una película anticipada del
futuro, de la cual nada podría cambiarse. En realidad toda la
visión tiene lugar sólo para llamar la atención sobre la
libertad y para dirigirla en dirección positiva... su sentido
es movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están
totalmente fuera de lugar las explicaciones fatalístas del
"secreto" que dicen que el atentado del 13 de mayo
de 1981 había sido en definitiva un instrumento de la
Providencia".
Clara y categóricamente debemos
entonces rechazar todo fatalismo. También dice el Cardenal: "comprender
los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de
la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la
respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza
por grandes peligros... Si el maligno tiene poder en este
mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene
poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de
Dios".
Esa es la raíz de nuestro mal y
también acá encontraremos la razón a nuestro remedio, que
será consagrar nuestra libertad a Dios haciendo su perfecta y
santa voluntad.
A partir del mensaje contenido en el
secreto, es decir, de la conversión y la penitencia para
alejar los males a los que vamos al encuentro, se ve cómo
Medjugorje ilumina y completa a Fátima y cómo y por qué
estas son sus últimas apariciones.
Desde Medjugorje está la Virgen
Santísima conduciendo el triunfo de su Inmaculado Corazón.
Hace ya 19 años que desde
Medjugorje (el primer mensaje lo dio precisamente el mismo 26
de junio, exactamente 19 años antes de la revelación de la
tercera parte del secreto) no deja de repetirnos su llamado a
la oración, al ayuno, a la confesión, a la Eucaristía, a la
Sagrada Escritura, en una palabra al camino de penitencia y
conversión. Y por esto mismo, porque es la culminación de Fátima,
su llamado no fue único sino que es una constante guía a
través de los años en este camino al triunfo. No se busque
otras razones a su larga permanencia.
"Quien ora no teme al futuro. Hijos queridos, no lo
olviden, estoy con ustedes y los amo a todos".
La oración, y estas palabras suyas,
harán que no olvidemos su presencia de Madre que nos protege
con sus gracias, con su intercesión ante Dios, con su amor.
Ella ha venido para que junto a Ella, en el Nombre y con el
Poder de Cristo, triunfemos ante el mal.
Madre
de Dios y Madre nuestra, Reina de la Paz, toma nuestro corazón
agradecido por este amor tuyo, por esta presencia tuya entre
nosotros. Toma nuestro corazón como ofrenda de consagración,
como prenda de amor, para que siendo fieles a Dios, gocemos
siempre de paz y alegría, y respondamos con generoso amor en
el tiempo y en la eternidad. Amén.
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Del 25
de julio de 2000
En este mensaje, lo primero que se nos recuerda es que no
debemos tomar por definitivo aquello que por naturaleza es
transitorio, pero –al mismo tiempo- nos está diciendo que
nuestra condición de mortales tampoco es definitiva porque,
en realidad, nacemos una vez para no morir jamás. Antes bien,
hemos sido creados por Dios para la vida eterna, hemos nacido
para ser salvados por el Señor (1 Tes 5,9-10).
Dios nos ama desde siempre,
desde antes de habernos dado la vida en el momento de la
concepción. En su amor nos hizo libres para que seamos
nosotros mismos quienes decidamos nuestra eternidad, es decir,
la vida verdadera en Dios o la muerte eterna, sin Dios. Es por
ello mismo que la Reina de la Paz, al llamarnos la atención
sobre esta verdad fundamental, la de nuestro paso por esta
tierra, nos pide que demos valor a lo eterno dejando lo efímero.
Si Dios, Padre amoroso,
preparó una casa a la humanidad trashumante, y la hizo de
tanta belleza y la adornó de tantas maravillas, siendo esa
morada no definitiva, qué no habrá creado para aquellos
hijos que lo aman y aspiran al Cielo. Como dice el Apóstol
Pablo en su carta a los Corintios (1 Co 2-9,10)
"... anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para
los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por
medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios."
Nuestra Madre del Cielo, con su misma presencia nos habla de
Cielo, y permaneciendo con nosotros desde hace más de 19 años,
nos ayuda a caminar, nos conduce por este necesario camino de
pruebas, que es la vida, en el que ejerciendo nuestra libertad
vamos trazando derrotero no acá sino en nuestro destino,
porque a cada momento vamos haciendo nuestra elección de
eternidad.
Somos viandantes, esta es la
realidad de la Iglesia militante, peregrinos en la fe que
caminan ante Dios oculto, que se deja encontrar por medio de
la oración porque se muestra próximo al corazón orante. Más
aún, de un modo misterioso y a la vez grandioso, Dios mismo
habita ese corazón, hace allí su morada y donde Él está,
el corazón experimenta alegría y paz verdaderas. Porque esas
son las primicias del Cielo que en su amor desbordante Dios
nos anticipa acá en la tierra.
El camino al Cielo es el camino a la santidad, es el de la
conversión de cada día que toma su fuerza de la oración
también cotidiana. Es, asimismo, camino de fe verdadera, es
decir, de la fe de quien no sólo cree en Dios sino que, por
sobre todo, le cree a Dios. De quien cree en su Palabra que le
dice, como ahora también la Santísima Virgen, que no debe
preocuparse por las cosas terrenales, ni poner en ellas su
seguridad, porque todo eso Dios lo da por añadidura a quien
se ocupa del Cielo (Mt 6,24-34). Quien así confía
puede abandonarse en Dios porque sabe que nada malo puede
pasarle si él permanece en el amor de Dios. Quien por la
oración siente a Dios próximo sabe que Dios lo preserva
hasta en el mal. Por todo ello, la Reina de la Paz nos decía
el pasado mes: "quien ora no tiene miedo del
futuro".
El camino de fe es además el
camino del orante que agradece a Dios, que lo alaba, que lo
honra, que también le pide constantemente que aumente su fe y
que cada vez que trastabilla o cae, vuelve de inmediato al Señor
para que Él lo alce.
Todos, absolutamente todos,
estamos llamados a recorrer con nuestras vidas este camino de
santidad, porque estamos llamados a vivir el don de santidad
que Dios da a cada uno.
Para que nuestras vidas tengan sentido siempre debemos tener
puesta nuestra mirada, nuestro corazón, en el Cielo, porque
ese es el destino que Dios quiere para nosotros.
Jesús, Nuestro Señor, nos
dice que allí donde tengamos puesto nuestro tesoro allí
mismo estará nuestro corazón, y nos invita a que atesoremos
en el Cielo donde ni la polilla ni la herrumbre pueden corroer
o atacar nuestros bienes (Mt 6,19-21). Atesorar no es sólo
acumular sino también abandonar todo aquello que nos impide
elevarnos. Es por ello necesario despojarse del egoísmo,
abandonar el lastre del pecado, abrir el corazón con
generosidad y primero de todo a Dios, para que Él lo llene
con su presencia de amor, de alegría, de paz.
Vienen a nuestra memoria una serie de mensajes anteriores que,
como todos los que ha venido dando nuestra Madre desde
Medjugorje, es necesario repasar para esforzarnos en vivirlos.
Tales mensajes son los que abarcan el período de setiembre
del 87 a abril del 89.
La oración debe ser para
nosotros la vida, nos decía y anteriormente había dicho que
nuestra vida debe volverse oración.
Nuevamente, nos llama ahora a
la oración porque el tiempo debe ser pleno de encuentros con
Dios, de oración. "Oren, oren, oren" es el llamado
a una oración incesante, al deseo continuo de Dios, es
invitación a no sólo aumentar el tiempo sino también la
profundidad de la oración.
En la oración del corazón,
porque es ésta la que busca de nosotros la Santísima Virgen,
es que nos abrimos a Dios. Pero, para que sea verdaderamente
del corazón, éste debe ser purificado, debe estar
reconciliado con Dios, debe renunciar al pecado y al orgullo,
a la exaltación de sí mismo, al egoísmo, y debe estar
siempre dispuesto al perdón renunciando al odio y a toda
forma de resentimiento. Estar dispuesto al perdón significa
querer siempre perdonar y pedir perdón a Dios y al hermano
que se ofendió.
La oración del corazón es
la oración sincera y humilde de quien nada quiere ocultarle a
Dios y de quien sabiéndose creatura frágil y pecadora, ora
confiadamente al Padre porque también se sabe hijo en el
Hijo.
La oración verdadera del
corazón es encuentro gozoso porque en ella y por ella se
experimenta a Dios como Padre, como Amigo, a Dios que es Amor.
"Oren para encontrar al Dios de la alegría",
"oren hasta que la oración se vuelva en ustedes alegría",
"que cada encuentro en la oración sea un gozo por haber
encontrado a Dios", nos decía en aquellos mensajes.
Ahora nos enseña que la alegría está en descubrir a Dios en
la oración de todos los días.
"Aprovechen este tiempo
y oren, oren, oren". La oración incesante (oren, oren,
oren) es la respuesta de fe y a la vez de confianza en la
misericordia y la providencia divinas, es respuesta al llamado
al acercamiento a Dios que es donde se conquistan las gracias.
Cuando así oramos dedicamos el tiempo de esta vida a la
eternidad.
En marzo del 88 nos pedía, en particular, el total abandono
en Dios para encontrar el camino de la paz que sólo se
recorre con la oración. En su llamado de absoluta primacía a
Dios, la que se manifiesta en el despojamiento de las cosas y
de sí mismo y en la dedicación del tiempo a Él, también
nos recordaba lo efímero de esta vida terrenal por la cual
corremos el riesgo de pasar sin dejar rastros si no nos hemos
decidido por Dios. Y agregaba entonces: "oren de modo que
la oración y el abandono en Dios se vuelvan señal en el
camino. De ese modo sus testimonios tendrán valor no sólo
ahora sino para toda la eternidad."
Como Ella misma nos exhorta,
llenemos el corazón con oraciones, aún con las más pequeñas
y nuestras horas tendrán valor de eternidad, y nuestra
realidad se elevará al Cielo.
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Del 25
de agosto de 2000
En este mensaje -en que
nuestra Madre nos comparte su gozo- el solo saberlo hace que
lo primero que experimentemos sea también una gran alegría.
Es la dicha íntima de saberla feliz porque muchos se acercan
a Ella y es, al mismo tiempo, el gozo compartido por la buena
noticia de salvación, porque de esto precisamente se trata.
Lo segundo en que hemos reparado es en la
mención específica que la Santísima Virgen hace de su Corazón
Inmaculado. Casi como en una asociación de ideas, siempre que
nos referimos a su Corazón inmediatamente pensamos o decimos
que es Inmaculado, sin manchas. En un sentido totalmente
positivo el Corazón de María, nuestra Madre, al ser
Inmaculado se diferencia del nuestro en tanto denota la
privación de algo -que a la naturaleza caída del hombre le
es inevitable dejar de tener- y ese algo que le falta es la
mancha del pecado. María es como nosotros en cuanto creatura
humana, pero no igual a nosotros por ser Inmaculada, carente
de toda mancha, desde su misma concepción. Es Aquella a quien
le fue dada la plenitud de la gracia, la Madre del Salvador,
la llena de gracia.
El misterio de María es el misterio de la
Iglesia que como Ella es Santa y está unida a Cristo en mística
y perfecta unión. Perfecta es la unión del Corazón de la
Madre con el Corazón Sagrado del Hijo, unión que Dios
dispuso para la salvación de las almas, unión a la que María
concurrió desde su primer consentimiento hasta la máxima
aceptación, la de la cruz, donde estos dos corazones fueron
perfectamente uno. Uno en el sacrificio, uno en el mismo
traspasante dolor de la Pasión de Cristo, uno en el amor que
salva.
El Corazón Inmaculado de la Virgen alude a
toda su persona. Para adentrarnos más en este maravilloso
misterio acudimos a otros mensajes suyos que arrojan luz sobre
lo que todos nosotros ya intuimos. Y ante todo recurrimos a Fátima,
cuando a los tres pastorcitos la Santísima Virgen les muestra
en visión el infierno. Hecho que habría de conmoverlos tanto
hasta el punto de motivarles aquellos actos heroicos por los
que Jacinta y Francisco han sido beatificados. Después de la
aterrante visión, la Reina del Cielo les dice: "Han
visto el infierno, donde van las almas de los pobres
pecadores. Dios, para salvarlos, quiere establecer en el
mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado".
Para ello, les explica, debíase consagrar Rusia a su Corazón
y cumplir los fieles con las comuniones de reparación –por
las ofensas cometidas contra el mismo Corazón- los primeros
cinco sábados.
Siguiendo lo revelado en Fátima, también
en Medjugorje –que es la culminación de Fátima y desde
donde se dará el triunfo definitivo de María sobre la
serpiente antigua- renueva su invitación a consagrarnos a su
Corazón Inmaculado, individualmente, como familias, como
parroquias, y dándonos al mismo tiempo la razón: para que
todo pertenezca a Dios a través de Ella (octubre de 1988),
porque quien pertenece –y esto es consagrarse, pertenecerle-
al Corazón de María pertenece por entero a Dios. Por el
mismo motivo, acercarse a su Corazón es acercarse a la
salvación.
Su Corazón Inmaculado significa el amor
puro, el más puro amor de una creatura para con su Dios. Es
el espacio místico del encuentro con Dios, porque es el
tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad.
El Corazón de María es el Corazón Santo
de la Iglesia porque Ella es Madre de la Iglesia y es modelo
que modela. Quien a su Corazón se consagra, a él se va
conformando y a él imita, descubriendo en él a Dios, a quien
ama y de quien se deja amar.
En el Corazón Inmaculado de María se
reciben las mayores gracias porque Dios allí está más próximo,
y la mayor de todas es el encuentro. Por ello, podía decir
San Ambrosio: "que en todos palpite el Corazón de María
para glorificar al Señor, que en todos palpite su espíritu
para alegrarse en Dios".
Asimismo, estas son las razones por las que
nos invitaba a acercarnos a su Corazón Inmaculado, para
descubrir a Dios (noviembre de 1994), y agregaba que el
acercarmiento se produce por medio de oraciones y ayunos,
convirtiéndonos, para que en su Corazón Ella pueda
transformarnos y guiarnos al Corazón de Jesús. También nos
pedía oraciones de intercesión para que otros se acerquen y
encuentren en él su refugio a los ataques de satanás (mayo
de 1995). Es decir, que el Corazón de María además de
encuentro con Dios, de acercamiento y obtención de gracias,
de descubrimiento de Dios, de seno donde somos modelados,
gestados como hijos nuevos, es también refugio, protección.
En setiembre del 91 nos exhortaba a que con
nuestras oraciones y sacrificios ayudásemos al triunfo de su
Corazón, y en agosto de 1997 le daba un mensaje particular a
los consagrados a su Corazón para que sean ejemplo para sus
otros hijos.
Como para resaltar una
vez más que la Iglesia triunfante es antes la Iglesia orante,
vincula la victoria a la oración. Sabemos que si bien está
aludiendo a toda oración, principalmente se refiere al Santo
Rosario porque en éste nuestra Madre se une especialmente a
nosotros, que en cada avemaría así lo pedimos.
En momentos en que muchos quieren
convencernos que lo más es lo menos, que la oración no
importa o importa poco cuando otras cosas urgen, no es de
extrañarse que los mensajes que nuestra Madre nos da desde
Medjugorje desconcierten a algunos hasta hacerles pensar y a
veces sostener que las apariciones no son auténticas. Quienes
así opinan son los que aún no descubrieron que Dios confunde
al orgulloso y a la sabiduría del mundo y se revela a los
humildes, a aquellos que aceptan medios que aparecen pobres y
despreciables a los ojos del mundo pero que son podersos a los
ojos de Dios. Naamán rechazaba bañarse en el Jordán y si
hubiera persistido en su pobre juicio humano nunca hubiera
sido curado de su enfermedad. De igual modo puede ocurrirles a
quienes desdeñan la oración humilde, desconociendo que la única
oración que se eleva es la que emerge del alma que se postra
ante Dios.
Jamás se puede con los propios medios
naturales alcanzar lo sobrenatural. La oración que brota del
corazón es la que abre el Cielo y hace descender la gracia.
Es el corazón abierto a Dios el que recibe todo lo que luego
puede dar. Es el corazón orante el que se vuelve Iglesia, el
que se nutre de la fe y del amor de Cristo. Trabajar para el
Reino es, como nos pide nuestra Madre del Cielo, abrir el
corazón a quien es Amor para recibir de Él el don de amar.
Entonces sí que el pan o la sonrisa o la palabra de consuelo
que podamos dar a otros saciarán.
Sin el amor, fruto de la oración del corazón,
"puedo dar todo lo que poseo y hasta mi propio cuerpo
a las llamas que de nada me servirá" (1 Cor 13,3).
El Rosario tiene un poder que confunde al
corazón orgulloso porque no puede entender que la oración es
nuestro único medio de comunicación con Dios, por el que
alcanzamos la paz en un tiempo en que los así llamados medios
de comunicación, del y con el mundo, nos muestran tinieblas y
guerras por doquier, con el fin perverso de apartarnos de Dios
y llenar nuestros corazones de preocupaciones, de persistente
sensación de derrota que lleva al escepticismo e incluso a la
misma desesperación. Contra el empecinado bombardeo de malas
noticias, de imágenes obscenas y blasfemas con las que nos
ataca la mayoría de la publicidad, del cine, de la radio, de
la TV, de los diarios y las revistas, nuestra Madre opone la
persistencia en la oración, la oración incesante, el deseo
continuo de Dios. No sólo como refugio y defensa sino como
camino de elevación y de paz. También contra el espíritu
corrupto del mundo Ella nos enseña a invocar al Espíritu
Santo para que en medio de las oscuridades no sólo nos traiga
la luz sino que nos haga reflejos de la Luz en los que otros,
sumidos en sombras de muerte, encuentren el camino de la vida.
Junto con el
agradecimiento por la respuesta, nos convoca a trabajar para
el Reino, para Dios, con el amor y la fuerza del Espíritu,
porque el Espíritu es la fuerza que viene de lo Alto, que
hace posible lo imposible atrayendo la gracia.
El Espíritu Santo es la fuerza del amor
que vence al odio y nos rescata de la dialéctica de muerte a
la que el enemigo nos quiere arrastrar, y nos vuelve como el
Cordero, mansos y humildes de corazón. Es el Espíritu el que
da vida a toda sequedad interior, porque es dador de Vida, el
que nos da un corazón que ora y adora a su Dios haciéndonos
recobrar la belleza y la bondad de la creación original de
Dios cuando el mundo, el pecado y el tentador amenazan con
aniquilarlas.
Recibamos con corazón
alegre y espíritu en paz, en la felicidad de los hijos que se
saben amados y con su Madre junto a ellos, la bendición
maternal de la Reina de la Paz que, más allá de cada mensaje
particular, con su sola presencia se revela hoy más que nunca
como Madre.
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Del 25
de setiembre de 2000
Ciertamente,
no es la primera vez que la Santísima Virgen nos invita a la
oración y a la apertura de corazón. Tampoco es la primera
vez que nos exhorta a orar hasta encontrar la alegría del
encuentro.
Ya
vimos que su insistencia en la oración no va dirigida al modo
de orar -se entiende que siempre y cuando se ore con el corazón-
sino más bien a la persistencia y a la profundidad de la
misma.
También
sabemos que su oración preferida es el Santo Rosario y que en
Medjugorje pide que cada día se rece -a quienes ya llevan un
camino hecho- el Rosario completo: los 15 misterios.
Que
sus mensajes van dirigidos a todas las categorías de personas
porque son para todo el mundo, también eso lo sabemos.
En
este mensaje sin embargo agrega: "renueven la oración en
sus familias". En esa expresión hay algo más que un
recordar nuevamente lo ya anteriormente dicho, porque renovar
significa volver nuevo aquello que está envejeciendo, retomar
lo que se está perdiendo. Una de las causas más comunes de
envejecimiento o de pérdida espiritual es la rutina, que vacía
a la oración. También la oración decae cuando se juzga que
no es importante para la salvación, que se la puede dejar de
lado o que existen otras prioridades o gustos. En tal caso no
es de extrañarse que reunirse a orar se vuelva una carga y
que finalmente nadie preste mucha atención.
Tal
oración jamás podrá volverse alegría. De la rutina y de la
carga sólo puede venir tedio y hastío.
La
alegría a la que nos invita la Reina de la Paz es la del espíritu
renovado por la oración. Por la oración que hace pleno el
corazón y atrae todas las gracias. Por ello, renovar la oración
es disponerse uno mismo a ser renovado.
La
Virgen, en su mensaje, vincula la experiencia de la alegría a
la comunión. Esto, también, es lo que deberíamos
experimentar: comunión, esto es, la estrecha unión de lo que
ponemos en común: nuestra fe, nuestra misma necesidad y
atracción por encontrarnos todos juntos en y con el Señor,
nuestro compartir gozos y dolores, nuestra misma pertenencia a
Dios por medio de María. En una palabra, nos invita a hacer
la experiencia de sentirnos verdaderos hermanos.
En
cuanto a la exhortación a formar grupos de oración, tampoco
ésta es nueva. Aunque no tan frecuente, esta ha sido una de
los primeras invitaciones de la Reina de la Paz. Precisamente,
una de las comunidades de Medjugorje (la Kralice Mira)
nació de uno de estos grupos (del de Jelena) y otro de los
grupos de oración hace poco cumplió 18 años (el de Ivan).
Sentir
alegría por la oración y sentir la comunión son metas que
no nos deben llevar a la tentación de juzgar nuestras
oraciones según nuestros sentimientos del momento. Nuestra
Madre habla de la profundidad del corazón, no de sensaciones
que pueden ser pasajeras o de estados de ánimo.
Y
esto nos recuerda que Ella siempre nos llama a ser Iglesia, a
ser solidarios en el momento en que elevamos nuestras súplicas
al Altísimo como en todo momento.
María
nunca nos dijo que formásemos compartimientos estancos sino
que vivamos la fe de la Iglesia en la hermandad y el servicio
mutuo, en el amor, en la obediencia al Santo Padre y al
Magisterio, en la oración en común que nos une con la fuerza
que viene de lo Alto. Este es el mensaje de Medjugorje. Por
eso mismo, el contenido de los mensajes de Medjugorje no se
resume en una advocación o trata de devociones particulares
sino de la misma renovación de la Iglesia.
Ser
Iglesia, estar unido a la Iglesia, "sentire cum
Ecclesia" como gusta enfatizar el P. Jozo, esta es la
obra espiritual a la que la Reina de la Paz nos llama.
En
este mensaje, entonces, pone de manifiesto las dos dimensiones
que nos hacen "ser Iglesia": la vertical, que es
nuestra comunicación con Dios por medio de la oración; y la
horizontal que es la comunitaria que surge de las personas que
se reúnen a orar para estar unidas a Dios y entre sí. De
estos grupos, el primero, por ser el más natural, lo
constituye la propia familia; y luego los grupos que formamos
con quienes comparten la misma fe y los mismos deseos.
Debemos
entender que nuestra Madre nos llama a unirnos para compartir
no para resistir, para abrirnos a Dios y al hermano –que es
voluntad del mismo Dios- no para encerrarnos volviéndonos
sectas, para servir no para dominar o para creernos dueños de
la gracia, para dar testimonio del amor y no de la división y
la rivalidad, para llevar Dios a los otros y no llevarnos a
nosotros mismos. Ciertamente que tal unión sólo se alcanza
cuando se ora con el corazón.
Madre
Santísima, nosotros tus hijos sentimos gran alegría sabiendo
que estás junto a nosotros. Nuestras preocupaciones se
desvanecen, nuestras cargas se alivian, nuestro corazón
palpita de gozo porque nos amas infinitamente y nos bendices.
Ayúdanos a despojarnos de todo aquello que nos cierra a la
gracia, que impide que nuestra oración se vuelva alegría.
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Del 25 de
octubre de 2000
“Queridos hijos, hoy deseo
abrirles mi corazón maternal e invitarlos a todos a orar por mis
intenciones.”
El corazón abierto de nuestra Madre irradia todo su
amor, amor maternal y –por tanto- misericordioso, con el que nos
abarca y en el que nos expresa sus deseos, que siempre son deseos de
salvación.
La Virgen que abre su corazón también muestra a sus
hijos el tesoro de su pureza, y en la misma pureza la de sus
intenciones, por las que nos invita a orar.
Pero, intuimos que en ese deseo de abrirnos su
corazón algo más nos está diciendo: nos está confiando un secreto,
anticipando un tiempo.
Sus intenciones, a las que nos invita a orar, son ya
conocidas por nosotros: los no creyentes, las familias, los jóvenes,
los enfermos, los ancianos, los consagrados. Las intenciones de María
Santísima son el mismo plan de salvación que le fue confiado en este
su tiempo, y en el que todos sus hijos consagrados a su Corazón estamos
comprometidos en su ejecución.
“Deseo renovar con ustedes la
oración e invitarlos al ayuno, que deseo ofrecer a mi Hijo Jesús para
la venida de un nuevo tiempo, un tiempo de primavera.”
Renovar con nosotros la oración significa renovarnos
para renovar, profundizar la oración para que otros oren con más
devoción, cultivar nuestro corazón para que otros corazones se abran y
se vuelvan orantes.
Y nos invita nuevamente al ayuno. Oración y ayuno
van juntos, esto nos enseña nuestra Madre. Con la oración es más
fácil ayunar; con el ayuno se potencia la oración; con la oración y
el ayuno se detiene el mal, se paran las guerras, hasta las leyes de la
naturaleza pueden ser trastocadas. Todo es posible, pero con una
condición: que tanto oración como ayuno sean del corazón, porque
entonces sí Dios escucha y responde.
Nunca en ninguna otra aparición de la Santísima
Madre puso Ella tanto énfasis en la oración y el ayuno como en
Medjugorje. Al punto que fundada sobre estos medios de salvación se
erigió la espiritualidad de Medjugorje cuyo centro es el Señor en su
presencia eucarística. Y si la Gospa insiste en el ayuno es porque
tendemos a descuidarlo, a no darle la importancia esencial que tiene.
Debemos ayunar, debemos hacerlo todos los miércoles y viernes, como
Ella lo pide, como la Iglesia lo hacía desde los primeros tiempos del
cristianismo. Debemos recuperar esa dimensión del espíritu que
compromete lo corporal, precisamente para liberarnos de la materia
cuando la materia invade nuestro espíritu y lo vuelve pesado.
Pero, en este mensaje hay algo más, lo que se
nos devela, porque Ella quiere nuestro ayuno para ofrecerlo al Señor
con un propósito muy preciso: la venida de un nuevo tiempo, la llegada
de un tiempo de primavera. Y aquí tocamos el meollo del mensaje, aquí
nos parece que nuestra Madre ha abierto su corazón para confiarnos este
secreto.
“En este año jubilar muchos corazones se abrieron a mí y la Iglesia se
está renovando en el Espíritu.”
Ese tiempo nuevo que debe venir, de algún modo ya se
ha iniciado cuando las puertas de la misericordia divina fueron abiertas
en la Navidad pasada, dando así inicio al año jubilar, año de gracia
del Señor.
Es el tiempo que preanuncia el Nuevo Pentecostés, la
nueva venida del Espíritu que fue profetizada desde antiguo, el tiempo
de la primavera.
El Espíritu debe volver, debe renovar la faz de la
tierra, debe cambiar nuestros corazones, debe traer un cielo nuevo y una
tierra nueva. Debe ser no el portador sino el hacedor del hombre del
corazón nuevo, ese que sea capaz de cantar el canto nuevo. Pero, el
Espíritu debe ser llamado en oración. Como lo llamaron en el Cenáculo
María y los apóstoles. Y esta es la razón por la cual hace casi 20
años que la Reina de la Paz desciende a nuestra realidad para orar con
nosotros. Esta es la razón por la que nos pide que formemos grupos de
oración, comenzando –si es posible- por el propio grupo familiar.
Grupos de oración con amigos, con vecinos, con hermanos en la fe,
aunque la fe sea muy pequeña al inicio. Es Ella que, como su Hijo
antes, viene ahora como su Enviada a proclamar junto a la Iglesia el
año de misericordia del Señor y a proclamar la libertad de toda
esclavitud, a restaurar y sanar los corazones heridos, porque nos atrae
hacia al Salvador y nos enseña a ser Iglesia.
Es notable cómo Ella fija nuestra atención hacia
los signos promisorios, hacia los corazones que se convierten y la
Iglesia que se renueva en el Espíritu.
Pues aunque ahora estemos en la noche del mundo,
aunque los tiempos se hayan vuelto duros -tanto como el corazón del
hombre se ha petrificado-, aunque nuestra tierra y el mismo universo
puedan, por el pecado del hombre, por su apostasía, ser conmovidos,
nuestra Madre no pone su atención en todo ello sino que nos hace alzar
la cabeza para que alcancemos a ver el resplandor del tiempo en que todo
haya pasado. Su misma
presencia nos trae la luz de la Aurora que anuncia al Sol por llegar y
su voz, en momentos en que -por el gran frío de los corazones- se
cierran las puertas de la amistad, del amor, de la solidaridad, al
hablarnos de la primavera por venir nos llena de esperanza.
“Me
regocijo con ustedes y doy gracias a Dios por este don y los invito,
hijitos, a que oren, oren, oren para que la oración se vuelva para
ustedes alegría.”
Ella está feliz
porque ve la respuesta de sus hijos, porque para muchos este año no
está pasando en vano, porque han oído la voz de la Iglesia, de Cristo,
su misma voz, que llama a la conversión, a la salvación.
Ella eleva sus gracias al Altísimo por todo lo que
Él hace, por su infinito amor misericordioso que transforma nuestra
miseria con su gracia que nos abre al amor, que hace reconocer la
presencia y la voz de María llamándonos a la salvación.
Como nos exhorta nuestra Madre Celestial, con la
insistente oración, profunda, del corazón vendrá finalmente el
Espíritu Santo portador del don que vuelve alegría la misma oración.
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Del 25 de
noviembre de 2000
Este comentario
no puede dejar de tener un fuerte contenido emocional porque apenas un
día antes de recibirlo el Padre Slavko fue llevado al Cielo. Nuestra
Madre sabía perfectamente cuál era nuestro estado de ánimo y por
eso, porque es Madre y Madre nuestra, quiso traer paz a nuestro corazón
y transformar la tristeza en alegría.
Lo primero que
nos dice es que tenemos al Cielo muy cerca nuestro, de un modo muy
especial. ¿Por qué?
La primer respuesta es porque este es un tiempo de
gracia muy especial, en el que las puertas de la misericordia de Dios
están abiertas a todos y en que todos son llamados por la Madre del
Cielo, Reina de la Paz, que con su presencia nos muestra,
precisamente, como el Cielo se une a la tierra. Todos los días. Desde
hace casi 20 años.
Pero, no es la única respuesta posible. Creemos
que en este mensaje también se refiere a lo que acabamos de
experimentar, en esa última estación del itinerario del P. Slavko,
que más que partida es encuentro, porque abandonando su vida terrena
está mucho más cerca de cada uno de nosotros -mostrándonos con
mucha mayor eficacia de lo que él lo hacía- cuál es ese camino que
de la cruz lleva al Cielo de las Bienaventuranzas. Y ahora cada una de
sus palabras, de sus enseñanzas, de su vida, cobra una fuerza
superior.
El Señor, en su infinita misericordia, no sólo
nos ofrece modelos de santidad, no sólo nos habla de un modo especial
a través de su Madre, en la fe que abre el corazón, sino que nos da
signos para reafirmar sus dones. Y signos fueron el camino de la cruz
que el P. Slavko acababa de culminar en la cima de la montaña: el
haber llegado a la última etapa, siguiendo las huellas de Cristo, su
Señor y su Dios. Signo fue el haberse entregado en los brazos de María
en la estación de la Resurrección, señalando –además- que la
cruz no es meta sino compañera y signo de victoria, de la victoria
del amor sobre la muerte.
En aquellos
momentos el sol brillaba después de la lluvia, acababa de aparecer
para iluminar el momento de gloria a este sacerdote que llevaba ese
nombre, el de la gloria. Slavko se durmió bajo el sol de justicia,
bajo los rayos del sol que simboliza a Cristo, y en momentos en que el
arco iris, señal de la alianza de Dios con el hombre, coloreaba el
valle rozando la iglesia de Santiago Apóstol.
Slavko regresó al Padre después de haber
conducido –como lo hacía cada viernes- a su pequeño rebaño en el
Via Crucis. Entonces concluyó su oblación.
Pero, esta vida
ejemplar, sostenida por la gracia de Dios, no hubiera sido posible sin
la oración. Ninguna vida puede ser ejemplar sin la oración, sin
Dios. Por eso agrega nuestra Madre: "los invito a la oración,
para que a través de la oración pongan a Dios en el primer
lugar". Dios debe estar primero en nuestras vidas y sólo lo está
si le damos el espacio en la oración. El hombre que ora no conoce la
soledad, ni la marginación, ni lo asalta la angustia porque es un
hombre que está con su Dios, a quien le habla, a quien le escucha. Es
un hombre feliz porque está iluminado y se siente protegido.
Es Dios quien obra el milagro transformante de
hacer de la fragilidad y miseria humana, del pobre hombre pecador, la
obra que eleva al hombre a la santidad. Es Dios quien nos ofrece su
amistad y nos tiende el perdón que nos levanta, es Él quien nos da
la fuerza de amar hasta los enemigos, pero todo eso lo hace si
nosotros queremos abrirle el corazón. La oración es la llave del
corazón del hombre.
"Hoy, estoy
cerca de ustedes", dice a continuación. Esto creemos que debe
entenderse como un hoy que se prolonga desde hace 19 años y medio.
Desde luego que nuestra Madre siempre está cerca nuestro, pero a través
de esta presencia suya, misteriosa pero real, lo está de un modo muy
especial. Esta es la gracia de nuestro tiempo: Medjugorje.
"Bendigo a
cada uno con mi bendición maternal". Estas son palabras
eficaces, no son palabras que lleva el viento sino que traen una gran
gracia, una verdad, porque vienen de labios de la Virgen Santísima.
Por tanto, que nuestra actitud sea la de acoger la gracia que María
nos ofrece. Recibamos así su bendición, esa bendición que nos trae
la fuerza de lo alto para renovar nuestro camino de conversión, esa
bendición que abre nuestro corazón a la gracia que hace al hombre
santo. Recibamos su bendición de Madre como hijos que desean dar
muchos frutos y que esos frutos perduren.
Ella misma nos precisa por qué necesitamos de su
bendición maternal: "para que tengan fuerza y amor para todas
las personas que encuentren en su vida terrena y para que puedan dar
el amor de Dios". No sólo amor sino también fuerza para obrar
en el amor, fuerza para sostener al que está por caer, para levantar
al caído, para soportar, para no caer nosotros mismos. Fuerza y amor
para llevar la cruz y para ayudar a otros a llevar la suya.
Pero, también,
cuando nos dice que de su bendición nos viene esa fuerza y ese amor
para ofrecer a todas las personas que encontremos en nuestra vida, acá
en la tierra, para que podamos a ellas transmitirles el amor de Dios,
nuestra Madre Celestial parece estar describiendo la parábola de la
misma vida del Padre Slavko, quien desde el inicio recibió esta
bendición de María y lleno de sobrehumana fuerza acometió con todo
tipo de tareas para el Reino de Dios. Y supo hacerlo con amor, con
inmenso amor, con un amor de un corazón vulnerable que muchas veces
ocultaba en la apariencia de su fuerte carácter.
El P. Slavko recibió gratuitamente y dio
gratuitamente de lo recibido. Recibió amor de Dios y consumió su
vida dando ese amor a todas las personas.
"Me regocijo
con ustedes... vuestro hermano Slavko ha nacido al Cielo" ¡Cuán
grande es nuestra dicha de saber, exactamente, lo que nuestro corazón
intuía: que nuestro hermano está en el Cielo, y que intercede por
cada uno de nosotros para que ese tiempo nuevo, ese tiempo anunciado
de primavera, llegue pronto.
Padre Slavko, hermano nuestro, ¡ruega por
nosotros!
Nuestro tan querido Padre Fray Slavko Barbaric, o.f.m., dejó esta
tierra el pasado viernes 24 de noviembre, aproximadamente las
3.30 de la tarde hora local. Como todos los viernes había guiado a
los fieles de su parroquia y a peregrinos en el Via Crucis en el Monte
Krizevac. Apenas iniciado el descenso se detuvo en la última estación,
la de la Resurrección, la que está justo bajo la gran cruz. Luego de
rezar la oración final: "Que nuestra Señora ore por nosotros en
la hora de nuestra muerte", bendijo a todos los que habían
subido con él. Luego, todos vieron que se sentaba tranquilamente y
que suavemente se deslizaba hacia el suelo. Entregó su alma a Dios
luego de tres últimas exhalaciones, con mucha paz, rodeado de la
oración y el amor.
El funeral se llevó a cabo el domingo 26,
festividad de Cristo Rey del Universo, a las 2:00 de la tarde, en la
iglesia parroquial de Medjugorje. El cuerpo del P. Slavko ha sido
enterrado en el cementerio Kovacica, detrás de la iglesia.
Padre Slavko Barbaric nació en Stojic, en
Dragicina (Herzegovian) el 11 de marzo de 1946, y era hijo de Marko y
Luca. Sus primeros estudios lo hizo en su tierra y los secundarios en
Dubrovnik. El 14 de julio de 1965 ingresó en la orden franciscana, en
Humac. Se ordenó sacerdote el 19 de diciembre de 1971. Estudió en
Sarajevo, Graz y Freiburg. Terminó sus estudios en Graz (Austria) con
una licenciatura. Después de 5 años de actividad pastoral en la
provincia de Herzegovina, en la parroquia de Capljina, continuó sus
estudios en Freiburg, donde obtuvo el doctorado en pedagogía
religiosa y el título de psicoterapeuta.
Desde 1973 hasta 1978 estuvo en Capljina como
sacerdote franciscano. Desde la primavera del 82 hasta setiembre de
1984, fue el capellán de los estudiantes en Mostar y condujo retiros
cerca de Mostar. Su fructífero trabajo con los estudiantes y sus
retiros eran muy bien aceptados por los mismos, sin embargo y debido a
eso, los comunistas –que en esa época estaban en el poder- lo
persiguieron. En aquellos duros años, Su Eminencia, el Cardenal
Franjo Kuharic, protegió la misión del padre Slavko.
Por su conocimiento de las principales lenguas
europeas y a pesar de sus numerosas obligaciones en diferentes
parroquias, el P. Slavko no dejó de estar al servicio permanente de
los peregrinos de Medjugorje, desde el tiempo en que había concluido
sus estudios y regresado al país, en 1982. A Medjugorje fue
oficialmente destinado en 1983. Por orden de Mons. Zanic, Obispo de
Mostar, fue transferido a la parroquia de Blagaj, y en 1988 a Humac,
donde ejerció de vicario y asistente del maestro de novicios.
Al inicio de la guerra en Bosnia y Herzegovina,
cuando todos los frailes ancianos fueron exiliados a Tucepi, con el
acuerdo del anterior provincial el P. Slavko continuó en Medjugorje.
Desde el comienzo de su misión en Medjugorje, el
P. Slavko escribió libros de espiritualidad: "Ora con el corazón",
"Dame tu corazón herido", "Celebra la Misa con el
corazón", "En la escuela del amor", "Adora a mi
Hijo con el corazón", y una larga lista cuyo último título es
"Perlas del corazón herido", existiendo actualmente un
libro suyo en imprenta: "Ayuna con el corazón". Sus libros
han sido traducidos a más de 20 idiomas y más de 20 millones de
copias fueron impresas en todo el mundo. También publicó numerosos
artículos en varios medios. Fue editor y colaboró en Glas Mira y en
la Radio "Mir" de Medjugorje.
Incansablemente daba conferencias a peregrinos, animaba las
adoraciones al Santísimo Sacramento y a la Cruz, el Rosario en la
Colina de las Apariciones y el Via Crucis en el Krizevac, donde terminó
su vida terrena. También animó los encuentros anuales para
sacerdotes y para jóvenes y retiros sobre ayuno y oración. Fue el
fundador y quien conducía la institución para educación y cuidado
de niños y jóvenes, "Mother's Village" (la Aldea de la
Madre), donde más de 60 personas encontraron su hogar (huerfanos de
guerra, hijos de padres separados, madres solteras, personas ancianas
abandonadas y niños enfermos). Si hubo un hombre que amase a los niños
éste fue el P. Slavko. A su vez, los niños lo amaban y siempre se
juntaban a su alrededor, y él sabía cómo reunirlos: como lo hacía
Jesús! Su formación de psicólogo y su educación le permitían
trabajar con drogadictos en la Comunidad Cenacolo de Sor Elvira,
principalmente en la casa de Medjugorje, "Campo della vita".
La ayuda que le venía de todo el mundo él principalmente la
orientaba en dos direcciones: "Fundación para los hijos de los
defensores fallecidos" que habían muerto durante la guerra,
y la "Fundación de amigos de talentos" para ayuda de
estudiantes.
Es difícil extraer algo de la vida de este hombre
grande y poco común. En caso de hacerlo sería el período de su vida
en Medjugorje. El Padre Slavko Barbaric viajó por todo el mundo,
difundiendo los mensajes de paz y reconciliación de la Virgen. Él
era el alma y el corazón del movimiento de paz nacido en Medjugorje
19 y 1/2 años atrás. Tenía dones maravillosos: conocimiento de
idiomas, facilidad de comunicación con las personas, educación,
sencillez, atención por los seres humanos en necesidad, inagotable
energía – no se podía creer que en un solo hombre se pudiese
encontrar diligencia, y sobre todo piedad, humildad, caridad -. El
oraba y ayunaba mucho, amaba a la Virgen con un amor de niño. En
esencia su vida era llevar almas a Dios a través de María, la Reina
de la Paz, por medio de su oración y ayuno.
A veces parecía, al vivir cerca suyo, estar por
encima de la realidad: él estaba aquí, en el mundo, pero al mismo
tiempo tan fuera del mundo. En su presencia, las palabras de Jesús de
su oración sacerdotal se volvían realidad: "Ellos no son del
mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu
Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los
he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que
ellos también sean santificados en la verdad." (Jn 17,16-19)
(Extractado de Marija Dugandzic)
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Del 25 de
diciembre de 2000
Hoy -cuando Dios me ha
concedido estar con ustedes, con el pequeño Jesús en brazos-
Nuestra Madre nos recuerda que su venida es una
gracia especial de Dios y que, como en esta Navidad, el que venga con
Jesús Niño entre sus brazos es una gracia mucho mayor.
Este es también el modo en el que desea
descubrirnos toda la ternura del mismo Dios hecho niño, pequeño niño,
en toda su inocencia, sin idea de mal.
Es el misterio insondable de Dios, pequeño,
infinito, que ha nacido como hombre sin dejar de ser Dios.
Es Dios unido íntimamente a nuestra
humanidad por medio de María, verdadero puente entre el Niño Dios y
nosotros.
El centro de este mensaje es Jesús, es la
salvación que nos viene en ese pequeño indefenso. Por eso dice a
continuación:
(Hoy) me regocijo con
ustedes
Es la alegría del Nacimiento del Salvador,
que Ella viene a compartir con nosotros. La misma alegría que les fue
anunciada por el ángel a los pastores: "Les anuncio una gran
alegría, que será de todo el pueblo; hoy os ha nacido en la ciudad de
David un salvador, que es el Cristo, el Señor".
La razón del gozo es la misma porque nos ha
nacido Cristo el Señor.
María, viniendo a compartir la alegría de
la Navidad con nosotros, sus hijos, nos llama a tener el mismo
sentimiento, despertándonos al acontecimiento que ninguna mente
humana habría podido jamás imaginar: Dios que se hizo hombre acaba
de nacer. Este acontecimiento es por cierto mayor que la creación de
galaxias, de universos enteros.
Inmediatamente
después de manifestarnos su alegría nos dice: doy gracias a Dios
por todo lo que ha hecho en este año jubilar. Son los dones que
no vemos y que Dios ha derramado en este año santo. Gracias de
conversiones, de reconciliaciones con otros y consigo mismo, de
sanaciones espirituales y físicas. Pero, por sobre todo especialmente
por todas las vocaciones de aquellos que han dicho "sí" a
Dios en plenitud. Es decir, nuestra Madre agradece a Dios esas
nuevas vocaciones nacidas de la gracia y también lo hace por las
respuestas generosas, de total entrega y apertura a Dios.
No sólo el don de la vocación viene de
Dios sino también la gracia que sostiene la respuesta dada en
plenitud. En este sentido todo es don, porque aún el llamado de Dios
sin su gracia para responderle quedaría frustrado, trunco, sin
efecto.
Nuestra es la libertad de la respuesta, pero
la mera voluntad humana sin el auxilio divino gratuito no podría
realizarse. San Agustín decía: "Ciertamente nosotros trabajamos
también pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja".
La iniciativa viene siempre de Dios y la preparación de los
corazones, para recibir el don que Él quiere darnos, también viene
de Dios. Él completa en nosotros lo que Él mismo inició, siempre
que nosotros nos unamos a su Voluntad.
A todos los bendigo
con mi bendición y la bendición de Jesús recién nacido
Esta vez la bendición es muy especial porque
es la de la Madre unida a la del Niño. ¿Podemos imaginar la bendición
de Jesús recién nacido? Quizás lo podamos representar como nos lo
muestra la imagen de Nuestra Señora del Huerto: en ella la Virgen
Madre sostiene la manita de Jesús para que Él bendiga.
Abramos nuestros corazones, pues, y
recibamos esta magnífica bendición de la Madre con el Niño. Es la
bendición de la ternura, del amor absoluto, de la esencia última de
la misericordia. También es la bendición por la que se recibe la paz
y la alegría.
Sin embargo, no siempre brota en nosotros la
alegría como consecuencia de la experiencia de la proximidad de Dios,
de su salvación.
Por eso, agrega: Oro por todos ustedes para que nazca la alegría
en vuestros corazones y para que también en la alegría lleven
ustedes la alegría que yo tengo hoy.
Nuestra
Madre nos quiere ver alegres, llenos de auténtica alegría. ¡Cuántas
veces nos ha dicho que quiere hacer de nosotros testigos alegres de
Cristo! Sin embargo, no sabemos estar alegres, nuestro gozo es efímero,
las circunstancias parecen dominarnos y si son adversas se vuelven
tinieblas que no reciben la luz.
La alegría verdadera no depende de las
circunstancias que nos toque vivir. Veamos sino el ejemplo de Vicka
con todas sus enfermedades que tanto la hacen sufrir, pero siempre
sonriente, atenta a todos, dando todo de sí y transmitiendo el gozo
íntimo que se transparenta en sus ojos y en su sonrisa.
Porque la verdadera alegría se transmite,
es que Ella, María –Madre del recién nacido- nos da la suya para
que la llevemos a otros.
Recibiendo le don de la alegría –por el
cual nuestra Madre ora- aprenderemos también a sufrir y ayudaremos a
combatir la tristeza de este mundo. La tristeza de cuantos no conocen
a Dios y están sumidos en la desesperación, en el abandono de sí
mismos, de los que se les ha apagado el corazón y no saben más sonreír,
no encuentran motivo alguno para la alegría. La tristeza de los que
se sienten aplastados por sus cruces, muchas veces las que ellos
mismos han construido.
Recordemos entonces que tenemos una poderosa
razón para gozar y transmitir ese gozo a otros porque en este niño
les traigo al Salvador de sus corazones.
María nos trae al Salvador, y en la persona
de Jesús nos llega la salvación.
Desde
siempre la Virgen ofrece al mundo a su Hijo. Hoy nos lo trae pequeñito,
pero Él es ya el Salvador, el mismo que supo reconocer Simeón. El
que vino a iluminar al mundo que estaba en tinieblas. Es el Mesías,
la gloria de Israel.
La Madre lo expone a nuestra alabanza de
gratitud, a nuestra adoración, a nuestra contemplación y hasta a la
expresión de nuestros sentimientos en esos besos que le damos a Jesús
de Belén, a ese Divino Niño –que es el Señor- y que con sus
deditos nos bendice para que seamos santos como Él es santo.
María, que es su Madre y también nuestra
Maestra, nos enseña en este mensaje, además, a estar atentos a las
gracias de Dios para responder a su gratuidad con nuestra gratitud, y
nos enseña a bendecir y a orar por la alegría.
Señor,
Dios nuestro, Divino Niño de Belén que estás en brazos de tu Madre,
a Ti rogamos para que quites de nuestros corazones todo aquello que
nos impide recibir el don de la alegría. Arranca Señor de nosotros
la amargura que no nos permite sonreír ante la adversidad. Sana
nuestros corazones heridos, desconfiados y danos el don del abandono
para poder gozar de todo lo que viene de Ti. Danos la gracia, Señor
Jesús, de poder darte el sí pleno y definitivo en nuestras vidas.
Por intercesión de
María te rogamos poder experimentar las tiernas caricias de tu amor,
el que te hizo nacer por nosotros y darte a nosotros. Amén.
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